viernes, 25 de enero de 2013

Al Ma'arri, el Cioran árabe.


En uno de los muchos alegatos antirreligiosos publicados en Francia, “tierra prometida” del laicismo, un diplomático israelí llamado Elie Barnavi analiza las diferentes religiones del Libro y critica con particular virulencia el Islam, la menos compatible con la razón, la más peligrosa al quedar estancada en la Edad Media y no haber podido soportar el choque con la modernidad. El libro es un tanto tendencioso, de ahí la polémica que suscitó: viene a decir Barnavie que ese rechazo radical de la razón es el que ha provocado el surgimiento del fundamentalismo revolucionario, derivado de la irremediable confusión coránica entre lo espiritual y lo temporal.
 


He de confesar que algo de razón le concedo al publicista israelí, aunque personalmente me parecen tan despreciables los delirios judío y cristiano como el fundamentalismo islámico. Y, desde luego, no considero que sean menos peligrosos. Sin embargo, si tengo que justificar alguno de ellos, sin duda me decantaría por el Islam; será porque pienso en la razón del explotado que reacciona de manera imprevisible y caótica, sin ser capaz de elaborar un discurso racional. O tal vez mi simpatía se deba al recuerdo de Al Andalus, nuestra cultura andalusí tan delicada y tolerante frente a las brutales y dogmáticas sociedades del norte. Hay quien pretende desmitificar esta hermosa utopía de la España islámica; de acuerdo, tal vez no responda a la realidad, pero sospecho cierto casticismo cristiano en los detractores… y algo de resentimiento. Al Andalus sigue viéndose como una civilización ajena, los verdaderos españoles estarían en las montañas del norte adorando a la virgen de Covadonga, los otros son moros y traidores que nos robaron un país que hubo que reconquistar con la decisiva ayuda del apóstol Santiago. Sin hacer caso a esta versión reaccionaria de los acontecimientos, aunque siendo rigurosos y objetivos, hemos de admitir la extraordinaria efervescencia del Islam clásico, pero también que no tuvo continuidad. Los partidarios del dogma triunfaron sobre las corrientes racionalistas y el debate teológico quedó sofocado. La norma en las sociedades islámicas quedó establecida y cualquier ley que se apartara de las palabras y los ejemplos del profeta quedaba deslegitimada, solo el Coran encierra toda la verdad, la crítica racionalista no tiene cabida.
 
 
Esta circunstancia dificulta encontrar un pensador musulmán que pueda resultar cercano a escépticos irredentos, alguien en quien reconocer ese pesimismo lúcido que en Occidente surge a partir de la crítica a los dogmas cristianos. Por eso es extraordinario el caso de Al-Ma’arri, poeta y filósofo apenas conocido por algunos privilegiados, especie de Cioran árabe que transmite sus profundas dudas sobre el sentido de la vida y se manifiesta harto de una existencia que no es sino sufrimiento. En sus poemas, de un pesimismo aplastante, expresa sin ninguna vana ilusión lo absurdo de la vida y plantea que, siendo ésta una carga, es sorprendente que haya gente que quiera prolongarla. Al Ma’arri es el más terrible develador de la existencia que haya escrito en el ámbito islámico, hasta el punto de considerar un crimen tener la intención de engendrar hijos. Casi descubrimos un punto de orgullo cuando escribe:
 
Lo que mi padre perpetró contra mi yo no lo perpetré contra nadie”
 
Uno de los más entregados admiradores de Al-Ma’arri es el escritor colombiano Fernando Vallejo. A Vallejo le repugnan todas las religiones, tal vez por eso encumbra aún más a Al-Ma’arri, por ser lo más opuesto a lo que, para el autor de “La puta de Babilonia”, es la infamia consustancial de la religión musulmana. La obra de Al-Ma’arri representaría una suerte de desprecio monumental contra la casta religiosa del Islam, desprecio del que no salva al profeta, negándole el monopolio de la verdad, además de considerar absurdo el precepto de ir a La Meca en peregrinación para besar una piedra negra. Por supuesto no solo reparte entre los musulmanes,  Al-Ma’arri pensaba que los cristianos eran estúpidos por adorar a un dios torturado y escarnecido, igual que los judíos, creyentes en un Ser Supremo al que le gusta el olor a la carne asada. Lúcido impenitente, afirmaba que los libros sagrados no son más que un montón de cuentos y documentos espurios que nada tienen que ver con Dios, seguramente adulterados por los jerarcas de las tres grandes religiones, hipócritas ávidos de poder y de riquezas. Castas pervertidas y fieles que los mantienen, unos necios que aceptan dócilmente lo que los clérigos les dicen que tienen que creer.
 
El análisis de Vallejo nos dibuja a un auténtico out-sider, un blasfemo nihilista dispuesto a derribar cualquier ídolo que se le ponga por delante. Seguramente se deja llevar por el entusiasmo, lo que podemos confirmar leyendo “La epístola del perdón” es que Al Ma’arri es un polemista hábil, con una concepción de la existencia muy negativa, pero no un ateo iconoclasta. Hay un punto de escepticismo que no puede disimular y nada tiene que ver, muy al contrario, con esos pensadores del Islam llenos de prejuicios, que dejaron de lado la libertad de conciencia, renunciaron a las libertades políticas y pusieron barreras al libre conocimiento. Contra todo esto protestó Al-Ma’arri en cuanto empezó a percibirlo en su tiempo.
 
Fuera un ateo y un rebelde o un creyente estricto que aspiraba a la regeneración del Islam, lo cierto es que fue acusado de incrédulo y sus opiniones calificadas de oscuras y ambiguas. Leyendo poemas como este no puede extrañarnos en absoluto la desconfianza que generaba:
 
La vida es toda ella una carga.
Lo sorprendente es que haya quien desee prolongarla.
La tristeza a la hora de morir
es doble que el gozo a la hora de nacer.”
Y estoy tentado en darle la razón a Vallejo con este poema, incomprensible que se librara de una dura condena por herejía cuando tales palabras llegaran a oídos de los guardianes de la religión:
No des crédito a los dichos de los profetas,
son falsedades que ellos mismos compusieron.
La gente vivía tranquila hasta que vinieron ellos
y con su sinrazón los atormentaron.”
En todo caso ¿No está diciendo Al Ma’arri aquello que consideramos necesario para establecer cualquier plan de convivencia? Reclama el intelecto como conductor y gobernante del hombre, el que debe imperar en todas las cosas. Pensar esto no nos impide ser pesimistas sobre la sociedad civil, incluso ser conscientes de que nuestro destino depende bastante más de la fortuna que de aquello que podemos elegir por nosotros mismos. Aún así, Al Ma’arri no insta a la inacción sino a mantenernos alerta y rechazar con decisión todo tipo de principios y verdades supuestas que han sido introducidas por ignorantes. Sí, es muy probable que el entusiasmo de Vallejo esté más fundado de lo que pensaba:
“Los musulmanes, extraviados; los cristianos, desviados; los judíos, equivocados, y los persas perdidos. El mundo se compone de dos clases de hombres: religiosos sin inteligencia e inteligentes sin religión”.
 


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