lunes, 3 de enero de 2011

Etica para el fin de los tiempos. Sobre "La caída" de Albert Camus.





Puedo asegurarles que no estaba buscado pero, como verán, la tertulia sigue en su línea de coherencia a la hora de seleccionar lecturas. Lo digo por los paralelismos evidentes entre el descenso a lo más oscuro de la mente que lleva a cabo el funcionario de Dostoievski y la caída moral que sufre su heredero espiritual, el juez penitente de Camus. De acuerdo, no son equiparables el humanismo laico de Camus y el desgarro irracionalista de Dostoievski, sin embargo ambos asumen ese universo sin Dios que se atrevió a proclamar Nietzsche y que nos concede la plena libertad del sin sentido.

Nos puede sorprender, acostumbrados hoy a las sutiles disquisiciones sobre las palabras propias de la oledada posmoderna, que la reflexión ética tuviera tanta importancia mediado el pasado siglo. Era así, se lo aseguro, se catalogó como “existencialistas” a unos filósofos que se atrevieron a plantear como único horizonte real un final muy poco heroico tras una vida absurda. Por mucho que busquemos sentido solo vamos a encontrar un mundo ininteligible que puede hacerse angustioso. Y a pesar de todo, cuando aceptamos la irracionalidad del mundo sin caer en la desesperación, cuando asumimos nuestra miseria, la vida acaba teniendo cierto valor y la miseria puede transformarse en grandeza. Nada puedo esperar, lo que hago es inútil pero a nadie debo obedecer porque soy libre. Es por esto que Camus veía a Sísifo feliz, solo un rebelde puede encontrarse a sí mismo en una actividad inútil y no rendirse mediante el suicidio.

Sitúense en la Francia algo desengañada y confusa de mediados de siglo, Sartre y Camus inician un debate que marcará la vida cultural francesa y que hoy podría seguir vigente, el compromiso político y la ética, la dignidad y la justicia. No es una polémica cualquiera, se sustancia en revistas literarias y cada uno de ellos dejará recados al otro en alguna de sus novelas. “La caída” podría ser la última respuesta de Camus, el reconocimiento de su propia debilidad ante una encrucijada histórica en la que no se sintió a la altura. Frente a la inequívoca posición anti-imperialista de Sartre, Camus vaciló ante la justicia, encontró una fisura en su compromiso ético y convirtió en arte su irónica reflexión sobre la debilidad.

“La caída” es la tercera novela de Camus y supone una variante, casi diría que un viraje respecto al posicionamiento que había tenido su autor como moralista severo. Los elementos básicos del existencialismo están, sin embargo hay una reconsideración irónica que pone en cuestión la posibilidad de mantener contra viento y marea una honestidad sin tacha. ¿Recuerdan que Séneca ya lo había planteado? Haz lo que yo diga y no lo que yo haga, viejo problema casi insalvable, una cosa son los principios y otra muy diferente el individuo que los sustenta.

Admito la existencia de múltiples lecturas en la obra, creo sin embargo que en esa dificultad del ser y el deber ser radica el tema fundamental que preocupaba a Camus cuando escribió “La caída”. Clamence está muy lejos del humanismo ético del Bernard Rieux de “La peste”, es un hipócrita que no ha acabado de darse cuenta de su miseria y cuando lo hace, después del episodio del puente, se convierte en un ser ridículo; el superhombre no es sino un individuo más, un pobre tipo. A partir de ahí comienza su deambular penitente en busca de la gracia que nunca logra, solo obtiene un malsano consuelo en la demostración a los demás de que su culpa es también la de ellos.

Cuando digo que Clamence es un hipócrita es porque considero que, aunque lo oculte, sospecha de su fragilidad, no quiere pensar en ello puesto que apenas había visto perturbada hasta entonces su mentira, una mentira latente. Se engaña a sí mismo hasta que todo sale a la luz cuando se muestra incapaz de prestar ayuda a una suicida; de pronto todo se hace evidente, Clamence también ha caído hasta darse cuenta de su nimiedad insoportable. Ni es el abogado de causas nobles que “se acostaba todas las noches con la justicia”, ni ese ser superior que manipula a su antojo, ni siquiera el hombre confiado y seguro de sí que “vivía impunemente”, es un hombre frágil que ha tomado conciencia de su insignificancia. Inmediatamente hace un segundo descubrimiento, apenas unos pocos de los que vivimos en este mundo irreal, en este infierno que son los otros, se libran de la misma culpabilidad; a casi todos nos acaba persiguiendo la risa que no es más que el desgarrador desacuerdo entre lo que pretendíamos ser y lo que somos en realidad.

Es propio del artista convertir sus reflexiones en análisis de una mentalidad, transformar sus obsesiones en un diagnóstico sobre la condición humana. Es posible que Camus estuviera justificando su propia actitud, no sería el primer escritor que trata de exorcizar sus fantasmas, pero es que Camus era un artista, no un monumento a la moralidad intachable. Cuando entró en contradicción en el conflicto de Argelia acabó llegando a la conclusión de que ni siquiera podemos ser justos, por eso “La caída” es su obra más desesperanzada, por eso no hay posibilidad de recobrar la inocencia una vez se ha descubierto el mal moral. Y por eso Camus era en el fondo más honesto que Sartre, porque tuvo más presente nuestra radical imperfección.

domingo, 2 de enero de 2011

Elogio de la literatura y la ficción. El discurso de Vargas Llosa.




