¿Por qué se interesaron editoriales
de varios países por la primera novela de un publicista? ¿Puede
convertirse en fenómeno literario una obra compleja y arriesgada o
esto queda reservado para un producto al gusto de mayorías poco
exigentes? ¿Se puede deslumbrar a lectores avisados con un hábil
pastiche de recursos reconocibles?
No me considero muy capaz de responder
a estas preguntas, ni siquiera estimo que sea necesario para tomar en
consideración un determinado libro, es solo la desconfianza ante un
éxito demasiado súbito o el interés por descubrir las causas que
lo han encumbrado. A pesar de ello voy a intentar razonar sobre la
cuestión. Digamos en principio que la amplia promoción orquestada
por quienes han visto la posibilidad de beneficios, e incluso los
premios institucionales, habitualmente sospechosos, no suponen que
una novela sea inatacable o que estemos ante una lectura
imprescindible. Tengo la sensación de que las obras trascendentes
suelen presentarse con menos consenso y con más dificultades para
ser reconocidas. Es un prejuicio, desde luego, una disculpa por si
acaso soy poco generoso con quien merecería mejor disposición. De
modo que es conveniente disipar dudas desde el principio: la buena
prensa de Intemperie está justificada; seguramente no es la novela
que vaya a revolucionar nuestro acomodado panorama literario pero
encontrar un narrador competente, que llega a emocionar y sobrecoger
por momentos, son aspectos suficientes como para tenerlo en cuenta.
La acción es escasa pero el lenguaje
que despliega el autor es rico, amplio en terminología de usos
rurales que obliga a los menos avezados a consultar de continuo el
diccionario o a resignarse a suponer para qué sirve cada uno de los
aparejos de un burro. La exuberancia léxica hace el relato más
denso, bien es cierto que puede llegar a desconcertar un poco y hasta
provocar hastío por la sospecha de que el autor se está recreando
en exceso -habrá que incidir en esto-, pero también consigue una
fisicidad extraordinaria. Los arcaísmos que nos acercan a un mundo
ancestral, la aridez del páramo desolado, las condiciones extremas
que soportan los personajes, todo ello hace que sientas la
mineralidad del terreno, la dureza que envuelve la narración.
El caciquismo y la violencia política
en un país brutal, que no conoce piedad para los débiles, está
presente en el relato sin que ello suponga que la cuestión social
sea la principal preocupación del autor; observamos una voluntad de
universalizar los hechos más allá de la denuncia de la injusticia,
se trata de plantear la posibilidad de rescatar la ética en donde
solo impera la violencia. Una estructura simple, a partir de la huida
de un niño perseguido por la maldad absoluta, nos deja ver en la
figura del cabrero una pequeña esperanza, la idea de que siempre es
posible encontrar el sentimiento humanitario aún donde parece
totalmente destruido.
“Intemperie” tiene numerosos
aspectos que explican su éxito
y el interés que ha generado, también hay otros que justifican
críticas. Escribía Borges que
el Barroco es la etapa final de todo arte, cuando éste exhibe y
dilapida sus medios; pues bien,
distingo algo de barroca
exhibición en
esa abundancia de vocablos
específicos que acaban siendo
un fin en sí mismo y
no una necesidad para el desarrollo de
la historia. El lector puede
sospechar, sobre todo en la primera mitad
del texto, que hay un abuso de
expresiones alambicadas, un virtuosismo “técnico” que cae en la
complacencia y desvirtúa la narración. También
en el lado negativo podríamos hablar de
cierto esquematismo, una
demasiado obvia
dicotomía entre buenos y malos que
resta profundidad al conjunto. No
creo que esto sea grave,
al fin y al cabo estamos ante una especie de cuento para adultos que
aspira a explicar de modo metafórico algunas de nuestras principales
pulsiones. El principal
problema que veo en “Intemperie”, aquello que podría discutir su
trascendencia literaria, es
el entramado general,
un eficaz ensamblaje de elementos diversos que
van desde la dura
meseta castellana de las obras de Delibes al tono apocalíptico que
expone
Cormack McCarthy en La carretera
¿Es malo que sean reconocibles
las influencias? Por supuesto que no, lo que
no acaba de convencer es la
sensación de que todo es
obvio y escasamente original,
que nos han colocado un
producto aparente sin demasiado recorrido.