viernes, 31 de agosto de 2018

“Defensa cerrada”: Jaritos, un hombre corriente.

Desde los grandes clásicos de la novela negra norteamericana, cuyo compromiso social marcó profundas diferencias con la novela policíaca anterior, el género ha ido evolucionando hasta adquirir un extraordinario auge en la actualidad. Las claves de su éxito, tal y como dice el propio Markaris, están en la posibilidad de realizar una auténtica radiografía social a partir de una trama criminal, lo que resulta perfectamente normal dado el nivel de desquiciamiento y desestructuración que trajo el “triunfo de la libertad y la democracia” tras la caída del muro de Berlín. Una generación magnífica de autores ha utilizado los marcos del género para renovarlo y otorgarle características peculiares según el ámbito geográfico en el que se desarrolla. Todos hablan de sociedades en una situación de crisis que se manifiesta de formas diferentes, aunque mantengan las características básicas: Sólida estructura argumental, la creación de tipos reconocibles y personalísimos y un ritmo creciente que atrapa al lector. 
Markaris se sitúa al frente de la novela negra griega y representa, junto a Vazquez Montalbán y Camilleri, la versión mediterránea del género. Si exceptuamos a Sciascia, cuyas historias centradas en la mafia y profundamente críticas influirán especialmente en Markaris, son autores a los que une una mezcla de humor, violencia, compasión y también desesperanza escéptica ante las posibles soluciones para recuperar una sociedad abatida y devorada por la crisis. También los une el gusto por la comida, muy propio de territorios del sur, y para lo que Markaris tiene su propia explicación: “En la Europa del sur la emancipación femenina vino mucho más tarde que en la Europa central o del norte. Fue malo para las mujeres, pero bueno para la cocina. En el norte, donde la liberación femenina vino mucho más temprano, fue bueno para las mujeres pero malo para la cocina.”
A partir de estos elementos comunes, Markaris logra que la serie del comisario Jaritos tenga sus peculiaridades propias. El protagonista es un tipo normal, un policía de mediana edad no especialmente astuto, tampoco es un duro del estilo del noir norteamericano. Su mujer parece la típica griega de costumbres tradicionales y un poco pesada; Jaritos se comporta con su hija como un pequeño burgués protector y celoso; no es sino un ciudadano de clase media, solo que tan honesto que desentona en un país en el que la corrupción parece anegar toda la vida pública. Precisamente esa es la idea, la magnífica manera de trabar la vida familiar del policía con las circunstancias de un país en  crisis otorgan una gran sensación de verosimilitud al personaje. De este modo Jaritos se convierte en el mejor instrumento para denunciar las miserias de la sociedad griega, pero también es el individuo, perfectamente reconocible y cotidiano, que pone algo de orden en una sociedad desestructurada.
“Defensa cerrada” es la segunda novela de la serie, anterior a la famosa trilogía de la crisis y con un componente político menos evidente, lo que no significa que no exista el retrato incisivo de la sociedad y sus corruptelas a pequeña y gran escala. La trama es muy hábil, a pesar de ciertos recursos que a los ávidos lectores de novela negra les pueden parecer un tanto fáciles. La investigación criminal, el Macguffin de Markaris para poder plantearse preguntas relevantes sobre su país y sus compatriotas, nos lleva primero al convencimiento de que la trama va a ser imposible de resolver porque están implicadas las más altas esferas, un nido de corrupción ante el que nada va a poder hacer un simple y honrado teniente de policía. Y cuando te convences de que la impunidad de políticos corruptos y poderes económicos que expolian al país está a salvo, resulta que la resolución del caso pasaba por cuestiones mucho más simples, por algo tan propio de una novela de Raymond Chandler como una venganza en medio de las turbias relaciones en una familia de clase alta, casi un golpe palaciego. Por cierto, el pobre Jaritos se pasa la novela con problemas del corazón y tomándose pastillas tranquilizantes, problemas físicos que no hará sino agravar al final de la novela por esa maldita honestidad suya al estilo Marlowe.
No sé por qué, antes de leer a Markaris pensaba que sería uno de esos intelectuales que han ayudado al triunfo, un poquito fiasco también, de Syriza. Desde luego es un hombre de izquierdas, pero no, considera que la coalición presuntamente radical que gobierna Grecia está compuesta por una banda de incapaces que no han sabido comprender que la crisis se la buscaron los griegos solitos y que las primeras medidas de la Troika -rechazadas en referendum- eran la única solución. Vamos, que a Markaris las propuestas rupturistas no le convencen en absoluto, en realidad es un viejo creyente en la socialdemocracia que se ha vuelto totalmente escéptico porque los viejos partidos progresistas ya no tienen respuestas. Es una extraña contradicción, quienes siempre confiaron en los mecanismos de regulación del sistema se han visto desbordados por el avance del neoliberalismo pero, al mismo tiempo, permanecen atenazados por el miedo a una ruptura que se contempla como un salto al vacío. Siguen pensando que se puede embridar el sistema -digámoslo así-, que es posible recuperar el pacto social entre capitalismo y clase obrera que funcionó razonablemente bien hasta la llegada de Thatcher y Reagan. Entiendo su escepticismo, Markaris anda ya en una edad provecta y seguramente sospecha que el oscuro cuadro de Grecia que nos presenta tiene cuerda para rato. 

miércoles, 15 de agosto de 2018

Doctor Jekyll: La moral del esclavo.

