miércoles, 15 de agosto de 2018

Doctor Jekyll: La moral del esclavo.

Durante mucho tiempo cometí un error lamentable, descartar la lectura de una obra como “La isla del tesoro” porque las aventuras de Jim Hawkins y John Silver el Largo me las conocía al dedillo en los formatos más diversos. Menos en aquel con el que debía haber empezado, la propia novela. Es un caso diferente al del Doctor Jekyll, porque si “La isla del tesoro” podía imaginármela como un relato juvenil sin mayor relevancia, el caso del doctor y su doble tenía resonancias a novela gótica un poco siniestra. Un auténtico arquetipo literario del que pretendía conocer todos sus secretos sin necesidad de recurrir al original de Stevenson. 
De haber seguido manteniendo esos prejuicios bastante torpes me hubiera perdido dos obras extraordinarias, los relatos de un escritor con “encanto”. La verdad es que Savater, que es quien utilizó este calificativo, no acaba de definir lo que significa el “encanto” en literatura, pero tal vez sea eso, indefinible. O algo que escapa a lo que consideramos maestría en el uso del lenguaje, o tal vez un “estilo” reconocible, una inspiración extraña y particularísima que hace especialmente gozosa la lectura de cualquiera de sus obras.
Hablando de Savater, con ocasión del renovado interés por la obra de Stevenson que se produjo en los años ochenta, se planteó una discusión bastante interesante en la que Savater asumió la defensa de un determinado tipo de literatura que representaría Stevenson. Lo que para unos era el ejemplo de narrativa limpia, que conecta con el lector por su sentido de la aventura y por un componente ético que sus libros más “juveniles” no dejaban traslucir, era para otros un autor menor cuyos seguidores pretendían frenar el desarrollo de una literatura más experimental y arriesgada. La discusión me parece estéril porque, afortunadamente, defender a Stevenson no significa que no pueda uno leer a Joyce, otra cosa es que tal vez el “Ulises” del maestro irlandés pueda provocarnos algún dolor de cabeza. 
Por cierto, uno de los detractores de Stevenson, Cabrera Infante, aducía que el Doctor Jekyll, la única obra que le parece valiosa de nuestro autor, fue escrita a partir de la lectura del “William Wilson” de Allan Poe. Sin embargo, el doble, el doppelganger tan recurrente en la literatura romántica, adquiere en Poe características diferentes. El personaje que aparece reiteradamente en la vida de William Wilson es algo así como la conciencia entendida en su sentido más positivo, la que intenta reconducir al disoluto y alejarlo de sus malas costumbres. Tal vez Stevenson tomó la idea del doble, pero buscando el aspecto más oscuro del subconsciente en una especie de análisis freudiano avant la lettre: Hyde es el inconsciente reprimido que pugna por salir y desborda la buena conciencia del Doctor Jekyll. Aquello que Freud llamaría el superyó es en la novela una insufrible y represiva sociedad victoriana que anula los instintos, la posibilidad de satisfacer determinados deseos que serían inaceptables según las reglas morales imperantes. Por eso existe una dualidad de caracteres que se transforma en lucha desesperada entre el bien y el mal. 
La novela consiste en las investigaciones de un tal Utteson, personaje que sirve de hilo conductor de la historia, en su intento por desvelar la verdadera identidad de Hyde. Es Hyde un individuo que provoca una sensación de extraño desagrado y que parece ejercer una malévola influencia sobre un antiguo amigo de Utteson, el doctor Jekyll. A partir de las declaraciones de varios testigos se va desvelando la naturaleza criminal de Hyde pero Stevenson reservaba una sorpresa terrible a sus lectores, Hyde y Jekyll son en realidad la misma persona. El carácter desdoblado del doctor, en una suerte de esquizofrenia con efectos físicos, consiste en una naturaleza perversa y de instintos desbordados y otra sometida a las normas morales victorianas. El odio y el horror creciente de Jekyll por su temperamento diabólico le llevará a acabar con su vida.
Pero ¿Realmente odia Jekyll al señor Hyde? La necesidad acuciante de reprimir los instintos lleva a Jekyll a buscar privadamente la satisfacción de sus deseos, seguramente muy cuestionables e inaceptables en una sociedad tan puritana. Como los héroes románticos, Jekyll está acosado por su personalidad lasciva y reprimido por su personalidad amable, son dos almas ligadas que luchan por separarse. El error de Jekyll, que seguramente es el lastre del propio Stevenson, es la incapacidad para superar la culpa y para fundamentar con ese triunfo de los instintos aquella moral aristocrática de la que hablaba Nietzsche. Ciertamente Hyde es presentado como un asesino amoral cuyos deseos son tan oscuros que Stevenson ni siquiera se permite desvelarlos, pero es evidente que sus actos tienen consecuencias muy perturbadoras para el orden social victoriano. No estamos hablando de un reformador social por supuesto, se trata de la tragedia del héroe romántico cuyos anhelos desbordan la conformidad social e incluso su propia naturaleza. Deberá someterse a la moral de los esclavos, aunque su verdadera personalidad reclame una moral de señores. 


1 comentario:

  1. Este verano pude disfrutar de una comida en la Taberna Deacon Brodie de Edimburgo. Cuenta la leyenda, y el propio local lo promociona convenientemente, que fue aquí donde Stevenson se inspiró e incluso escribió su Doctor Jekyll. En todo caso, es un local muy bonito, de camareras muy amables y donde se come razonablemente bien. Es más, hasta me pareció que el haggis -esa cosa hecha de despojos de animal que los escoceses tienen por comida nacional- estaba comestible. Seguramente por la espesa salsa de whisky que lo acompañaba.

    ResponderEliminar