A pesar de la inevitable sospecha de que tras “Viaje al fin de la noche” se oculta un mensaje que rechazo sin paliativos, creo que es una novela portentosa que merecería un comentario destacando su maestría sin necesidad de recurrir al caso Celine. Pero sería mentirme a mí mismo, no solo porque es un escritor que arrastra la polémica cada vez que se habla de él, sino porque volví a su obra con la intención de machacarlo sin piedad a poco que descubriera los síntomas de un impresentable racista. No hace mucho revivió el debate en Francia con ocasión de un posible homenaje que reconociera a Celine como un referente literario de primer orden. No pudo ser y una vez más fue rechazado porque es imposible olvidar escritos y actuaciones que, no hay por qué negarlo, son indecentes. Sin embargo, todo depende del sentido que queramos darle a la obra artística y, si el objetivo del arte es la belleza, Celine tiene argumentos de sobra para ser considerado un maestro. Sería cuestión de entender, como decía Bernard Henry Levi, “la oscura y monstruosa relación entre el genio y la infamia”.
No es una tarea simple, la vida de Celine está llena de contradicciones que provocan la sensación de que su figura es difusa y compleja. Sus incendiarios panfletos antisemitas solo podían ser escritos por un cerril o por un paranoico, el servilismo con los nazis durante la ocupación no puede explicarse de otra forma que mediante la íntima convicción o por una insuperable cobardía y, esto es bien sabido, nunca se arrepintió de sus ideas más repugnantes ni de aquellos escritos racistas. Es cierto, también lo es que dedicó una gran parte de su vida a trabajar como médico para los más desfavorecidos, que en realidad no colaboró con el gobierno de Vichy y que, si analizamos obras como el “Viaje…o “De un castillo a otro”, Celine no parece en absoluto un hombre de partido sino un profundo escéptico.
“Viaje al fin de la noche” es una novela que suscita el entusiasmo en muchos incondicionales. Y debo decir que lo entiendo, la degradación absoluta y la visión nihilista de la existencia, prácticamente sin concesiones, causa en el lector un insoportable agobio o la plena certeza de que nadie ha comprendido tan lúcidamente la existencia como Celine. Su vida en nada desmiente una extrema desfascinación -aunque hay quien asegura que una gran parte de su biografía es impostada- e incluso la polémica que su figura suscita en Francia ayuda también a encumbrarlo como enfant terrible mucho menos artificial que otros. En mi caso no he podido evitar la aparente contradicción entre la conciencia de degradación y la entrega a la extrema vulgaridad regeneradora del nazismo. Hay algo que no funciona, algo que ya detectó Trotsky en una de las primeras críticas al deslumbrante debut literario de Celine. Trotsky fue especialmente certero al analizar la obra y considera que tiene su origen en el hastío de la vida, nunca en la rebelión. No hay tregua para el clero, para el Ejército, para los políticos, sin embargo no podemos decir que exista una denuncia de las condiciones sociales en Francia, a Celine cualquier estructura social le parece deleznable. Su profunda desesperación es resignada porque, si bien la crítica a lo real es descarnada, está rechazando también el cambio por considerarlo inútil. En realidad, lo que hay en Celine es un abismal desprecio elitista por sus semejantes, una sublimación del narcisismo, del egoísmo más extremo que te hace primero anarquista para acabar convertido en un nazi. Aunque escriba sobre la miseria de los hombres, no esconde su desprecio por ellos.
Todo esto no quita para que, como decía, la crítica social resulte devastadora. La parte inicial, que probablemente es una de las más estremecedoras descripciones de la Primera Guerra Mundial, nos sitúa en una mentalidad que se generaliza en Europa tras una guerra tan destructiva y terrible. El conflicto impulsó una gran crisis del sistema de valores vigente hasta entonces en la civilización occidental. La muerte, la destrucción y el horror marcaron a una generación de combatientes, mientras se hacía cada vez más evidente quiénes habían utilizado la guerra en beneficio de sus intereses. La irracionalidad surge de un profundo pesimismo sobre la posibilidad de perfectibilidad humana y de los desmanes producidos por el progreso. En Celine se plasma en una consideración totalmente negativa sobre nuestra condición, solo ve malvados y mediocres fracasados, de ahí la feroz sátira contra la civilización occidental que adquiere una dimensión todavía más efectiva por el lenguaje utilizado en la novela, algo nunca visto antes y que cuadra a la perfección con el contenido. El lenguaje callejero y directo, como una provocación constante a los buenos sentimientos, muestra un permanente estado de crispación que le permite decir lo que nadie se atreve, aquello que incomoda, provoca y motiva al lector.
Después de la suprema degradación de la guerra llegamos a la explotación sin límites que relata en Africa, el mundo es absurdo, carece de sentido y solo le queda el recurso a la ironía de la que tampoco se libra el episodio en los EEUU. Allí nos presenta una sociedad deshumanizada en la que el mecanicismo lo invade todo, en la que apenas hay signos de solidaridad. Por eso el protagonista huye de todas partes, en todas partes encuentra el vacío más absoluto, con la salvedad de la prostituta Molly, tal vez el único personaje con el que demuestra algo de ternura. La huída es un intento por escapar de lo irremediable, por constatar que el cambio de lugar no resuelve la quiebra existencial, es una huída hacia la noche identificada con la existencia, que no es luminosa sino oscura y miserable. Reconozcamos que Bardamu, tan despreciable por muchos conceptos, no es de los que pacta cada día con la existencia para evitar cuestionarse nada, sabe que todo es mentira, que la existencia es un absurdo que exige docilidad y sumisión. Es en este aspecto donde mi condena a Celine deja de ser sumaria, en la incapacidad de reconciliación con la vida reconozco la lucidez del escepticismo radical de Cioran, tan próximo a Celine como a la sospecha que a cada momento nos asalta cuando abandonamos la necesaria dosis de optimismo con la que afrontar cada día.
Explica Cioran que las grandes carnicerías de la historia son perpetradas por los fanáticos, los lúcidos son perseguidos por aquellos que se empeñan en demostrar que son infalibles. Celine odiaba toda adscripción ideológica porque se recluyó en una especie de dandismo intelectual, cualquier argumento que otorgue sentido a la existencia es despreciable porque tiende a la igualación y eso es insoportable para aquel que mira por encima la vulgaridad de la masa engañada. Sin embargo, en una pirueta sorprendente, resulta que el escéptico, el que no cree en nada ni se compromete con los problemas y necesidades de la sociedad, el que rechaza toda doctrina de salvación, puede ser solidario con sus semejantes. Y es por eso, porque no cree en nada y nada hay que imponer, por lo que está libre de cualquier dogma. Bien ¿Y entonces por qué apoyó al nazismo? Podemos pensar que no simpatizara con los principios de exaltación de la raza, con los elementos patrióticos o la brutalidad represiva. Hay que recurrir de nuevo a Cioran, tal vez buscaba “la paz del yugo”, un refugio que le ofreciera seguridad ante el cansancio que le provocaba la incomprensión general. No lo sé, creo que es una disculpa un poco forzada, Celine siempre negó haber perjudicado a nadie pero los violentos panfletos antisemitas y el apoyo a una ideología criminal y militarista dicen lo contrario. Nos queda además la constatación horrorizada, que no evita en ningún momento, de que nunca cambiaremos nada de nuestra vida, la desgracia será definitiva, los pobres seguirán siendo pobres y cualquier intento de cambio no es sino simple palabrería de resentidos y futuros opresores ¿A qué intereses servía Celine?