“¿Quién
hay aquí tan abyecto que quiera ser esclavo?
¡Si
hay alguno, que hable, pues a él he ofendido!”
Nunca
pensé que Bruto fuera un hombre honorable. César es un personaje
demasiado grande como para tener en buen concepto al tipo que le
traicionó por oscuras razones, entre las que se mezclan el
resentimiento y la defensa de valores republicanos que apenas
disimulaban la protección de derechos oligárquicos. Ya sea como
estratega y conquistador que extendió el poder de Roma, o como
hombre de Estado capaz de retar al Senado e imponer su ley, César
encarna la figura más relevante y conocida de la historia de Roma.
Shakespeare
arriesgó eligiendo a César para una visión poco complaciente con
el personaje en la más vigorosa de sus tragedias de temática
romana. La obra es arriesgada por deliberadamente ambigua, nadie sale
bien librado, y la duda sobre los verdaderos motivos de la
conspiración y el asesinato del dictador ha sido sembrada
magistralmente por el poeta. Nadie se salva, nadie tiene argumentos
convincentes….. excepto Bruto.
El
Julio César que nos presenta Shakespeare es un hombre en decadencia
que se ha dejado ganar por la vanidad, aunque conserve rasgos de su
antigua lucidez para diagnosticar las debilidades de sus enemigos;
Casio es un resentido, un acomplejado que odia la grandeza al
compararla con su pequeñez; en Marco Antonio encontramos al demagogo
sin escrúpulos que tal vez admira y estima a César, pero estará
dispuesto a aprovechar la ocasión que se le presenta en su propio
beneficio. Sin embargo, Bruto es realmente un hombre honorable, un
demócrata para el que la libertad del pueblo es un bien mayor que la
devoción por su padre adoptivo. Roma se encaminaba hacia la tiranía,
la prueba es que arribistas como Marco Antonio podían manipular a su
gusto los sentimientos del populacho, presentado como un conjunto
estúpido y fácilmente manejable. Verdad es que el monólogo
encomendado a Marco Antonio es una auténtica obra maestra de la
oratoria, con una capacidad de seducción casi arrolladora que no
deja dudas sobre la segura derrota que sufrirá la honestidad
política de Bruto.
Aunque
la obra lleva como título el nombre de César, y su figura –que
desaparece físicamente mediado el tercer acto- sigue estando
presente como una sombra que condiciona el resto de personajes, el
auténtico protagonista es Bruto. Shakespeare recurre a Plutarco para
diseñar al personaje, el héroe de la libertad republicana, de una
sinceridad y altura moral que lo convierten en paradigma de la lucha
contra la tiranía. Desde el inicio del capítulo que Plutarco le
dedica en Vidas paralelas, queda claro que se trata del más honesto
de los conspiradores: “Lo que hubo de generoso y noble en la
conspiración lo atribuían a Bruto, y lo que hubo de atroz y
repugnante lo echaban sobre Casio”. La cuestión es si tales ideas
están justificadas, si la conspiración realmente buscaba eliminar a
un usurpador despótico. Porque la hipótesis que se abre camino,
cuando analizamos la situación sin la ganga propagandística, es
bastante diferente: la aristocracia senatorial vio en César a un
líder popular que seguía la estela de los Graco o de Catilina, una
nueva amenaza contra el sistema de dominación consagrado por la
constitución romana.
Cuando
en el imponente tercer acto de la tragedia observamos a la plebe
convertida en gentuza sedienta de sangre, sin capacidad ni criterio,
estamos asistiendo a un tópico que se ha repetido entre la
historiografía al servicio de las élites económicas. La masa es
peligrosa, cualquier cambio propuesto por un líder popular es una
invitación al caos y a la destrucción del orden social que asegura
el dominio de los privilegiados. El pecado de César no fue subvertir
la constitución romana sino aflojar el control total que la
oligarquía senatorial ejercía sobre ella. Los oligarcas habían ido
deshaciéndose de cada uno de los líderes populares que pusieron en
cuestión su poder. Y César fue el siguiente, el más decidido y
capaz por su propósito de imponer cambios que beneficiaran a los
pequeños granjeros y al proletariado urbano a costa de la minoría
rica.
“Como
valiente, lo honro; pero por ambicioso, lo maté”.
El
discurso de Bruto pretende justificar el magnicidio, puesto que la
ambición de César significaba el final de la libertad de los
romanos; así nos lo transmite Plutarco y así lo dramatiza
Shakespeare. En principio, ser ambicioso no supone ser un desalmado
sin escrúpulos dispuesto a todo para calmar una egolatría sin
límites; la realidad es que el poder de César alarmó a sus
enemigos políticos porque fue utilizado contra la aristocracia
senatorial y sus adláteres. Aquello que detestaban en César no era
su ambición, sino la pulsión igualitaria a favor de los intereses
populares, por muy escasamente revolucionaria o subversiva que fuera.
La concentración de poder tenía en última instancia un objetivo
reformista, probablemente para aumentar su base social, pero era
preciso romper con la hegemonía de los privilegiados para llevar a
cabo la reforma constitucional. La historia, como es bien sabido, no
la escriben los derrotados ni los menesterosos, la escriben
individuos próximos al Poder que distorsionarán la perspectiva:
quienes atentan contra el orden social son aventureros ávidos de
poder que merecerán un final violento a manos de los baluartes de
la libertad republicana. Es una costumbre que no se ha perdido con el
tiempo, las apelaciones a la libertad suelen ser alegatos en defensa
de prerrogativas de clase y los que luchan contra la injusticia son
liberticidas que ponen en peligro el bien común.
No ha sido el teatro hasta ahora tema de nuestras tertulias, responde a un principio no establecido el que solo hayamos planteado novelas. Aunque, como han podido ver, el cómic y el ensayo ya tuvieron un hueco en este blog: no será la última vez que aparezcan.
ResponderEliminarEl pasado mes pude asistir a una representación del Julio César en el Teatro Principal de Valencia, excelente montaje y muy buena interpretación del elenco de actores que pueden ver en la última fotografía de este post. Tenía en mente algo de Brecht o de Ibsen, pero la recuperación de esta imponente obra shakespeariana me ha parecido una buena excusa para empezar. El bardo inmortal no podía quedar fuera de un blog de literatura.
fantástico!
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