Para alguien que se dedica a la educación, o
para cualquiera que no mire hacia otro lado ante los problemas de la enseñanza
en su país, el comienzo de “Jakob Von Gunten” suscita de inmediato el interés
por aquello que pretende contarnos Walser sobre el tema. El tono que marca ese
inicio parece claro, nos espera una dura reflexión acerca de la socialización
del individuo, sobre el papel de una escuela castradora que deforma ciudadanos
sumisos e irrelevantes.
En mi opinión, esta idea no queda desmentida
por el texto, ocurre que Walser tiene su propia forma de ver las cosas. Estamos
ante un creador literario de primer orden que ha decidido escamotearnos el
conflicto narrativo; cualquier intento de someter el relato a esquemas que nos
resulten conocidos se salda con el más completo fracaso y el texto se acaba
escapando entre los dedos, sin posibilidad de encontrar una crítica trabada o
la propuesta coherente que diera sentido a la obra. Walser nos deja en suspensión,
un poco perdidos entre la galería de caracteres descritos con precisión y
elegancia extraordinaria, hasta que acabamos entendiendo que el relato no es en
modo alguno unívoco, pero tampoco la prosa desarticulada que aparenta.
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Escribió Nietzsche, al que algunos
indocumentados siguen considerando el padre espiritual del nazismo, que “los
educadores del hombre quieren a todo individuo siervo, poniéndole siempre ante
la vista el menor número de posibilidades”. En la escuela Benjamenta, la
institución que constituye el particular universo de Jakob, se aprende a ser un
siervo, a someterse. Es fácil establecer paralelismos y fijarnos en el modo en
el que suelen desempeñarse/nos los ciudadanos de las actualísimas democracias
liberales. La inquietante docilidad de la población parece el resultado de una
terrible distopía en la que un nuevo fascismo ha hecho casi innecesarios los
aparatos de represión física, no hacen falta porque cada uno ha interiorizado
la obediencia al poder. No es una ficción, es la realidad, y en la apatía que
nos invade una gran parte de responsabilidad es de la escuela, cómplice en la
forja de una conciencia global asentada en el acriticismo y el pánico a la
disidencia.
En Walser hay que descubrir lo que subyace al
texto, el hilo narrativo casi desaparece pero cualquiera que haya leído una de
sus obras se da cuenta del enorme poder que tiene su lenguaje, el efecto casi
mágico de sus palabras. La interpretación que le queramos dar depende de los
intereses de cada uno y a mí, con la que está cayendo, me preocupa la
incapacidad para decir No ante la injusticia. De ahí que vea algo muy parecido
a lo que explica Susan Sontag, un poco disimulado rechazo al poder, tal vez no con
intención de cambiar el orden social sino con el agobio de quien se ahoga en la
obediencia y trata de aligerar esa sensación por medio de la ironía. Walser se
defiende, no critica, se arma frente a la adversidad y frente al gran problema
del hombre contemporáneo: la alienación y la despersonalización. El paralelismo
con la actual democracia de mercado me parece obvio, el proceso de socialización
del que se nos habla en Jakob Von Gunten llevaba directamente al “hombre sin
atributos” de Robert Musil, una estirpe de seres abúlicos, sin voluntad, que se
entregarán en manos de la nueva identidad liberadora que ofrecía el nazismo.
La cuestión que dota a la novela de su inefable
ambigüedad es la actitud del protagonista. Estoy convencido de que Walser nos
está contando un proceso de deshumanización que transforma a Jakob en un hombre
sin atributos, como otros muchos que serán pasto del nazismo; lo que provoca
extrañeza es que Walser parece sugerir que esto es inevitable, e incluso
deseable. No estoy diciendo que Walser considerara necesaria la barbarie nazi
–todo lo contrario-, nuestro autor se limita a describir algo que conoce bien y
que, en un hombre acostumbrado a la humillación y a la huída, le iba a permitir
llegar a un estado al que aspiraba con cierta paradójica altivez: ser un cero a
la izquierda.
He tenido que leer por segunda vez la novela
para ver si era posible desenmascarar el juego de Jakob: la sensación de que el
protagonista se está quedando con todos es cada vez mayor. Intenta hacernos
creer que su primera rebeldía era estúpida pero no acaba de conseguirlo, es un
observador demasiado agudo que ironiza continuamente tanto sobre sus camaradas
como sobre la desagradable realidad que le rodea. La ironía es el más poderoso
corrosivo frente a los criterios establecidos, la forma de rebelarse y de
manifestar las ansias de libertad contra la maquinaria represiva que nos
convierte en seres sometidos al poder. Esto es lo que hace un tipo que nunca
será capaz de asumir una lucha frontal, resistirse a la aniquilación mediante
el humor y la burla, hasta llegar a la última solución posible: escapar con la
imaginación hacia un desierto en el que se pueda vivir desarraigado de todo.
Jakob acaba escapando porque no sabe luchar, “es mucho más refinado someterse”.
Tengo la impresión de que cada vez importa
menos si los niños aprenden o no en las aulas a ser más sabios y mejores
personas. Si hay un lugar en el que empieza a construirse la democracia ese es la
escuela y, sin embargo, sin que podamos oponer una resistencia eficaz, la
enseñanza es hoy más segregacionista y más proclive a alimentar la brecha
social. Me cuesta creer que vayamos a someternos sin rechistar a esa degradación
de la que hablaba Walser, aunque ahora se disfrace de democracia virtual y nos
ofrezca la trampa de la libertad de consumo.
Walser ha sido para mí un descubrimiento, un
autor de sutilísima escritura, de momentos de lucidez suprema y premonitorio
respecto a la condición del hombre contemporáneo; creo que todos somos un poco
Jakob von Gunten, porque es mucho menos doloroso utilizar un instrumento tan
potente como la imaginación para escapar de la fealdad cotidiana que alzar la
voz y enfrentarse a la realidad. Pero no quisiera lamentarme como Walser, desde
la triste comodidad de un sanatorio psiquiátrico, por el ascenso de un nuevo
fascismo que fue aceptado sin apenas darnos cuenta.
Hay una imagen que leí en "Bartleby y compañía", la obra de Vila Matas -por cierto, uno de los grandes defensores de Walser- y que me ha parecido interesante traer aquí. Vila Matas compara a Walser con un corredor de fondo que, cuando está a punto de llegar a la meta, decide abandonar la carrera. Está claro que tenía en la cabeza el famoso relato de Sillitoe que ya comentamos en la Tertulia, o tal vez la estupenda película de Tony Richardson, aún más explícita en la rebelde negativa del protagonista para dejar con un palmo de narices al repugnante director de la escuela. No sé exactamente a lo que se refiere Vila Matas con su comparación, en el comentario sugiero lo que podría ser: Walser es consciente del problema, sabe que lo que está ocurriendo no es solo empobrecedor sino una tara terrible para el futuro de la sociedad. Pero de ahí no pasa, se refugia en sí mismo y huye hacia paraísos artificiales que le liberen del compromiso
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