Que una obra tan devastadora como “Los viajes de Gulliver” haya sido rebajada a fantasioso entretenimiento juvenil no puede tener más explicación que una total incomprensión sobre el alcance de la crítica elaborada por Swift, o que sea el resultado de un considerable recorte de los contenidos más incómodos para los bienpensantes. Por lo visto hay que atribuir bastante culpa al casi siempre comedido William Thackeray quien, a mediados del siglo XIX, asumiendo la defensa de una sociedad tan orgullosa y pagada de sí misma como la victoriana, mostró su indignación ante la sátira de Swift por ser obra de “moral vergonzosa, horrible y blasfema”. Por fortuna a Thackeray y a otros guardianes de la moral victoriana les pareció que había partes de delicioso sentido del humor y que, convenientemente abreviada, la fábula podía salvarse e incluso servir para deleite del público infantil.
Traigo aquí el juicio de Thackeray, cuya lectura completa recomiendo, porque creo que nuestros desacuerdos de fondo sobre el libro nacieron de algún planteamiento similar. Me interesaron sobre todo dos cuestiones que, más allá de la general admiración por “Los viajes…”, suscitaron dudas sobre la trascendencia de la novela. Por un lado la rabia desesperanzada del autor que le lleva a una ruptura con el mundo sin abrir ninguna vía de reconciliación, por otro las posibles vinculaciones de Swift con el movimiento ilustrado. Desde luego no estamos ante el optimismo de la triunfante burguesía que representa Defoe, el deán irlandés es un pesimista incorregible y casi seguro que no le movía un profundo amor a sus semejantes sino más bien una consideración bastante negativa sobre el género humano. Sin embargo no estoy tan seguro de que no ofrezca, al menos sugiera, posibilidades alternativas a su plan de demolición; sin entrar todavía en el controvertido libro IV, observando el episodio de los gigantes, Swift parece proponer un modelo social basado en el sentido común y en la honestidad, modelo que por supuesto es ajeno al británico.
De todas formas creo que Swift hace algo más interesante que ponerse en plan arbitrista, transforma la desesperación en risa porque tiene la habilidad de ver lo que otros no ven. La risa ha sido siempre lo que más han temido la jerarquías, nada resulta tan destructivo frente a los poderes establecidos y nada es tan efectivo para desacreditar lo absurdo que resulta aquello que aparentemente es normal. Un escritor acomodaticio y servil mejor es olvidarlo, Swift utiliza el humor de manera magistral y el humor es rebelde.
Queda la cuestión de si este fustigador de la política, la moral y las costumbres era o no un ilustrado. Según explica Julián Marías, antes de que se elaboraran los principios básicos de la Ilustración hubo una generación crítica dedicada a laminar las bases de la cultura anterior; cierto es que Marías hablaba de la transición desde el Barroco español pero tal vez en esa labor de desescombro general podía encajarse a Swift. El problema es que Swift no analiza una sociedad decrépita como la española sino la pujante sociedad liberal nacida de la Revolución Burguesa. No está por tanto alumbrando un nuevo periodo de entre las ruinas de lo antiguo, más bien es uno de los primeros en sufrir la desilusión del periodo ilustrado. Solo un ilustrado puede poner en cuestión con tanta lucidez nuestra incapacidad para entender al otro, las costumbres perniciosas, la expansión colonial, las desigualdades, la corrupción, la hipocresía y la estupidez general, pero estoy por decir que llega más allá. Está atisbando los límites de la razón, por un lado al condenar sin ambages la brutal lógica deshumanizada de la sociedad británica. Pero también al plantear en el capítulo final del libro el estado de degradación al que puede llegar el ser humano si abandona la razón dejándose llevar por sus instintos o, tan lamentable como esto, la situación próxima a la demencia que provoca una razón dirigiendo imperativa todos nuestros actos.
Gulliver estuvo en los límites de la razón sin acabar de perderla, a Swift el desagradable olor de los yahoos acabó por enturbiarle la mente y un día se levantó afirmando que estaba loco. Hay gente tan extremadamente lúcida que es inevitable que acaben por romper todos los puentes que les unen con una realidad insoportable.
Juan
La verdad es que estoy tan de acuerdo con lo que dice Juan que casi no merece la pena que añada nada más a su análisis. Pero como la vanidad es una característica del yahoo (perdón, del hombre) caeré en la presunción de que tal vez pueda aportar algo más a la "disección" (eso sí, cariñosa) de la inmortal (ya tiene casi trescientos años y todavía no está decrépita) obra de Swift y espero en breve colaborar con mis impresiones.
ResponderEliminarJavi