sábado, 2 de mayo de 2015

"Solo en Berlín", de Hans Fallada: la resistencia silenciosa.

A pesar del miedo, la represión y el asesinato, en la Alemania nazi no todos fueron gregarios entusiastas del Régimen. Hubo grupos de resistencia comunistas, católicos y en el mismo ejército, pero también individuos aislados que, en la medida de sus fuerzas y con gravísimo riesgo, decidieron que la única postura digna era la oposición.
Solo en Berlín nos habla de esta resistencia oculta a través de un relato que describe maravillosamente el ambiente insano de una ciudad en guerra, con tonalidades casi de novela negra. Aunque hay toda una galería de personajes que van confluyendo en la trama principal, los protagonistas son un matrimonio de mediana edad que, tras la pérdida de su único hijo en combate, deciden mostrar su disidencia de una manera en apariencia nimia: escribiendo y distribuyendo postales de denuncia contra el Régimen. La Gestapo, a través de un policía que acecha pacientemente a sus presas, irá poco a poco estrechando el cerco contra dos personajes que creen estar protegidos por su propia irrelevancia.
El autor es Hans Fallada (pseudónimo literario de Rudolf Ditzen), escritor casi olvidado que escogió, como los héroes de su novela, la difícil postura del exilio interior. Su vida daría para otra novela, con episodios familiares oscuros, estafas, adicciones, problemas psiquiátricos, concesiones al régimen nazi y unos últimos años en los que decidió instalarse en la RDA, lo que contribuyó a que su obra quedara ignorada en Occidente. El estilo de Fallada está lejos de la narrativa intelectual o psicologista de Mann o Zweig, es mucho más popular, más propio de la literatura de denuncia social que representaba Brecht.
Quedarse en Alemania debió significar para Fallada una crisis de conciencia. Mientras algunos de sus colegas más relevantes tomaban el camino del exilio y la denuncia contra la barbarie nazi, Fallada, que ya había tenido algún conflicto con la policía política, intentaba sobrevivir escribiendo novelas de entretenimiento y procurando evitar la censura de las autoridades. Thomas Mann hizo público su desprecio ante esta decisión que, sin ser la de un colaboracionista, podía interpretarse como la de un hombre débil y cobarde. Seguramente por eso, por su propia debilidad, quiso reflexionar sobre el valor de la resistencia más silenciada y, quizás, irrelevante. “Cada uno según sus fuerzas y disposición, lo importante es oponerse”: esta es la idea, sacada de su propia correspondencia, que se deriva de “Solo en Berlín”, la necesidad de resistirse a la integración y a la degradación moral que el fascismo impone sin alternativas.
Mediados los ochenta se suscitó en Alemania una importante controversia sobre la naturaleza del nazismo que acabó recuperando una cuestión nunca del todo resuelta, la culpabilidad de los alemanes en los crímenes nazis. No parecía de recibo atribuir la exclusiva responsabilidad de lo sucedido a los jerarcas, puesto que decisiones que afectaron de manera tan dramática a amplios grupos de excluidos requerían la complicidad activa y pasiva de buena parte de la sociedad. Si el horror fue posible se debió a la dejación de muchos ciudadanos que renunciaron a su libertad de elegir, lo que ya de por sí es una condena puesto que, como afirmaba Kant, el ser humano lo es porque su voluntad puede dominar una natural tendencia a la corrupción. Las excusas pueden ser poderosas pero negarse a contribuir, en la medida de las posibilidades, a la lucha por el imperio del derecho y la libertad constituye una culpa política y moral de primer orden.
Ante la ignominia solo cabe la resistencia y la lucha, aunque aquello que podamos hacer sea apenas el gesto de escribir unas postales contra Hitler que llegarán a muy pocos y convencerán a menos. Incluso a pesar de que tan pequeño gesto conduzca a la muerte del autor y de quienes le rodean es el único posicionamiento verdaderamente heroico y consecuente ante un régimen que degrada al ser humano y lo reduce a sus instintos más crueles e infamantes. Por eso la pequeña resistencia silenciosa de Otto y Ana Quangel, figuras apenas heroicas, incluso a veces antipáticas, merece ser recordada, aunque quedara sepultada en los achivos de la Gestapo sin más importancia que la de dos inconscientes que se jugaron la vida tontamente.
Me inquieta pensar lo que yo habría sido capaz de hacer ante el imperio del terror, con la vida pendiente de un hilo al menor atisbo de resistencia. Es fácil hablar con la tranquilidad de la distancia y la libertad más o menos asegurada. Fallada vivió está sensación e intentó expresar desde dentro la dinámica de humillación y terror que anula los mecanismos de elección moral. Eso sí, no es precisamente un autor sintético, se toma su tiempo -más de seiscientas páginas- pero les aseguro que es apasionante.