sábado, 28 de marzo de 2015

A vuestros cuerpos dispersos: el mundo del río.

Ante una obra con las especiales características de “A vuestros cuerpos dispersos”, me refiero a su condición de clásico de la ciencia ficción, plantearía tres grandes apartados a considerar. Respecto a la calidad intrínseca de la novela, entendida como obra artística, no creo que alcance grandes cotas: el estilo es descuidado, apenas funcional y carente de ninguna trascendencia. Queda claro que a Farmer le preocupaba esto más bien poco y no parece que tuviera la intención de convertirse en un Marcel Proust. Un escritor de ciencia ficción, a no ser que seas Lem, va a lo que va, le interesa plantear temas que respondan a cuestiones latentes o busca explicar aquello que afecta a nuestra propia condición, incluyendo los grandes problemas existenciales. Farmer entra perfectamente en estos parámetros.
La segunda cuestión afecta a un concepto que es indisociable de la ciencia ficción, el sentido de la maravilla. Por aproximar una definición, sería la capacidad de un escritor para llevarte a mundos maravillosos cuyo misterio no acaba de revelarse del todo y que resultan tan creíbles como sugerentes. Es evidente que hay un componente en el género que tiene mucho de evasión, de eludir la rutinaria realidad y cambiarla por el anhelo de mundos en los que todo es posible. “A vuestros cuerpos dispersos" y la saga del mundo-río logra su propósito a juzgar por el entusiasmo de sus seguidores, pero tengo muy serias dudas de que esa fascinación alcance a quienes somos más reticentes ante las fantasías científicas. Aprecio más la creación de universos personales coherentes y realistas que las fantasías delirantes de las space operas, es una opción personal, solo digo que me resisto al poder evocador y sugerente del mundo-río de Farmer, con esa mezcla de personajes históricos, pueblos diversos resucitados y extraterrestres que se aburren y juegan a ser dioses. La impresión que me provoca es la de ambiciosa propuesta que acaba resultando chocante y superficial, que dispersa el interés y distancia continuamente de una trama central mucho más apasionante si se hubiera decidido por elementos más estilizados y menos abigarrados.
Entonces ¿Cuáles son las virtudes de “A vuestros cuerpos dispersos” para los que no somos grandes aficionados a la ciencia ficción? Pues las hay, aún considerando que los múltiples temas que pretende abarcar Farmer no reciben las respuestas más satisfactorias. De toda la cantidad de propuestas que nos presenta es la visión iconoclasta de la resurrección uno de las más interesantes. El comienzo es delirante, aunque seguramente contenga las mejores páginas del libro: todos los muertos desde el comienzo de la humanidad son resucitados en una especie de paraíso terrenal, pero no es Dios quien ha obrado el prodigio anunciado en las Escrituras, son unos extraterrestres aburridos que pretenden pasar un poco de su vida inmortal experimentando con los humanos. Hay en la propuesta algo de humorístico y de deliberada provocación..... y es que se trata de la muerte, nuestra mayor obsesión, la base de cualquier religión. Pero Farmer se aleja de explicaciones religiosas y recupera la vieja idea de los extraterrestres que sustituyen a la divinidad, racionalizando la resurrección y ofreciendo una respuesta pseudocientífica y desafiante. La novela se convierte así en una distopía en la que los humanos repiten sus peores comportamientos terrenos, dando la razón a aquella teoría tan popular en los años setenta que hablaba del “mono asesino” como origen de nuestro desarrollo cultural.
El otro gran acierto de Farmer es el diseño del personaje protagonista representando en la figura histórica de Richard Burton, el gran explorador de la época victoriana. Burton representa la rebeldía, el espíritu del racionalismo inglés o incluso la encarnación del mito faústico de Occidente: el hombre empeñado en aventurarse hacia lo desconocido que intenta llegar a las fronteras del mundo y de la misma condición humana.
Es en este punto donde encuentro lo más valioso de la obra de Farmer; se puede ser profundamente pesimista sobre la condición humana pero al final acaba surgiendo aquello que nos distingue como especie y nos redime de nuestras miserias: la decisión de no someterse a quienes nos seducen con la seguridad a cambio de renunciar a la libertad de conciencia.