Bajo
los efectos de algún proceso febril, me dediqué no hace mucho a
leer todo aquello que encontraba sobre un viejo poema épico
anglosajón, Beowulf. Mi compulsión llegó al visionado de varias
versiones cinematográficas que arrojan resultados bastante dispares,
desde lo más infecto a la última e interesante recreación de
Robert Zemeckis. Incluso me arriesgué a comprobar lo que podía dar
de sí la obra en el mundo del cómic, concretamente la ambiciosa
propuesta de Santiago García y David Rubin. Las ilustraciones de
Rubin, espléndidas, muestran lo que imaginé cuando leí el poema:
un mundo violento, bárbaro, con fuerzas siniestras y héroes
dispuestos a morir o a permanecer eternamente en la memoria de sus
semejantes.
Puede
estar poco justificado el interés por un texto que el mismo Borges,
que tenía debilidad por la literatura medieval germánica,
consideraba bastante simple e inferior a otros grandes poemas épicos.
El hilo argumental, la historia de un héroe que debe liberar a los
daneses y luego a su propio pueblo de horribles monstruos, parecerá
simple, pero hay una tensión muy atrayente entre los diferentes
elementos que integran el poema: la base histórica -real y
comprobable-, el elemento heroico-mítico y el componente cristiano,
resultado del trabajo de un compilador, tal vez un clérigo, que
intenta imponerse y domesticar el sentido originario que se resiste a
ser acallado. Todo ello dota al poema de una hondura y complejidad,
de una cantidad de sugerencias, que justifican las múltiples
recreaciones posmodernas y los intentos por humanizar a personajes
mucho más oscuros de lo que parecen.
Es
el conflicto entre la esencia pagana y bárbara del poema y su
plasmación por escrito, con la evidente intención de reforzar el
cristianismo de unas comunidades todavía reacias, el primer
argumento que justificó mi afición por Beowulf. La insistencia en
la caracterización anticristiana de Grendel, monstruo semihumano
“ajeno a toda justicia”, apenas disimula el origen que debió
motivar el núcleo más primitivo del relato, el difícil tránsito
entre naturaleza y civilización. Pero el hábil poeta cristiano
advierte las enormes posibilidades que ofrece el salvajismo pagano de
Grendel y lo convierte en la representación del mal, un miembro de
la estirpe de Caín que solo puede ser derrotado por el enviado de
Dios. De este modo, el combate contra nuestros propios demonios,
contra los impulsos más oscuros y negativos de la naturaleza humana,
es transformado en una condena del paganismo que será derrotado por
un héroe sin tacha.
Los
héroes que venera el paganismo germánico son muy diferentes a los
mártires que admirará el cristianismo. La última mano que fijó el
poema de Beowulf como texto cristiano, sabía que el héroe que derrotara
al monstruo satánico no podía ser un mártir lloriqueante, había
de ser un guerrero excepcional, un trasunto de Cristo enviado por
Dios para liberar a los germanos de la idolatría. La propuesta
recuerda a lo que muchos siglos después plantearía Carlyle, el
concepto de la historia como el resultado de individuos
excepcionales, héroes que surgieron en el momento preciso para
resolver las situaciones más complicadas. Beowulf es un heroe de
Carlyle, el libertador que surge representando la verdad y la
justicia cuando todo parecía venirse abajo. El guerrero cuya lucha
constante permitirá mantener la independencia de los gautas, hasta
que su muerte abra un nuevo periodo de caos y descomposición.
En
este sentido, y aunque el héroe nunca será derrotado, hay un tono
pesimista que se va acentuando conforme avanza el relato; tras las
victorias sobre Grendel y su horrible madre, la lucha con el dragón,
siendo Beowulf casi un anciano, demuestra lo que se nos había
anunciado al principio: el coraje y la lealtad de sus guerreros han
desaparecido, su pueblo está condenado a la ruina. La ruina
inevitable es el destino de todos, acabamos reencontrándolo en una
batalla final cuyo resultado es siempre la derrota, de ahí la
conciencia de Beowulf sobre un mundo hostil y efímero en el que el
único esfuerzo justificado es el que otorga honor y gloria eterna.
Conquistar la inmortalidad y servir de ejemplo en la conciencia de
los hombres, que transmitirán las grandes hazañas del héroe de
generación en generación. Beowulf, sin que pueda evitarlo el poeta,
acaba recordándonos más a Aquiles que a Cristo: “Para todos
nosotros un día se acaba la vida en la tierra, mas antes debemos
cubrirnos de gloria; no hay cosa mejor para un noble guerrero después
de su muerte”.
Desde
los tiempos de los Evangelios, el cristianismo ha intentado limar las
garras de la subversión y difuminar los aspectos más turbios de
nuestras motivaciones. Todo acaba simplificado hasta acomodarse a la
interpretación que de este primer poema germánico dio Tolkien, veía
en Beowulf la misma lucha maniquea entre el bien y el mal que se
repite en sus historias sobre hobbits y orcos. Sin embargo, cuando
leemos las hazañas de este libertador germánico, hay elementos que
no acaban de encajar en la figura del héroe iluminado. Beowulf es
demasiado humano, demasiado orgulloso, está muy en los márgenes de
la Comunidad como para ser un personaje irreprochable. Ha
restablecido el orden porque está por encima del resto y porque,
como el monstruo, hay algo de liminal en su fiereza. Por eso, nos
recuerda el poeta, los tiempos de las grandes hazañas desaparecieron
para siempre, hombres como Beowulf ya no convienen a una comunidad
sumisa al poder de Dios.
He encontrado este texto de Jorge Riechmann y me ha parecido interesante incluirlo como complemento a lo comentado sobre Beowulf:
ResponderEliminar"Solo significa que sabemos que la bestia no vive extramuros o en casa del vecino: Habita en todas partes, también en nuestros sueños, nuestras luchas y nuestros corazones".
Thanks for sharing, nice post!
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