lunes, 20 de abril de 2009

El hombre en el castillo en la Tate Modern


La Tate Modern es una de las galerías de arte moderno más importantes del Reino Unido.

Junto a “El hombre en el castillo”, éstos eran los libros que Dominique González-Foerster tenía prendidos a los catres de colores de su instalación en la Tate Modern. ¿Cuál es el factor común entre todos? Curioso.






Dead Cities Mike Davis
The Drowned World JG Ballard
Fahrenheit 451 Ray Bradbury
Ficciones Jorge Luis Borges
Le Goût de l'immortalité Catherine Dufour
Hiroshima mon amour Marguerite Duras
Un homme qui dort Georges Perec
La Jetée. Ciné-roman Chris Marker
The Lathe of Heaven Ursula Le Guin
Luftkrieg und Literatur WG Sebald
Make Room! Make Room! Harry Harrison
El mal de Montano Enrique Vila-Matas
The Man in the High Castle Philip K Dick
Pattern Recognition William Gibson
The Purple Cloud MP Shiel
2666 Roberto Bolaño
V for Vendetta David Lloyd / Alan Moore
Vurt Jeff Noon
The War of the Worlds HG Wells
We Yevgeny Zamyatin


Manuel

La frialdad bernhardiana


La lucidez de Bernhard surge de la cercanía de la muerte y de la superioridad moral (real o no) construida por él mismo. Tal vez esa certeza pesimista debería conducir a la renuncia a escribir, aunque en nuestro autor desemboca, más bien, en una escritura terapéutica.

El joven Thomas de “El frío” se ha enfrentado a una prueba en la que muchos fracasan. Él, en cambio, sobreponiéndose a su enfermedad física y domando o manipulando su sobrevenida frialdad anímica, la supera. Tal victoria se debe también a su juventud, al mínimo entusiasmo arrancado a un futuro que le espera y en contraste con el almacén de muertos en ciernes y personal sanitario deshumanizado que Grafenhof representa para él.

Aquello que no me ha convencido como lector no fue tanto la descripción y la vivencia del infierno del autor austriaco como su asepsia y los visos de egolatría que su conducta denota.

Podemos –es inevitable- considerar a los médicos y el sistema del sanatorio como un trasunto de la opresión nazi, en primer lugar, y de la atmósfera ultracatólica de la Austria de posguerra. Sin embargo, como ya vimos en la tertulia, éste es el punto de partida.

El hecho de que Bernhard fustigue a la clase médica con la que le ha tocado lidiar y la convierta en el blanco de sus airados dardos por motivos personales de sobra justificados conforma el sustrato social de la novela. Sin embargo, el meollo de la cuestión está en la enfermedad misma.

Como nos recordó Juan, el libro se abre con una cita de Novalis en la que se da a entender que quizás toda enfermedad es una enfermedad del alma. Muchos terapeutas tradicionales (algunos semejantes a los de Grafenhof) se echarían las manos a la cabeza, mientras que la legión de osteópatas y modernos chamanes secundarían, viéndose reconocidos, tal afirmación. Bien. ¿Quién sabe?

Reconozcamos que la enfermedad de Bernhard es un síntoma. Su enfermedad es el rasgo clave de su condición de marginado, indudablemente. No obstante resulta difícil simpatizar con el “personaje” que el autor muestra en la “novela”. El joven bastardo que ingresa en Grafenhof juega a acumular esputos en su botella. Caído en el infierno quiere adaptarse. Ser tanto o más que los otros. De hecho, se frustra al no conseguirlo en un primer momento.

Después deambula física y mentalmente por ese infierno cotidiano y, más allá de esos asideros que le permiten en parte continuar, elude el vértigo de la muerte mostrando las negligencias y el autoritarismo gratuito de los médicos. Se distrae. Su prueba en curso lo fortalece y el lector comprueba cómo él mismo se convierte en su propio médico.

