Es
la pregunta de siempre, la polémica que se repite cada año cuando
la Academia sueca entrega el más importante de los premios
literarios ¿Por
qué a Modiano y no a Murakami, Philip Roth, o a cualquiera
de los otros
espléndidos escritores franceses,
tal vez más conocidos que el propio Modiano? En
una entrevista a
su
editor en España afirmaba este
arriesgado
personaje
que
pocas veces habrá un Nobel tan indiscutible; claro, es opinión
interesada, pero el
caso es que me pareció sincero, llámenme crédulo. He de reconocer
que desconocía casi totalmente su obra;
buscando información supe que
Modiano es el guionista de una película magnífica de
Louis Malle,
“Lacombe Lucien”, y que sus novelas acaban girando
en torno a dos temas principales:
el
colaboracionismo en
la
Francia ocupada, la memoria más oscura del país vecino, y
el periodo de su adolescencia, representado como un intento de
recuperar un
pasado semiolvidado.
La
Francia de la ocupación nazi no es una temática cómoda, hubo una
fuerte polémica cuando se estrenó “Lacombe Lucien”
porque ponía en cuestión la idea de la resistencia heroica y del
colaboracionismo limitado a un grupo de fascistas convencidos.
Recuerdo
una fotografía terrrible de Capa, se conoce como “La
colaboracionista de Chartres” y produce un impacto imperecedero; en
ella vemos a una muchacha con un niño en brazos, tiene la cabeza
rapada para que todos sepan que colaboró con los nazis y es
humillada por un grupo de ciudadanos que parecen disfrutar de la
vejación de una mujer indefensa, hiciera lo que hiciera. En todo el
grupo que le rodea no hay ni un atisbo de compasión, creen estar
legitimados para exhibir y humillar a quien se vendió al enemigo. No
existe el heroísmo de los resistentes, solo la miseria moral de los
bienpensantes. En “Lacombe Lucien” una pregunta recorre toda la
película, una pregunta que obsesiona a Modiano y que está presente
en todas sus novelas de la primera etapa ¿De verdad Francia, no ya
en su conjunto, pero sí la mayoría, se enfrentó decididamente a la
ocupación nazi?
Todas estas circunstancias han acabado llevándome hacia el autor francés, uno intuye que no va a quedar defraudado. Cierto, sé que en el Nobel de
literatura hay más razones que las puramente literarias, no me
engaño respecto a esto y por eso le presto muy poca atención, pero sé
también que Modiano me ha interesado mucho más que cualquier otro premiado de los últimos tiempos. En “Dora Bruder”, una de estas
pequeñas piezas de cámara que caracterizan su obra, hay señales de
la incomodidad de la que hablaba, nacida de un agujero en la memoria del que será
consciente a partir del anuncio de una pérdida en un antiguo
periódico. Es la más difundida de sus novelas, apenas parece una
acumulación de lugares exactos, precisos, con una desnudez que
sorprende. Es extraño que una obra de tanta economía de medios
consiga envolverte y te impulse a seguir leyendo casi con ansia.
Modiano hace un ejercicio de empatía con aquellos que fueron
olvidados; en la figura de Dora Bruder, una niña judía fugada de su
casa y que acabó en Auschwitz, está respresentado el sufrimiento de
seres anónimos, la memoria de aquellos judíos que muchos franceses
como los de la fotografía dejaron que fueran avasallados sin mover
un solo dedo.
Modiano
se encuentra con que sus lugares de la infancia son los mismos que
los de Dora, los recorre para intentar sentir lo que ella sintió,
compara hechos, actitudes, su propia vida tiene pasajes similares,
aunque él mismo se da cuenta de la infinita distancia con el
sufrimiento de quienes fueron perseguidos por causas oscuras o, lo
que es peor, por el brillante porvenir de unos elegidos. Modiano
quiere comprender y saber más. La aparente falta de intensidad de
los datos objetivos y del recorrido de unas calles que al lector,
seguramente, le son ajenas, acaba con una sensación turbadora, un
estremecimiento por el sufrimiento olvidado, por aquellos que
quedaron ocultos en la memoria.
Creo
entender algo de lo que impulsa a Modiano a la búsqueda de una
persona olvidada y desconocida. Dora, como otros muchos, fue una
víctima, sufrió un ataque irreparable y desde el momento en que el
escritor empezó a atisbar su drama se convirtió para él en una
herida permanente. La conmoción por el recuerdo de los ofendidos de
ayer es el principio para iniciar cualquier intento por entender el
presente, más aún, es la base de cualquier posibilidad de
transformarlo. Dora nos interpela desde el pasado y nos obliga a
adoptar un posicionamiento moral, no es solo la solidaridad con el
que sufre, sabremos lo que somos cuando sepamos responder a las
preguntas del otro, del que ha sido condenado y sacrificado por la
barbarie. Una barbarie que a muchos, en ese momento, les pareció
racional y necesaria.
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