jueves, 18 de noviembre de 2010

El libro de Job


Había en mi casa una edición de la Biblia que me causaba un inefable rechazo, en parte por tener el aura de libro sagrado, en parte también por la decoración de la portada y sus páginas amarillentas. Cuando en el colegio nos obligaron a leer, con moderación (los católicos siempre han sido más partidarios de catecismos), fragmentos del Libro de los libros no pude cambiar de opinión, pasaba de las historietas de bárbaros del Antiguo Testamento al insufrible beaterío de los Evangelios. Desde luego tenía toda la razón Savater cuando decía que la Biblia carece de una moral de señores y no tiene aliento trágico. Para respirar de nuevo, tras enfangarse uno en el Génesis o en los Cartas paulinas, hay que ir a los griegos; leer a Homero o a Sófocles es una especie de purificación.

En los últimos tiempos le he prestado más atención. Un análisis riguroso del Nuevo Testamento nos permite comprobar que el cristianismo originario, revolucionario y apocalíptico, nada tiene que ver con la tranquilizadora reelaboración de Pablo. Pero es mucho más divertido el Antiguo Testamento, las salvajadas sin nombre del aciago demiurgo que escandalizaba a Marción se mezclan con fragmentos de enorme calidad literaria, incluso algunos, como el Libro de Job, de una sorprendente modernidad y profundidad de pensamiento. Es un texto inquietante este relato del torturado Job, personaje que tiene poco que ver con ese ejemplo de obediencia y sumisión que nos han vendido, casi diría que es un auténtico rebelde comparable a Prometeo. El paciente Job está poniendo en tela de juicio la autoridad divina al mostrar que en el mundo no existe justicia, que para los hombres justos no hay recompensa sino castigo y que los malvados que no sirven a Dios siguen vivos y prosperan.

El Libro de Job tuvo difícil encaje en el proyecto bíblico y pese a ello acabó adquiriendo enorme trascendencia teológica al exponer el problema central de la Teodicea: ¿Es posible compatibilizar la omnipotencia y la bondad de Dios con la existencia del mal? Si leemos la obra olvidando todo lo que nuestra educación religiosa nos ha enseñado vemos que no hay explicación satisfactoria al inmerecido sufrimiento del protagonista. El autor no solo no desmiente esta idea sino que la refuerza en el grandioso poema dialogado que ocupa la parte central, entre los convencionales prólogo y epílogo debidos sin duda a un autor diferente.
El inicio es sorprendente, Yahvé ha sido incitado por Satán y duda de su fiel más devoto; a partir de ahí Job es sometido a pruebas y castigos injustísimos a causa del extraño juego de dos desocupados, Yahvé y Satán, que apuestan alegremente. Causa perplejidad el comportamiento caprichoso de Dios, carente de consideración alguna hacia el sufrimiento de sus criaturas; por muy cristiana que sea nuestra mentalidad no se puede evitar la inquietud ante un Dios que se deja tentar por Satán y que, en la práctica, se comporta como un torturador.

Si consultamos la opinión de los teólogos de la ortodoxia, Job es el hombre justo que ha sido castigado, pero hay algo que no cuadra, no es el personaje que nos han vendido. Estamos ante un rebelde que rechaza con firmeza el trato que está recibiendo y se enfrenta con toda energía contra su suerte que no parece regirse por ninguna equidad. Se le abren los ojos y ve a un enemigo: el mundo en el que vive es miserable y Dios no merece su entrega; no hay justicia y solo cabe cuestionar el orden existente. El padecimiento no le ha reducido a un ser suplicante y débil sino que ha creado a un hombre erguido y cuestionante. Ni se queja ni se lamenta por sus males, lo que hace es protestar ante la subversión del orden que Dios mismo había establecido. Ha sido Yahvé quien ha roto la ordenación moral del mundo y Job se lo reprocha porque no entiende las razones. Los amigos de Job intentarán convencerle con el argumento habitual (si sufres se debe a que has hecho algo malo. Dios es justo y no se equivoca) pero no le callan y al ver que Job desmiente sus argumentos y combate a Yahvé tenazmente se hacen cada vez más hostiles. Job está sediento de justicia, no se doblega ante la evidencia de un mundo inicuo y está dispuesto a luchar contra Dios. Hasta ahora ha creído en un mundo obra de un Dios bueno al que ha servido intachablemente: ¿Por qué de pronto se ha vuelto hostil y extraño? ¿Ha hecho algo para merecer el sufrimiento?

Job se atreve a retar a Dios hasta que el Sumo Hacedor se ve obligado a aparecer. Y lo que hace es tan sorprendente como decepcionante, la respuesta es un alarde de argumentos de autoridad y despliegue de poder, ni rastro del buen Dios que explique a Job que su sufrimiento no es más que una penosa experiencia destinada a probar su fe, ni siquiera vemos al Dios del principio que ha actuado por puro capricho. Yahvé no aclara ninguna duda, el mundo es más extraño y ajeno de lo que Job pensaba y ante esto Job calla, entiende que debe renunciar a una explicación del mundo a la medida de su existencia; puede que haya un orden pero es inaccesible.
De acuerdo, podemos quedarnos con la explicación teológica de que los caminos del Señor son inescrutables o podemos pensar como Epicuro que los dioses quedan muy lejos y que no se preocupan de nuestros asuntos. Pero lo que ha quedado de manifiesto es que la omnipotencia divina es amoral, el poder ejercido hasta ese momento por Dios es despótico pues no solo impone la razón del más fuerte sino que se ha mofado del dolor humano. Y frente a Dios se eleva la figura de Job, extraordinario por su integridad aún contra un oponente terrible.

Job, el héroe que cuestiona, ha decidido callar, el hombre irritado pasa a ser el más paciente. Sus palabras finales parecen haber disuelto todo el turbador núcleo central. Pero no se engañen, quieren que confundamos las convencionales vulgaridades de los tres amigos con el hombre que ha llamado asesino a Yahvé, con el titánico retador de Dios. Todas sus palabras confirman su incredulidad ante la justicia divina, sabe que si Yahve consiente a Satanás no puede ser a la vez omnipotente y bueno; solo puede ser omnipotente y malo, o ser bueno y débil. A partir de ese convencimiento, que los teólogos nunca han sabido resolver, el hombre queda situado por encima de toda tiranía, por encima de cualquier justicia que venga de arriba. Fue la experiencia tan dolorosa la que le permitió ver la verdad, no supo resignarse y accedió a un nuevo conocimiento. Sí, Dios al final lo colma de bienes porque le tiene miedo, trata de sobornar a Job y éste se deja halagar porque tiene la teja con la que se rascaba las pústulas. Es el símbolo de la debilidad de Dios.

1 comentario:

  1. La lectura de la novela de Maalouf, "Los jardines de luz", me ha recordado aquella vieja obsesión de algunos herejes cristianos que consideraban al Dios del Antiguo Testamento como un "aciago demiurgo", un creador perverso y cruel ajeno al Jesús misericordioso de los Evangelios. La filosofía dualista de Mani, liberación de esa luz o espiritualidad encerrada en la materia corrupta, tiene una influencia evidente de un personaje como Marción, clave en los orígenes del cristianismo.

    El Dios arbitrario y cruel del que habla Marción es el que reconozco en el Libro de Job y, permítanme la sospecha, es el Dios originario y auténtico. Lo otro son sutilidades para disimular la sumisión. Contra este Dios se rebela Job y he creído ver en este Prometeo judío el inicio de la liberación, no solo del espíritu, sino de cadenas muy humanas.

    Juan

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