Todos
los que formamos este pequeño círculo de bibliófilos somos
profesores, sabemos de los manejos y miserias que se ventilan en ese
particular universo de un claustro de docentes y hemos sufrido en
nuestras carnes la incomprensión o la abulia de alumnos hartos de
estar recluidos durante seis o siete horas seguidas. Era pues
inevitable que nos encontráramos en algún momento con Botchan.
Porque Botchan, uno de los personajes más peculiares y conocidos de
la literatura japonesa, llega pronto a la conclusión de que no sirve
para esto, que la vocación de maestro es un bonito ideal que se
suele estrellar con la difícil realidad y que transigir con las
pequeñas miserias cotidianas acaba volviéndote cada vez más
escéptico y menos entusiasta. Tal vez sea una visión algo
pesimista, pero es que nuestra profesión no está hecha para quienes
no quieren complicarse la vida ¿Qué se creían?
No
es tan extraño que podamos encontrar afinidades con un maestro
japonés de principios del siglo XX, en realidad los problemas que
afronta alguien que va a ejercer la docencia en un lugar que
desconoce tienen que ser muy similares. Japón estaba en pleno
proceso de occidentalización -no sin dificultades y rechazos- a
partir de la Revolución Meiji, por eso hay elementos culturales que
nos parecen comunes, incluyendo una literatura que está lejos del
refinamiento, el misterio o el esteticismo que suponemos asociado a
los escritores orientales.
Ejemplo
de esta vertiente literaria es el Botchan de Soseki, obra ferozmente
simple, de escritura a veces desmañada, directa, sin delicadezas ni
lirismos. Soseki dibuja caracteres con breves trazos para
que la sátira funcione a la perfección.
¿Literatura menor? Puede ser, en todo caso muy divertida, con una
comicidad que procede de la incompatibilidad de Botchan con el
entorno en el que vive
a disgusto,
del carácter impetuoso e inseguro, poco adaptable, que le lleva a
continuas situaciones que lo ponen en evidencia. En
cierto modo me recuerda el esquema de aquella serie norteamericana,
Doctor en Alaska, solo que acentuando los aspectos más vulgares y
prosaicos. Incluso, en la determinación y las reglas morales de
Botchan, podríamos encontrar semejanzas con los códigos que Joel
Fleischman intentaba preservar en el mágico pueblo de Cicely.
El
considerable mérito de Soseki
es la creación de un arquetipo literario, me atrevería a hablar de
botchanismo como de una actitud ante la vida. Botchan es un metepatas
que acaba resultando simpático porque va con sus ideas hasta el
mismísimo infierno, es capaz de partirse la cara por lo
que cree justo, aunque su visión de la justicia esté totalmente
distorsionada. En el fondo es un tipo inseguro que se disfraza de
falsa firmeza para encubrir sus pocas luces. Las debilidades de
Botchan son tan evidentes, sus intentos por disimularlas tan
lamentables, que no puedes sino ser condescendiente con sus bajezas y
su estricto y algo ridículo concepto del honor.
No
busquen una reflexión sobre el sentido de la educación -como
podíamos encontrar en Jacob Von Gunten- porque no se trata de esto,
el objetivo de la sátira va por otros caminos. El mundo es un lugar
inhóspito en
el que, o tienes la capacidad y la decisión suficiente para
transformar las circunstancias, o es preciso saber leer bien la
situación para adaptarte lo mejor posible. Sospecho que Soseki
veía
en Botchan el representante de una actitud ante la vida y de unos
valores que
estaban en proceso de desaparición: el Japón moderno,
individualista y occidentalizado, empezaba a ver con escepticismo
ideas sobre el honor y la responsabilidad que parecían periclitadas.
A Soseki
tal
vez no le gustaba demasiado
hacía dónde soplaban los nuevos vientos, pero no podía evitar ver
en Botchan el representante ingenuo
y acomplejado
de una
forma de vida que ya no era útil.
Las bolas de arroz que aparecen en una de las fotografías es el famoso Dango, elaborado con pasta de arroz dulce y servido como si fueran pinchos. Es uno de los platos preferidos de Botchan y suscita alguna de las reflexiones más divertidas del personaje, al que siempre acaban pillando sus alumnos en sus pequeñas miserias.
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