Emil
Zatopek.... el nombre ya suena rítmico, mecánico, como una máquina
de precisión fabricada en el Este. Es el nombre predestinado para
uno de los mejores corredores de fondo de todos los tiempos,
Zatopek, capaz de una hazaña increible: ganó en apenas diez
días las pruebas de 5.000 m.,10.000 m. y la maratón de la olimpiada
de Helsinki. Jean Echenoz, escritor de enorme elegancia pese a la
sencillez narrativa, dedica al corredor checo la segunda de sus
falsas biografías. Inventa un personaje a partir de hechos
rigurosamente ciertos, o más bien lo interpreta hasta darle una
dimensión de resistente inquebrantable frente a quienes siempre
quisieron utilizarlo. Zatopek, el corredor de estilo imposible que
destrozaba a sus contrarios con brutales cambios de ritmo, fue
considerado un héroe del pueblo, el ejemplo de la superioridad del
socialismo real sobre el corrupto capitalismo. Pero Echenoz nos
muestra un hombre humilde y discreto, casi un asceta del deporte,
cuya expresión más libre era correr.
Sí,
lo reconozco, busqué novelas de Echenoz después de leer la crítica
entusiasta que Carlos Boyero le dedicó en El País. Pero no empecé
por “14”, la obra que dedica a la Primera Guerra Mundial y que
Boyero recomienda de manera inexcusable, escogí “Ravel”, el
peculiar relato de los últimos años del músico francés. Como en
la biografía de Zatopek, el personaje inventado -un Ravel lleno de
manías y rarezas- acaba siendo utilizado como excusa para una
narración sorprendentemente sencilla, de un encanto difícil de
explicar. Apenas hay historia, ni desarrollo de personajes, ni una
trama que te mantenga en vilo, solo la desapasionada reseña de
rasgos cotidianos. Parece como si no hubiera nada más que lo leído
sobre el genio: Ravel es un tipo algo neurótico en el que es difícil
descubrir el inmenso talento del creador de Dafnis y Cloe.
Echenoz
es de novelas breves -lo que agradezco-, lectura ágil y gusto por el
detalle, durante algún tiempo he mantenido la duda -tengo una
inefable descofianza por los nuevos autores franceses- respecto a si
la obra es un hábil relato, más superficial que otra cosa, o tiene
auténtica sustancia literaria. La lectura de Correr derribó gran
parte de mis prejuicios, si bien admito que hay un gusto muy francés
por la elegancia y el artificio, algo parco en las características
que definen eso que llamamos la gran novela psicológica; sin
embargo, Echenoz maneja en esta obra la ironía y el sentido del
humor de manera magistral, manteniendo las distancias respecto al
protagonista y logrando, a pesar de ello, que el corredor callado y
en apariencia sumiso adquiera dimensiones míticas.
El
atletismo es un deporte apasionante con una historia de hazañas
legendarias, de héroes solitarios que lucharon contra sus propios
límites en un continuo esfuerzo de superación. La épica existe,
solo hace falta saber contarla. Eso es lo que hace Echenoz con un
punto de vibrante crónica deportiva, como si estuviera relatándonos
el documental de un personaje que se nos escapa un poco y sobre el
que arroja cierta mirada entre cálida e irónica.
Ahora
bien ¿Hasta qué punto llegamos a conocer realmente a Zatopek? He
leído varios comentarios de especialistas en carreras de fondo que
se han sentido defraudados porque Echenoz renuncia a mostrar las
auténticas sensaciones o pensamientos del corredor; ignoramos qué
es realmente lo que ocurre en una prueba de ese tipo, no conocemos a
un Zatopek que queda velado, semioculto, reducido a ser una marioneta
del poder que lo encumbra o lo degrada miserablemente. No conocemos
al hombre, solo sabemos que fue manipulado por dos regímenes
totalitarios, pero tenemos la sospecha que Echenoz hace lo mismo; le
importa poco Zatopek, que no es sino un símbolo, la forma de mostrar
la despersonalización a la que estamos sometidos cuando el poder
carece de límites. Entonces solo queda correr.