Vivimos
una época complicada. Parece muy lejano el tiempo en el que los
regímenes fascistas estuvieron a punto de imponerse en toda Europa
tras una guerra devastadora. En España y Portugal nos tocó padecer
los epígonos de ese fascismo, una larga noche que duró cuarenta
años y que, para nuestra desgracia, nos cuesta sacudirnos de una
vez, a pesar de haber trascurrido casi otros cuarenta. Nos queda
-aunque quieran sepultarlo- el compromiso de quienes supieron
defender la libertad frente a la tiranía, esa generación dejó en
nuestra memoria el recuerdo de su voluntad de resistencia, su lucha
por una sociedad mejor y más justa. Nuestro error ha sido creer que
la libertad nos la regalaron y que ya nada había que entregar por
mantenerla; la pasividad y el conformismo son el caldo de cultivo de
una nueva tiranía que ahora se nos impone por mecanismos más
sutiles, hasta interiorizarla.
A
Pereira, el protagonista de la espléndida novela de Antonio
Tabucchi, no le gusta lo que pasa en su país, no reacciona porque
está mayor, tiene su trabajo y tampoco le parece que meterse en
aventuras vaya a resolver nada. La dictadura miente, reprime y
asesina.... seguramente es así, pero mejor agachar las orejas y
refugiarse en la melancolía y la soledad, o en el recuerdo de su
mujer: siempre será mejor el pasado que un futuro incierto y poco
esperanzador. Pereira vive en un ambiente opresivo, de miedo y
delaciones, pero no tiene referentes a los que acudir y está
demasiado solo como para asumir cualquier compromiso. Hasta que un
hecho, la circunstancia que nos da la oportunidad para redimirnos de
nuestras miserias, aparece en su vida resignada y pasiva.
Los
dos jóvenes perseguidos por el régimen acabarán provocando esa
quiebra de la que habla el médico Cardoso: la exigencia ética ha
cambiado el alma de Pereira, que no es otra cosa sino la
concienciación política de un hombre bueno que estaba aletargado.
Seguro que conocen uno de los artículos más combativos y polémicos
de Gramsci, “Odio a los indiferentes”, recientemente recuperado y
de absoluta actualidad. Tabucchi debía estar pensando en las
palabras de Gramsci cuando escribió “Sostiene Pereira”, no es
difícil identificar en la novela el llamado a la lucha contra la
apatía y la desesperanza, a la necesidad de enfrentarse a los
poderes establecidos y recuperar la voluntad perdida.
Hay
en toda la novela un sentido humanista muy poético en el que
reconozco la influencia de aquella particular versión del
neorrealismo que desarrollaron Zavattini y De Sica: el humor suave y
contenido, la ternura y la capacidad para entender a nuestros
semejantes, solo que en Tabucchi no se orientan tanto hacia la
compasión sino hacia la reivindicación y el compromiso. Se ha
criticado la suavidad o ligereza que impregna la obra porque difumina
el terrible contexto dictatorial y represivo de la época. Sin
embargo, el mensaje no pierde fuerza, se trata de plantearnos si es
moralmente aceptable el aislamiento contemplativo cuando la libertad
y los derechos son humillados. Y queda meridianamente claro que
Pereira sostiene que no.
El
Portugal que nos describe Tabucchi, como decía al principio, parece
lejano, pero si nos fijamos un poco y salimos de esta confianza
inoperante en una supuesta democracia, nos daremos cuenta que no lo
está tanto. Este verano, mientras leía la novela, escuché en TVE
una necrológica sobre García Lorca, como las que le encarga Pereira
al joven Monteiro Rossi para las páginas culturales del “Lisboa”.
Es curioso que la TV pública cumpliera estrictamente las
recomendaciones de Pereira cuando se trata de escribir sobre un autor
tan “peligroso” como Lorca: “De un escritor no debe usted decir
cómo ha muerto, en qué circunstancias o por qué, debe decir
simplemente que ha muerto....” Y continua Pereira sosteniendo ante
la “irresponsabilidad” de Monteiro Rossi: “O es usted un
inconsciente o un provocador y el periodismo que se hace hoy en día
en Portugal no prevé ni inconscientes ni provocadores”.
Inconscientes y provocadores, bueno, en sentido literal de esos
tenemos muchos, en el sentido que pretende darle Pereira, periodistas
libres que no se paran a pensar si deben publicar la verdad, que
ejercen su oficio con honestidad, que informan al ciudadano con rigor
y que obedecen a su conciencia y no a la repugnante oligarquía que
sigue dirigiendo nuestros destinos.... de esos, de esos hay muy
pocos.
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