Este aspecto corresponde a una sátira clásica, como las que Quevedo (ejemplo tópico, lo sé) escribía en su momento o como las que Gulliver-Swift desarrolla a lo largo de la narración de sus andanzas.

¿Qué ocurre en el caso de Bernhard? Que podemos analizarlo desde dos perspectivas. O bien como MORALISTA, que es la instancia clásica que ha aparecido de forma tradicional en la literatura; o bien como EXISTENCIALISTA, y siento volver a esgrimir este concepto, que ya empleé al hablar del bueno de Silitoe.

Como moralista, Bernhard satiriza un estamento social, o, más concretamente, en este libro, un gremio; como existencialista, el autor austriaco muestra el escenario de su “fisura” (considero acertadísimo este término). Qué mejor escenario que el infierno. Grafenhof, lugar regido por normas estrictas, distintas clases jerárquicas de enfermos, autoridades severas cuestionadas continuamente por el joven Thomas, y la muerte, la presencia continúa de la muerte, por enfermedad o por negligencia, qué más da.

La vida no es más que el cumplimiento de una pena, me dije, y tienes que soportar el cumplimiento de esa pena. Durante toda la vida. El mundo es un establecimiento penitenciario con muy poca libertad de movimientos (…) Piensa que, al nacer, te han condenado a una pena de prisión perpetua, y que tus padres tienen la culpa.” Palabras de Bernhard. ¿Recordáis La vida en sueño, o a Ciorán…?

Bernhard reconstruye (rememora) el escenario y lo identifica con la vida. El niño bastardo, producto desechado por su padre, casi olvidado por sus familiares, asume su condición, carga las tintas, es dominado por su personal terapia: el aislamiento, el frío.

La enajenación del mundo a través de Grafenhof. La superación de la prueba dependerá de su propia construcción como persona y viceversa. De ahí que “El frío” puede ser entendida como una novela de aprendizaje, como tantas otras.

Ciertamente, el calado metafísico, no tanto la crónica de una vida bajo el peso de la historia austriaca (en mi opinión, la familia “con fisura” determina en mayor medida el “personaje Bernhard”), contribuye a que el texto acabe por ser desasosegante, asfixiante, aparentemente deprimente.

Sin embargo, las cuitas metafísicas y antisociales han menudeado en literatura y han logrado cristalizar en formas perfectamente asumibles por los lectores contemporáneos. Desde Larra o Baudelaire hasta Camus, Buero Vallejo o el desaforado Houellebecq.

¿Por qué Bernhard no ha dejado huella en mí? Porque no lo encuentro, aunque suene contradictorio, especialmente trascendental. Habla de “su problema” y no logra implicarme. Su altivez moral provoca aversión. Es un “pobre hombre” acuciado por la existencia que rebusca en sus miserias sin caer en la cuenta de que todos a su alrededor hacen lo mismo.

Camus, en “La peste”, mostró con amplitud de miras cómo cada persona, fuesen cuales fuesen sus circunstancias personales o sociales, se enfrenta a la muerte. Un comerciante, un niño, un delincuente, los creyentes o los ateos, ¡un médico!... Todos se ven arrojados ante la muerte. Algunos actuarán como Bernhard, pero no todos compartirán su visión o su tono vital, su asepsia, ¿su indiferencia?