Es costumbre de los miembros de la tertulia tomarnos con calma el debate sobre el libro que nos reúne. En realidad aplazamos la discusión propiamente dicha casi hasta última hora; primero se come y se bebe cerveza, resolvemos los problemas del país, lamentamos la suerte casi siempre mala de nuestro equipo de fútbol, despellejamos a los ausentes y, ya al final, si queda algo de tiempo, hablamos de la novela que casi todos hemos leído. Es Joan Benavent (conocido como Juanfe antes de dejar huérfanas las aulas), personaje inspirador de la tertulia y cuya existencia está certificada por las fotos que acompañan a estos comentarios, quien habitualmente inicia el diálogo con una exuberancia verbal que, como podrán comprobar, suele regatearles a todos ustedes cuando se trata de plasmarla por escrito.

Durante la última reunión, antes de decidirnos a discutir sobre Camus, comentaba el propio Joan, con una mezcla de admiración y rechazo, el discurso que Vargas Llosa nos regaló cuando recibió el Nobel. Haciendo honor a su oficio de escribidor, Don Mario elaboró un hermoso elogio de la literatura acompañado de los correspondientes agradecimientos, tanto a los escritores que ama como a sus patrias de origen y acogida. Como la ocasión era idónea, también consideró conveniente dar cuenta de su amor por la libertad y de su intachable compromiso ético. Lo digo en serio, avala esto último un periódico tan honorable e independiente (el de la mañana) como El País y personajes de tanta solvencia como Javier Cercas (quiero pensar que en su defensa del ilustre peruano nada tienen que ver los elogios recibidos por “Soldados de Salamina”). Fue precisamente el señor Javier Cercas quien me hizo ver la luz tras un brillante artículo en el que acusaba de envidiosa a la progresía que ha digerido mal el encumbramiento de Vargas Llosa por la Academia sueca.

Pues bien, como les digo, nuestro compañero Joan Benavent no quedó del todo convencido y sigue algo escéptico respecto a la honestidad política del autor de Pantaleón. No pude por menos que mostrar mi perplejidad e indignación cuando afirmó que Vargas Llosa (por suerte ya no tendremos que decir aquello de “eterno aspirante al Nobel”) santificaba la injusticia social con su discurso. ¿Acaso no ha leído como yo la viril defensa de la libertad frente a regímenes populistas y antidemocráticos? Sí, es verdad que Don Mario denuncia al barbudo comunista, al mamarracho bolivariano y al desastrado y poco deportivo presidente de Bolivia pero se olvida de la democracia tutelada de Chile, de los crímenes de Estado cometidos por Uribe en Colombia, de la brutal represión desatada en Honduras o de los escuadrones de la muerte que siguen dictando su ley en Guatemala. Nada, un lapsus, todo el mundo sabe que a diferencia de otros colegas suyos como García Márquez o Neruda, el escribidor peruano nunca fue sectario.

¿Y qué me dicen de la emocionada defensa de los derechos humanos que lanzó a todo el universo conocido? Gente perversa le ha acusado de hacer una interpretación selectiva de tales derechos; vale, es posible que después de aprenderse los derechos civiles y políticos tuviera una necesidad perentoria y dedicara las páginas de los derechos económicos y sociales a un mejor uso. De acuerdo, nos puede pasar a todos pero no sean incrédulos, quien patrocinó una obra de tan agudo análisis político como el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” (desde “El príncipe” no se había visto nada igual) no ignora que sin derechos económicos y sociales la riqueza se concentra, las diferencias entre clases aumentan y los derechos políticos se convierten en papel mojado manipulado a su antojo por los privilegiados. Verán ustedes como tan comprometido escritor, cuando reciba el premio Goncourt, dirá unas palabras de aliento para los más desfavorecidos.

Pero la verdadera altura moral de nuestro hombre se plasma impagable en esa llamada esperanzada que nos propone, con nuestras popperianas sociedades “abiertas” dispuestas a solucionar los pequeños inconvenientes del neoliberalismo benefactor, siempre que no sea a costa de soportar nosotros sus excrecencias en forma de emigrantes. Me gusta especialmente, halaga mi sentimiento como español de bien, su admiración por nuestro proceso de cambio hacia la hermosa democracia que disfrutamos, tal vez un poco corrupta y demasiado oligárquica pero ¿qué quieren? Por aquí siempre se ha estilado lo de dejar que decidan por nosotros quienes más capacitados están para ello. Gente con criterio que sabe lo que nos conviene.

Comparto sus buenos deseos y su confianza en el futuro de Latinoamérica donde, sin pausa, y pese a la resistencia de gente anclada en el pasado, se va instalando la democracia que generará progreso y no desigualdad. Y no hagan caso a esos que dicen que la democracia liberal propuesta por gente como Vargas Llosa es una forma de justificar la capacidad de acumulación capitalista del Norte a costa de la dependencia y depauperización generalizada del Sur. Falacias que los indicadores económicos refutan con contundencia, no tienen más que darse una vueltecita por algún barrio de Lima para darme la razón.

Por todo esto, estimado Joan, creo que tu suspicacia solo puede ser producto de una visión del mundo ya periclitada. Estamos en el final de la historia amigo, asistimos al triunfo de la democracia liberal, la materialización más perfecta de la racionalidad en el tiempo. Y esto exige otro tipo de intelectuales, ni un opositor a las verdades establecidas, ni un tipo con conciencia crítica capaz de poner de manifiesto los mecanismos de explotación (si es que queda alguno). Lo que necesitamos es un gallardo paladín de las libertades, un portavoz del neoliberalismo que nos prevenga contra la utopía y patrocine el abandonismo crítico. Necesitamos a Vargas Llosa.