En uno de los muchos alegatos antirreligiosos publicados en Francia,
“tierra prometida” del laicismo, un diplomático israelí llamado Elie Barnavi analiza
las diferentes religiones del Libro y critica con particular virulencia el
Islam, la menos compatible con la razón, la más peligrosa al quedar estancada
en la Edad Media y no haber podido soportar el choque con la modernidad. El
libro es un tanto tendencioso, de ahí la polémica que suscitó: viene a decir
Barnavie que ese rechazo radical de la razón es el que ha provocado el
surgimiento del fundamentalismo revolucionario, derivado de la irremediable
confusión coránica entre lo espiritual y lo temporal.
He de confesar que algo de razón le concedo al publicista israelí, aunque
personalmente me parecen tan despreciables los delirios judío y cristiano como
el fundamentalismo islámico. Y, desde luego, no considero que sean menos
peligrosos. Sin embargo, si tengo que justificar alguno de ellos, sin duda me
decantaría por el Islam; será porque pienso en la razón del explotado que
reacciona de manera imprevisible y caótica, sin ser capaz de elaborar un
discurso racional. O tal vez mi simpatía se deba al recuerdo de Al Andalus,
nuestra cultura andalusí tan delicada y tolerante frente a las brutales y
dogmáticas sociedades del norte. Hay quien pretende desmitificar esta hermosa
utopía de la España islámica; de acuerdo, tal vez no responda a la realidad,
pero sospecho cierto casticismo cristiano en los detractores… y algo de
resentimiento. Al Andalus sigue viéndose como una civilización ajena, los
verdaderos españoles estarían en las montañas del norte adorando a la virgen de
Covadonga, los otros son moros y traidores que nos robaron un país que hubo que
reconquistar con la decisiva ayuda del apóstol Santiago. Sin hacer caso a esta
versión reaccionaria de los acontecimientos, aunque siendo rigurosos y
objetivos, hemos de admitir la extraordinaria efervescencia del Islam clásico,
pero también que no tuvo continuidad. Los partidarios del dogma triunfaron
sobre las corrientes racionalistas y el debate teológico quedó sofocado. La
norma en las sociedades islámicas quedó establecida y cualquier ley que se
apartara de las palabras y los ejemplos del profeta quedaba deslegitimada, solo
el Coran encierra toda la verdad, la crítica racionalista no tiene cabida.
Esta circunstancia dificulta encontrar un pensador musulmán que pueda
resultar cercano a escépticos irredentos, alguien en quien reconocer ese
pesimismo lúcido que en Occidente surge a partir de la crítica a los dogmas
cristianos. Por eso es extraordinario el caso de Al-Ma’arri, poeta y filósofo
apenas conocido por algunos privilegiados, especie de Cioran árabe que
transmite sus profundas dudas sobre el sentido de la vida y se manifiesta harto
de una existencia que no es sino sufrimiento. En sus poemas, de un pesimismo
aplastante, expresa sin ninguna vana ilusión lo absurdo de la vida y plantea
que, siendo ésta una carga, es sorprendente que haya gente que quiera
prolongarla. Al Ma’arri es el más terrible develador de la existencia que haya
escrito en el ámbito islámico, hasta el punto de considerar un crimen tener la
intención de engendrar hijos. Casi descubrimos un punto de orgullo cuando
escribe:
“Lo que mi padre perpetró contra mi
yo no lo perpetré contra nadie”
Uno de los más entregados admiradores de Al-Ma’arri es el escritor
colombiano Fernando Vallejo. A Vallejo le repugnan todas las religiones, tal
vez por eso encumbra aún más a Al-Ma’arri, por ser lo más opuesto a lo que,
para el autor de “La puta de Babilonia”, es la infamia consustancial de la
religión musulmana. La obra de Al-Ma’arri representaría una suerte de desprecio
monumental contra la casta religiosa del Islam, desprecio del que no salva al
profeta, negándole el monopolio de la verdad, además de considerar absurdo el
precepto de ir a La Meca en peregrinación para besar una piedra negra. Por
supuesto no solo reparte entre los musulmanes, Al-Ma’arri pensaba que los cristianos eran
estúpidos por adorar a un dios torturado y escarnecido, igual que los judíos,
creyentes en un Ser Supremo al que le gusta el olor a la carne asada. Lúcido
impenitente, afirmaba que los libros sagrados no son más que un montón de
cuentos y documentos espurios que nada tienen que ver con Dios, seguramente
adulterados por los jerarcas de las tres grandes religiones, hipócritas ávidos
de poder y de riquezas. Castas pervertidas y fieles que los mantienen, unos necios
que aceptan dócilmente lo que los clérigos les dicen que tienen que creer.
El análisis de Vallejo nos dibuja a un auténtico out-sider, un blasfemo
nihilista dispuesto a derribar cualquier ídolo que se le ponga por delante.
Seguramente se deja llevar por el entusiasmo, lo que podemos confirmar leyendo
“La epístola del perdón” es que Al Ma’arri es un polemista hábil, con una
concepción de la existencia muy negativa, pero no un ateo iconoclasta. Hay un
punto de escepticismo que no puede disimular y nada tiene que ver, muy al
contrario, con esos pensadores del Islam llenos de prejuicios, que dejaron de
lado la libertad de conciencia, renunciaron a las libertades políticas y
pusieron barreras al libre conocimiento. Contra todo esto protestó Al-Ma’arri
en cuanto empezó a percibirlo en su tiempo.
Fuera un ateo y un rebelde o un creyente estricto que aspiraba a la
regeneración del Islam, lo cierto es que fue acusado de incrédulo y sus
opiniones calificadas de oscuras y ambiguas. Leyendo poemas como este no puede
extrañarnos en absoluto la desconfianza que generaba:
“La vida es toda ella una carga.
Lo sorprendente es que haya quien desee prolongarla.
La tristeza a la hora de morir
es doble que el gozo a la hora de nacer.”
Lo sorprendente es que haya quien desee prolongarla.
La tristeza a la hora de morir
es doble que el gozo a la hora de nacer.”
Y estoy tentado en darle la razón a Vallejo con este poema, incomprensible
que se librara de una dura condena por herejía cuando tales palabras llegaran a
oídos de los guardianes de la religión:
”No des crédito a los dichos de los
profetas,
son falsedades que ellos mismos compusieron.
La gente vivía tranquila hasta que vinieron ellos
y con su sinrazón los atormentaron.”
son falsedades que ellos mismos compusieron.
La gente vivía tranquila hasta que vinieron ellos
y con su sinrazón los atormentaron.”
En todo caso ¿No
está diciendo Al Ma’arri aquello que consideramos necesario para establecer
cualquier plan de convivencia? Reclama el intelecto como conductor y gobernante
del hombre, el que debe imperar en todas las cosas. Pensar esto no nos impide
ser pesimistas sobre la sociedad civil, incluso ser conscientes de que nuestro
destino depende bastante más de la fortuna que de aquello que podemos elegir
por nosotros mismos. Aún así, Al Ma’arri no insta a la inacción sino a
mantenernos alerta y rechazar con decisión todo tipo de principios y verdades
supuestas que han sido introducidas por ignorantes. Sí, es muy probable que el
entusiasmo de Vallejo esté más fundado de lo que pensaba:
“Los musulmanes,
extraviados; los cristianos, desviados; los judíos, equivocados, y los persas
perdidos. El mundo se compone de dos clases de hombres: religiosos sin
inteligencia e inteligentes sin religión”.