Manuel

domingo, 19 de abril de 2009

El frío: la lucha entre el ego y el grupo


El frío, como cualquier obra autobiográfica es difícil de interpretar y de aislar del resto de la vida del autor, sobre todo El frío ya que se centra en un período muy concreto de la vida de Bernhard.
Hijo nacido fuera del matrimonio con un padre que nunca se hizo cargo de él y criado por una madre que nunca le perdonó los pecados del padre, a los dieciocho años Bernhard se encontró con la muerte de su abuelo (el único familiar del que habla con afecto) y la enfermedad terminal de su madre. Sin sentirse del todo integrado en esa familia (habla de sus hermanos, de parte de madre, sin citar nombres ni siquiera la cantidad de ellos y de su tutor sin ninguna malicia pero de forma totalmente aséptica, sin cariño) el joven Bernhard debe acudir a un sanatorio, Grafenhof, para enfermos de tuberculosis, muchos de ellos en fase terminal. Pero él ni siquiera está tan enfermo como la mayoría y es incapaz de llenar la botella de estupos sanguinolientos en pocas horas como los demás. Su ansia de aceptación llegará hasta el extremo de arriesgar sus pulmones todavía bastante sanos, en mi opinión, con tal de poder presentar las credenciales necesarias para sentirse integrado, es decir la ya mencionada botella llena. Sin embargo, el personaje va madurando poco a poco gracias a varios personajes que conoce allí mismo y de los que aprende y absorbe vivencias y también gracias a la música, su gran pasión. Después de su segundo ingreso en Grafenhof y socavada toda confianza en los médicos (no en vano su abuelo murió por negligencia médica y la enfermedad de su madre fue detectada muy tarde) prevaleció el ego, el yo individual, y decidió tomar sus propias decisiones y la primera de ellas fue curarse y no volver a Grafenhof. En medio de todo esto acontece la muerte de su madre de la que se entera por una reseña en el periódico, pues ni siquiera su tutor o sus hermanos son capaces de avisarlo. De esta forma se potencia todavía más su yo individual al sentirse ya libre de lazos afectivos y de la culpa heredada por la que su madre le castigaba casi inconscientemente.


Javi Bataller

lunes, 13 de abril de 2009

El infierno de Grafenhof


“Mañana es el día de los rostros que como la carne
bailan sobre la tapia del camposanto
mostrándome el infierno
¿Por qué he de ver el infierno?
¿Es que no hay otro camino hacia Dios?”

El día de los rostros. Der Tag der Gesichter.

Thomas Bernhard

No expresa mal este poema poco conocido del protagonista de nuestra última tertulia el sentido que para él tuvo el hospital de Grafenhof, una temporada en el infierno antes de encontrar a Dios, solo que en este caso Dios es el propio Bernhard, absolutamente decidido a no volver siquiera a pensar en someterse a una sociedad modelada por el nacional-socialismo primero y por el catolicismo más reaccionario después.

Al leer las terribles primeras páginas que dan inicio a “El frío” pensaba que en pocas ocasiones he visto en la literatura contemporánea algo tan parecido a los castigos del círculo infernal dantesco como ese desfile de desechos humanos arrojando esputos tuberculosos en una botella. A partir de aquí Bernhard ya no ofrece respiro y agarra al lector con ese estilo suyo envolvente y rítmico, entregado a la tarea de destruir sin piedad todo lo establecido.

Cuando me planteaba el tema sobre el que iba a centrar mi comentario pensé que casi estaba equiparando al joven de “El frío” con nuestro viejo conocido, el corredor de fondo de Sillitoe. No es lo mismo, por supuesto, pero uno tiene debilidad por los personajes con fisura, los marginados, los que se quedan fuera de un mundo ante el que progresivamente manifiestan su frontal rechazo. Sin embargo Bernhard está más enfermo que el corredor de fondo, lo está físicamente pero, tal y como dice la cita de Novalis que encabeza el libro, su enfermedad es una enfermedad del alma. La incompatibilidad adquiere caracteres que van mucho más allá de la respuesta visceral; desde aquel frustrado viaje en bicicleta de “Un niño” la falta de adaptación a la insoportable realidad tendrá su punto culminante en el alucinante descenso al infierno de Grafenhof, tal vez trasunto del infierno en el que los nazis convirtieron Austria. Conviene recordar que Bernhard, el que manifiesta que “ser austriaco es mi mayor desgracia”, no se esforzaría tanto por denunciar todo aquello que le resulta repugnante de su país si no fuera porque se siente profundamente austriaco. Y como Elfride Jelinek, admiradora y seguidora de la obra de Bernhard, atacó hasta el final el fascismo latente del que los austriacos no acaban de desprenderse.

