“….que
la base de nuestra vida moral está completamente podrida, que toda
nuestra existencia ciudadana descansa sobre el suelo pestilente de la
mentira”
Una ya lejana adaptación
de TVE, en aquel mítico Estudio 1, me permitió conocer esta obra de
Ibsen. El médico recto y honesto enfrentado a los sucios intereses
de la fuerzas vivas era el gran José Bódalo, uno de esos actores
casi siempre desaprovechados en papeles que estaban muy por debajo de
su talento. Bódalo llenaba el escenario, su interpretación era
imponente, sólida, sin un solo titubeo, Ibsen no habría podido
aspirar a un actor que diera tanta veracidad, sinceridad y fuerza a
su personaje.
Desde entonces el
doctor Stockmann es uno de mis héroes de referencia, a
pesar de la desvaída interpretación de Steve Mcqueen en la
adaptación de Henry Miller y a que las sucesivas lecturas de la
obra me han ido descubriendo matices de insospechada ambiguedad. No
creo que el conflicto que nos muestra Ibsen haya perdido
actualidad, ni mucho menos, aunque recuerdo cierto manual de literatura en
el que se acusaba a Ibsen de anticuado con una ligereza impropia de
dos académicos como Valverde y Martín de Riquer; ambos, por lo
visto, no consideraban vigentes temas como la corrupción política,
la manipulación de los medios de comunicación, la perversión
populista, el conflicto entre la ética y la praxis política o
incluso el ecologismo. Todo eso está presente en “Un enemigo del
pueblo”, pero no son los temas tratados los que pusieron un punto
de escepticismo en mi admiración por Stockmann, es el discurso
ideológico que subyace en Ibsen el que me preocupaba.
En principio no está de
más recordar que a Ibsen no le sentaron nada bien
las críticas que recibió su obra anterior, texto muy polémico en
torno al adulterio que Ibsen consideró demasiado avanzado para una
sociedad pacata y con criterios morales anticuados. Muy probablemente
hay algo de ajuste de cuentas con sus conciudadanos en la figura del
doctor Stockmann, un auténtico bofetón a la cara que quiso
propinarles el autor. Además, está la evidente influencia de
Nietzsche, poderosa en esos momentos entre la intelectualidad
europea, o de los personajes por encima de la moral común que ya
había desarrollado Dostoievsky.
Teniendo en cuenta esto,
que puede explicar determinados alegatos del doctor Stockmann, lo
cierto es que desde posiciones de la derecha radical se ha visto en
esta obra una demoledora crítica contra la democracia y en
favor del gobierno de los “mejores”. O dicho de otra forma, se ha
querido destacar la idea de que el populacho es siempre ignorante y
no debe participar en la vida política; más aún, queda claro en el
desarrollo dramático que el progreso se logra a costa de la lucha
contra una sociedad compuesta mayoritariamente por incapaces que
intentan anular el vigor de los individuos excepcionales.
Ibsen no era precisamente
un revolucionario de izquierda, más bien su obra destila cierto
aristocratismo intelectual que, si dejamos de lado la interpretación
que hace Bódalo, podemos apreciar en los rasgos de arrogancia,
vanidad y egolatría del doctor Stockmann. Siendo esto cierto, no
reduce en un ápice la vigencia de una obra que resulta actualísima
y se abre a perspectivas mucho más progresistas. El enfrentamiento
básico se da entre quienes defienden intereses económicos basados
en la corrupción y un comportamiento ético apoyado en el bien
común, la denuncia es contra la alianza de los poderes político y
económico que dominan a la “compacta mayoría” desmovilizada y
servil. Más que una crítica contra el gobierno del pueblo hay una
crítica contra la perversión de la democracia dominada por
demagogos y populistas, degradada por medios de comunicación al
servicio del poder. La ética frente a la corrupción, la educación
y la libertad del pueblo frente a su manipulación rastrera. El
anarquismo individualista de Ibsen casa mal con un auténtico
reformismo social que, por otro lado, no parece que le preocupara
demasiado, sin embargo sigue siendo válido el llamado a la primacía
de la ética frente a la deshonestidad política que practican los
poderes fácticos. Si el objetivo de la oligarquía política y
económica es evitar cualquier tipo de cambio social, solo la
educación del pueblo, sobrepuesto al mangoneo de los
medios de comunicación dependientes, puede romper esa hegemonía.
Hoy en día nadie en su
sano juicio democrático podría atacar el sufragio universal con la
excusa de que el pueblo carece de capacidad política, esto sería
una aberración autoritaria que obliga a seleccionar ciudadanos
activos según criterios inaceptables. Si contextualizamos esta idea
de Ibsen, lo que acaba imponiéndose en “Un enemigo del pueblo”
es la lucha del individuo contra una sociedad oligarquizada, la
defensa de la libertad de expresión y la supremacía de la ética
frente a los intereses económicos. No es poco, el dilema que se
plantea a Stockmann y en el que se mantiene insobornable surge
continuamente para valorar la calidad democrática de una sociedad,
nos encontramos ejemplos a cada paso. No hace mucho que un juzgado
español, amparado en la capacidad para investigar crímenes contra
la humanidad fuera del territorio nacional, inició diligencias
contra varios ex presidentes chinos acusados de genocidio en el
Tibet. Inmediatamente el gobierno chino amenazó con medidas
económicas muy lesivas para los intereses españoles;
poco después, en un tiempo récord, se aprobó una reforma de la Ley
Orgánica del Poder Judicial que anulaba de hecho la jurisdicción
universal de los magistrados españoles. ¿Cuántos enemigos del
pueblo hacen falta en España para acabar con tanta ignominia?
“Hay una sola cosa
que un hombre libre no puede hacer nunca...un hombre libre no debe
jamás obrar vilmente para no tener que escupirse a su propia cara,
ni sentirse indigno ante sí mismo”
Hay un caso muy de actualidad que me recuerda aún más el tema de la obra que tratamos, más incluso porque hay de por medio cuestiones ecológicas. Es el famoso hotel de El Algarrobico en Almería, ejemplo flagrante de especulación urbanística, desmanes del poder público e intereses espúreos que manipulan al pueblo prometiendo sacarlo de la miseria. El asunto tiene más vericuetos y elementos complejos, pero en definitiva se trata de proteger un paraje natural y evitar la degradación medio ambiental, o crear puestos de trabajo precarios y de escasa cualificación en una zona muy necesitada. De momento las sentencias darían la razón a Stockmann, aunque sospecho que en este caso tampoco la razón y la verdad saldrán triunfantes.
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