sábado, 12 de septiembre de 2009

Arthur Gordon Poe





Tekeli-li, musita enloquecido uno de los supervivientes de las terribles aventuras a las que acabamos de asistir. Tekeli-li, chillan gigantescos pájaros salidos del infierno blanco, mientras una canoa se adentra en el mar de agua lechosa e hirviente en el que algunos han creído ver el punto de no retorno. Una palabra de un lenguaje misterioso y ancestral que anuncia la inmensa figura blanca surgida en el abrupto final de la Narración de Arthur Gordon Pym, dejando a los lectores perplejos y aturdidos. Julio Verne quiso racionalizar el delirio en una de sus novelas más desafortunadas y convirtió la figura surreal en esfinge de hielo, Lovecraft pretendió materializar el horror a lo desconocido haciendo uso de su particular mitología monstruosa, pero es Poe quien consigue agarrarnos con una obra llena de situaciones al límite en la que la alucinación parece ir abriéndose paso conforme avanza hacia su final.

La única novela larga de Poe es una obra de encargo que, pese a ello, no es en absoluto ajena a su mundo personal. Podemos descubrir elementos que van desde “El descenso al Maelstrom” a “El enterramiento prematuro” pero, y lo encuentro sorprendente, nunca ha sido demasiado valorada. Poe es un maestro en las formas breves, esto es indudable, lo que se discute es su capacidad para dar coherencia a una obra de mayores dimensiones, de ahí que muchos de sus críticos consideren que la desbordante fantasía acaba engulléndola hasta hacerla desmesurada. Me pregunto dónde está la incoherencia en lo que, a mi entender, es una magistral reelaboración de viejas historias marinas convertidas en aventuras apasionantes y de asfixiante presión psicológica.

Desde el principio el lector tiene la sensación de que el riguroso informe de intachable realismo resulta anómalo y perturbador, se diría que hay algo de sospechoso en lo que se pretende veraz relato de hechos pavorosos. Nuestra sospecha procede del principal recurso utilizado, la combinación de detalladas y asépticas descripciones geográficas con hechos surgidos de una mente distorsionada. Esa es la cualidad más notable y perturbadora de la obra como ya hizo notar Baudelaire, uno de los más lúcidos y ardientes defensores del genio de Poe. El hipernaturalismo multiplica hasta lo insoportable el horror de lo narrado.

¿Y es al protagonista o es a Poe a quien le van superando los acontecimientos conforme se aproxima la necesidad de finalizar el relato? Con un escritor tan propenso a desbordamientos de todo tipo es complicado afirmar que el autor es capaz de diseñar con lucidez tanto desvarío. Sin embargo, a poco que nos fijemos, la narración presenta un preludio, que funciona a modo de aviso de lo que ocurrirá, seguido de tres partes culminadas cada una de ellas con hechos de enorme tensión. El final, que sugiere el progresivo trastorno del protagonista, no es en absoluto producto de la incapacidad para resolver hechos tan extraordinarios, es un remate metafórico que cuadra a la perfección con ese torrente de imágenes y visiones que están entre lo mejor escrito nunca por Poe.

Y en cualquier caso ¿no es en verdad genial la capacidad para embriagar al lector dejándole al final que sea él quien imagine qué es realmente tekeli-li? Puede ser cualquier cosa, lo más terrible, lo más inimaginable.