domingo, 20 de abril de 2014

Belleza cerca de la nada: "Seda", de Alessandro Baricco.

Quien haya visto la anodina película del mismo título tal vez no encuentre demasiados incentivos como para interesarse en la novela de Baricco. Sería un gran error, Seda es un relato hipnótico, al que hay que dedicarle una lectura lenta y atenta para descubrir la profunda poesía en lo que falsamente podemos interpretar como simple prosa. No aparenta demasiado, una miniatura oriental que se ha comparado con un haiku, pero en lo esquemático de su argumento hay algo que hechiza, como el paisaje por el que deambula el personaje protagonista.
La historia de Hervé Joncour, el largo viaje en busca de gusanos de seda, es una delicada combinación de sugerencias y símbolos, un triángulo entre la fascinación por Oriente, el atractivo misterio de lo desconocido y la entrega de una mujer que protagoniza la auténtica historia de amor del relato. La habilidad de Baricco consiste en una extrema contención que mantiene en sordina la pasión amorosa, la libertad que parece ofrecer un mundo desconocido o el sufrimiento de la pérdida. La seda no es solo el objetivo del viaje, es la imagen simbólica de una novela en la que se ha de intuir entre las palabras el nudo de conflictos y pasiones que se desarrollan. Ligera como la seda, pero imposible de captar en toda su belleza si no estás dispuesto a disfrutar de algo tan etéreo, porque leer Seda con ojos escépticos se aproximaría mucho a estar cerca de la nada.
No debía ser fácil allá por el siglo XIX, época en la que transcurre la novela, abandonar todo aquello que mantiene a una persona unida a sus raíces, en definitiva a lo que nos identifica y que resulta consustancial a nuestra existencia. La fidelidad al paisaje propio otorga la seguridad de lo previsible, una cierta rutina disciplinada de quien conoce lo que van a ir deparándole los días; pero hay quien siente esta apacible rutina con inquietud, una oculta ansiedad que tal vez no llegue a manifestarse. Hervé Joncour nunca sintió esa ansiedad, nunca hasta que asumió el papel de un nuevo Marco Polo para conseguir la seda con la que abastecer la industria de su pueblo.
Joncour siente la extrañeza de lo desconocido pero desde que llega a Japón queda deslumbrado, necesita volver una y otra vez atraído por una mujer que le fascina, la concubina del poderoso personaje que ha de proporcionarle los gusanos de seda. Estoy tentado de interpretar esta fascinación como una versión sutil y elegante del orientalismo que tan de moda se puso durante el XIX; o siguiendo la propia explicación de Baricco, no es simple deseo o atracción amorosa, sino un conjunto de pasiones a las que es difícil designar con un nombre exacto. Sin duda el relato deja entrever esas pasiones que se nos antojan volcánicas aunque apenas se revelen, pero me inclino por la vertiente del viaje interior, la necesidad de resolver un desgarro del alma que se siente insatisfecha. Es el ansia de conocimiento que se produce con la conciencia de una vida que pasa “sin aliento ni esperanza”. Hervé Joncour recuperará el equilibrio gracias a la mujer que ha comprendido toda su turbulencia espiritual y física, para acabar encontrando la paz -tal vez no del todo completa- en el lugar al que pertenece.
Comentaba Baricco en una entrevista que no escribiría sin pensar que va a decir algo que nunca se dijo antes; creo que, en realidad, lo que cuenta Baricco interesa por cómo lo dice, por esa capacidad para crear un universo literario de exquisita belleza a través del dominio del lenguaje. Apenas unos breves párrafos en cada capítulo -el autor habla de una estructura musical, como una partitura- nos van dejando captar gestos, actitudes, silencios que dibujan un relato que acaba dejando un poso de emoción y tristeza.