Durante mucho tiempo cometí un error lamentable, descartar la lectura de una obra como “La isla del tesoro” porque las aventuras de Jim Hawkins y John Silver el Largo me las conocía al dedillo en los formatos más diversos. Menos en aquel con el que debía haber empezado, la propia novela. Es un caso diferente al del Doctor Jekyll, porque si “La isla del tesoro” podía imaginármela como un relato juvenil sin mayor relevancia, el caso del doctor y su doble tenía resonancias a novela gótica un poco siniestra. Un auténtico arquetipo literario del que pretendía conocer todos sus secretos sin necesidad de recurrir al original de Stevenson. 
De haber seguido manteniendo esos prejuicios bastante torpes me hubiera perdido dos obras extraordinarias, los relatos de un escritor con “encanto”. La verdad es que Savater, que es quien utilizó este calificativo, no acaba de definir lo que significa el “encanto” en literatura, pero tal vez sea eso, indefinible. O algo que escapa a lo que consideramos maestría en el uso del lenguaje, o tal vez un “estilo” reconocible, una inspiración extraña y particularísima que hace especialmente gozosa la lectura de cualquiera de sus obras.
Hablando de Savater, con ocasión del renovado interés por la obra de Stevenson que se produjo en los años ochenta, se planteó una discusión bastante interesante en la que Savater asumió la defensa de un determinado tipo de literatura que representaría Stevenson. Lo que para unos era el ejemplo de narrativa limpia, que conecta con el lector por su sentido de la aventura y por un componente ético que sus libros más “juveniles” no dejaban traslucir, era para otros un autor menor cuyos seguidores pretendían frenar el desarrollo de una literatura más experimental y arriesgada. La discusión me parece estéril porque, afortunadamente, defender a Stevenson no significa que no pueda uno leer a Joyce, otra cosa es que tal vez el “Ulises” del maestro irlandés pueda provocarnos algún dolor de cabeza. 
Por cierto, uno de los detractores de Stevenson, Cabrera Infante, aducía que el Doctor Jekyll, la única obra que le parece valiosa de nuestro autor, fue escrita a partir de la lectura del “William Wilson” de Allan Poe. Sin embargo, el doble, el doppelganger tan recurrente en la literatura romántica, adquiere en Poe características diferentes. El personaje que aparece reiteradamente en la vida de William Wilson es algo así como la conciencia entendida en su sentido más positivo, la que intenta reconducir al disoluto y alejarlo de sus malas costumbres. Tal vez Stevenson tomó la idea del doble, pero buscando el aspecto más oscuro del subconsciente en una especie de análisis freudiano avant la lettre: Hyde es el inconsciente reprimido que pugna por salir y desborda la buena conciencia del Doctor Jekyll. Aquello que Freud llamaría el superyó es en la novela una insufrible y represiva sociedad victoriana que anula los instintos, la posibilidad de satisfacer determinados deseos que serían inaceptables según las reglas morales imperantes. Por eso existe una dualidad de caracteres que se transforma en lucha desesperada entre el bien y el mal. 
La novela consiste en las investigaciones de un tal Utteson, personaje que sirve de hilo conductor de la historia, en su intento por desvelar la verdadera identidad de Hyde. Es Hyde un individuo que provoca una sensación de extraño desagrado y que parece ejercer una malévola influencia sobre un antiguo amigo de Utteson, el doctor Jekyll. A partir de las declaraciones de varios testigos se va desvelando la naturaleza criminal de Hyde pero Stevenson reservaba una sorpresa terrible a sus lectores, Hyde y Jekyll son en realidad la misma persona. El carácter desdoblado del doctor, en una suerte de esquizofrenia con efectos físicos, consiste en una naturaleza perversa y de instintos desbordados y otra sometida a las normas morales victorianas. El odio y el horror creciente de Jekyll por su temperamento diabólico le llevará a acabar con su vida.
Pero ¿Realmente odia Jekyll al señor Hyde? La necesidad acuciante de reprimir los instintos lleva a Jekyll a buscar privadamente la satisfacción de sus deseos, seguramente muy cuestionables e inaceptables en una sociedad tan puritana. Como los héroes románticos, Jekyll está acosado por su personalidad lasciva y reprimido por su personalidad amable, son dos almas ligadas que luchan por separarse. El error de Jekyll, que seguramente es el lastre del propio Stevenson, es la incapacidad para superar la culpa y para fundamentar con ese triunfo de los instintos aquella moral aristocrática de la que hablaba Nietzsche. Ciertamente Hyde es presentado como un asesino amoral cuyos deseos son tan oscuros que Stevenson ni siquiera se permite desvelarlos, pero es evidente que sus actos tienen consecuencias muy perturbadoras para el orden social victoriano. No estamos hablando de un reformador social por supuesto, se trata de la tragedia del héroe romántico cuyos anhelos desbordan la conformidad social e incluso su propia naturaleza. Deberá someterse a la moral de los esclavos, aunque su verdadera personalidad reclame una moral de señores.