miércoles, 26 de agosto de 2015

Iliada: La cólera de Aquiles

Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles, hijo de Peleo…..


Y el relato de la cólera de Aquiles será una apología del belicismo, el canto de las hazañas de unos héroes despiadados que fueron a Troya en busca de oro, esclavas, honor y venganza. Pero  sobre todo, en busca de la gloria y la permanencia en la memoria de los hombres. La ética de la Iliada consagra la decisión de Aquiles, el rechazo de una larga existencia insignificante a cambio de permanecer en Troya y conseguir la gloria eterna al precio de la propia vida. Incluso Héctor, tal vez el héroe más cercano a nosotros, si bien lamenta los horrores de la guerra niega para su hijo una vida pacífica. Sabe que no es posible hacerse un hombre sin la guerra, terrible y necesaria a un tiempo para alcanzar la felicidad. 
Dice Simone Weill que la Iliada es la única auténtica epopeya que posee Occidente, la Odisea no deja de ser una imitación irónica que rompe con la moral aristocrática de la época heroica: en la Odisea se nos habla de supervivencia con un personaje tan sinuoso como Ulises y un Aquiles que parece arrepentido de su gloria. En la Iliada están apuntados esos aspectos que distorsionan la ética aristocrática pero, sin duda, su sentido último es la muerte honrosa en el campo de batalla.
Puede que les ocurriera algo parecido. En la primera aproximación a las obras homéricas albergaba el temor de que la cultura oral en la que se gestaron pudiera resultarme demasiado lejana, con poco que decir a un lector llegado de los tebeos y con apenas un par de libros de cierto calado digeridos. El temor desaparece rápidamente si empiezas con la Odisea, desde el momento en el que Ulises cuenta sus maravillosas aventuras sabes que estás ante uno de los personajes más reconocibles y próximos de la historia de la literatura. La Iliada resulta más indigesta para estómagos delicados, veinticuatro cantos llenos de atrocidades, un auténtico reguero de sangre. Y sin embargo es también apasionante, tal vez sea la atracción que sigue ejerciendo la guerra o la fascinación por la épica heroica ¿Pero qué mensaje nos deja hoy la historia de unos personajes en guerra por defender su honor y lograr la gloria destripando enemigos?
Si Grecia está en el origen de la civilización occidental es evidente que la Iliada ha de contener elementos que siguen alimentando nuestra cultura. Según Nietzsche es precisamente en el periodo de la excelencia aristocrática, representada por los héroes, donde se encuentra la esencia de lo griego, el momento en el que se desarrolla aquello que es inherente al ser humano: la voluntad de poder. El filósofo alemán niega que el centro de gravedad de lo griego sea la época de Pericles, el fulgor del periodo clásico que ha sido idealizado y distorsionado por un mundo occidental que perdió sus auténticos referentes; es en la época arcaica donde encontramos a los verdaderos griegos, donde la cultura todavía no ha sido debilitada, ahí está el origen creador de nuestra civilización.
Nietzsche incide también en una idea que en absoluto nos es ajena, la tarea del individuo excepcional, el héroe virtuoso que determina el curso de la historia. Podemos pensar que si  la sociedad arcaica no se hubiese constituido a partir de la noción de lucha en la que un héroe se impone a otro, tal vez no se hubiesen logrado más adelante las grandes manifestaciones culturales del siglo V ateniense, aunque a Nietzsche le parezcan despreciables por la influencia socrática. El hecho es que la Iliada no es solo la descripción ininterrumpida de las hazañas bélicas de unos guerreros portentosos; cuando se interrumpe la batalla, en esos momentos en los que se inician deliberaciones y litigios resueltos con la palabra, el ardor guerrero cede y se intuye un cierto temor a reanudar el combate. Hay algo que nos habla, más allá de las hazañas, de una civilización que convertiría “los espíritus de la muerte” en un bellísimo poema épico y las querellas entre los héroes en instituciones deliberativas que consagraban la libertad. 
Durante todo el desarrollo del poema es indiscutible para el narrador que los troyanos son inferiores en virtudes a los aqueos, sin embargo se trata de un enemigo del que nunca se oculta su excelencia. Homero, o quien fuera que compilara la tradición oral de las hazañas micénicas, supo entender que la grandeza de la victoria depende del valor y la resistencia del oponente. No solo esto, la Iliada se fija en la humanidad de los héroes y es en la descripción de Héctor, la gran figura rival de Aquiles, donde encontramos al personaje más humano e incluso al que hoy reivindicaríamos. Héctor es el tipo de héroe que podríamos aspirar a ser, desde el principio se ha puesto al servicio de su pueblo para resolver el terrible error de Paris que condenará a Troya. Su sabiduría y valor no bastarán cuando se enfrente a Aquiles, sabe en el fondo que será derrotado y por ello resulta aún más admirable su entrega. Si Aquiles es un héroe incapaz de ilusionarse y en permanente enfrentamiento con el mundo, Héctor es el héroe de las ilusiones, el hombre que afirma todo lo que el aqueo niega y del que su muerte, trágica e inevitable, acaba pareciéndonos inmerecida.
En todo caso, Aquiles no es solo una máquina de matar ni el estúpido que a veces se ha contrapuesto al inteligente Ulises. Muestra una notable lucidez a pesar de su cólera y es capaz de desenmascarar el comportamiento artero y caprichoso de Agamenón. Eligió un destino glorioso que nunca parece convencerle del todo y, lejos de la seguridad del iluminado, llegará en la Odisea al arrepentimiento y a desear una vida de esclavo con tal de estar entre los vivos. Es este aspecto siempre presente en Aquiles, la conciencia lúcida sobre la condición humana, lo que otorga una singular grandeza al encuentro con Príamo, cuando se apiada del padre. Mientras los héroes sufren y mueren, los dioses viven una existencia feliz y despreocupada, de esto es consciente Aquiles y de ahí la compasión por el dolor de Príamo en uno de los fragmentos más íntimamente emocionantes de todo el relato. En el interés de Homero por lo humano y lo ético encontramos el precedente de aquello que caracterizará a la cultura griega y que nos llegará como su principal legado, el afán por encontrar una explicación racional a los enigmas de la naturaleza y de los hombres.