El hombre en el laberinto es una novela que escribió el prolífico e irregular Robert Silverberg en 1969. En las primeras páginas descubrimos a Dick Muller viviendo solitario en el centro de un enorme laberinto alienígena. La construcción está situada sobre una árida meseta azotada por los vientos. La civilización que lo ha construido lleva desaparecida millones de años. Muller es el único habitante del planeta. Para llegar hasta el centro del laberinto ha tenido que superar múltiples trampas y haber escapado decenas de veces a una muerte que se antojaba casi segura.
Poco a poco vamos comprendiendo que Muller se está escondiendo, posee una deformidad que hace que se sienta rechazado por el resto. No tardamos en entender cuál es su enfermedad, su tara, su estigma. No es más ni menos que su propia humanidad. Años atrás fue el primer ser humano en contactar con una civilización extraterrestre. Cuando volvió a la Tierra descubrió que había cambiado. Sin conocer el motivo, los alienígenas le habían conferido una especie de telepatía, pero era incapaz de transmitir, solo de emitir. Constantemente los pensamientos de Muller llegaban a los demás, lo más interno y secreto estaba al alcance de todos, sus sentimientos, emociones, anhelos, inquietudes, odios... todo eso transmitido a los demás en un flujo imparable. La distancia era el único remedio.
Pronto Muller se dio cuenta de que su amante, sus amigos, hasta los empleados del hotel rehuían su presencia. No soportaban estar delante de él. Y simplemente porque les recordaba constantemente lo que es ser humano, lo que todos tenemos dentro de nosotros, toda la basura que somos capaces de almacenar, guardar e incubar. Así que cansado de tanto rechazo Muller decide abandonar el espacio conocido y esconderse en el planeta del laberinto. Vive allí solo hasta que una nave espacial aterriza cerca del laberinto. Se trata de una expedición comandada por el antiguo jefe de Muller, el implacable Charles Boardman. La humanidad está en peligro y solo las especiales habilidades de Muller pueden salvarla de la amenaza de una nueva raza alienígena. Pero Boardman sabe que Muller no va a aceptar ayudar a las buenas, así que le pone un cebo en la forma del joven e ingenuo Ned Rawlings que completa el trío protagonista.
Realmente la percepción de la humanidad no es tan pesimista ni mala como parecen dar a entender los dos primeros tercios del libro. A pesar de todo lo malo que podamos albergar dentro de nuestra envoltura corporal, siempre hay una traza de bondad, de sacrificio, algo donde cogerse, un rayo de esperanza, cosas por las que valen la pena luchar. Muller no es distinto en eso. Incluso Boardman a pesar de todas sus manipulaciones cree que está actuando en aras de una causa mayor. Rawlings, todavía puro, es el campo de batalla entre Boardman y Muller, ¿para qué lado se decantará?
En mi opinión una novela muy entretenida que te hace reflexionar sobre lo que define un ser humano. Tampoco hay que esperar descubrimientos filosóficos más allá. Es cierto que no acaba de profundizar en los temas que plantea y que catalogarla de machista sea hasta incluso quedarse corto por la forma en la que trata la imagen de la mujer, tema que daría para un par más de artículos, pero aún así tiene algo que la hace distinta, que despierta el sentido de la maravilla.
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