¿Se podría hablar de resentimiento contra los fuertes? ¿Es la rabia del tullido frente a los sanos? Sinceramente no lo creo, los sanos están identificados con la opresión, desde los médicos, que practican su profesión con dejadez o con crueldad infinita, a las enfermeras, que parecen casi engranajes siniestros de un campo de concentración. Contra toda esta materialización opresiva se dirige la denuncia, contra quienes pretenden sumir a los enfermos en el engaño para mejor desarrollar su voluntad de poder. Y reconozcámoslo, enfermos somos la mayoría.

En un lugar tan espantoso como el sanatorio de Grafenhof, allí donde el único fin es esperar la muerte, Bernhard encuentra varios asideros que le libran de la total desesperación o de la posibilidad, presente en varios momentos, de entregarse al conformismo y la sumisión. Uno de estos asideros es la música, y estoy por pensar que es de las pocas cosas por las que Bernhard cree que merece la pena seguir viviendo. Personalmente considero que el trato que da al joven músico, su amigo como dice explícitamente, y al abogado humillado pero no derrotado, es bastante más generoso que el de simples comparsas de un perfecto ególatra. Bien es cierto que se convierten en el otro asidero reforzando la intención que va emergiendo hacia el final de la obra, una voluntad de escapar que acaba pareciendo inquebrantable y que le libra de una más que segura destrucción o aniquilamiento.

¿Es esta una simple historia de redención, el relato ya muchas veces visto de una voluntad de superación? Pues no, aquí no hay optimismo ni salidas fáciles. El “hombre aislado” ha estado luchando contra la muerte pero no santifica la vida, es alguien que conoce, que ha aprendido del contacto con la muerte. Y esos, amigo Manuel, son siempre los más lúcidos.


Juan

SORPRESAS EN LA ÚLTIMA TERTULIA

El pasado 3 de abril se reunió la Tertulia Literaria Benigànim en el lugar de costumbre para hablar sobre El frío, de Thomas Bernhard. Juanfe (Mat), Juan (G y H), Javi (Mat), Elvira (Bio), Rafa (F y Q) y Manuel (Cas) protagonizaron una octava tertulia que podríamos calificar de histórica.

El frío bate el récord de puntuación de la Tertulia.

En efecto, con un 7 de global El frío se convierte en la primera obra en alcanzar esta cota. Las puntuaciones se distribuyeron de la siguiente forma:

Juanfe: 8
Juan: 8
Javi: 7
Elvira: 7
Rafa: 7
Manuel: 5

Espero que en breve cada uno de los contertulios defienda en esta misma página su nota dándonos su opinión sobre El frío.


La novena tertulia puede convertirse en toda una operación nostalgia:


La elección del libro de la novena tertulia se convirtió en toda una vuelta de tuerca. La disposición previa de los contertulios p
arecía augurar la elección de un escritor ruso, con toda probabilidad del XIX. El nombre de Gogol ocupaba un puesto muy alto en las quinielas previas dado que este año se celebra el bicentenario de su nacimiento. Sin embargo ni siquiera llegó a proponerse finalmente una obra suya y Dostoievski y Tolstoi ocuparon su lugar. Las novelas propuestas y las puntuaciones finales fueron las siguientes:

Las montañas de la locura, H. P. Lovecraft 7 puntos
El lector, Bernhard Schlink 1 punto
Los demonios, F. Dostoievski 5 puntos
Pasos perdidos, A. Carpentier 1 punto
La sonata Kreuzer, L. Tolstoi 10 puntos
Los viajes de Gulliver, J. Swift 11 puntos
Pantaleón y las visitadoras, Vargas Llosa 1 punto

Por tanto el siguiente libro será Los viajes de Gulliver, con todo lo que eso implica.