Es habitual en el gremio de los historiadores el rechazo a las ficciones históricas que se plantean lo que pudo haber ocurrido y no ocurrió. Técnicamente se denomina historia contrafactual y, pese a su prestigio en ámbitos anglosajones, la mayoría de historiadores muestra reticencias ante lo que se considera un juego insustancial.
En este sentido tenía un problema de base con la novela de Dick, no me ofrecía demasiado interés un mundo en el que los fascismos ganaron la guerra. No pensaba que un escritor pudiera concebir un relato partiendo de estas premisas que resultara sugerente y creíble. Y lo cierto es que realizar una ucronía es un ejercicio de fantasía saludable, nos recuerda que la historia no está escrita, que está hecha por hombres capaces de elegir caminos diferentes.
Hay dos aspectos más que fueron incrementando mi curiosidad. Quizá la elucubración de Dick guardaba una crítica a nuestra propia realidad, una advertencia ante la inestabilidad del presente. En definitiva, una llamada de atención para evitar el conformismo alertándonos de hasta donde puede llevarnos la dejadez o la pasividad ante el poder. Hay algo de esto pero a Dick le interesa más otro problema de contenido filosófico, la realidad y sus límites. Un fragmento espléndido de la novela es aquel en el que el personaje de Tagomi parece encontrarse en una realidad que le es ajena, Tagomi tiene la extraña sensación de que ese mundo no es el suyo. La misma sensación que se va apoderando de Juliana, aunque en este caso sea más bien el deseo de acceder a un mundo mucho más satisfactorio que el triste panorama en el que el totalitarismo fascista ha configurado la realidad a su gusto. El libro de Abendsen, la ucronía dentro de la ucronía que constituye el eje principal de la historia, ofrece esa posible alternativa que puede despertar a la humanidad de su error. Es como si el genio maligno de Descartes hubiera provocado que la humanidad viviera engañada, desconociendo lo que es verdadero hasta que el libro de “La langosta” crea una fisura en el orden totalitario a la que se aferran los disconformes.
Ahora bien, no es tan simple lo que propone el autor. Es verdad que el mundo en el que se desarrolla la historia no puede ser en ningún caso una realidad deseable, pero Dick nos ofrece pistas suficientes de la otra realidad que descubre el I Ching, trasunto de Dios como dijo acertadamente uno de los tertulianos, como para pensar que el imperio del capitalismo liderado por británicos y americanos tampoco iba a suponer el ideal de sociedad perfecta.
Se dijo en la tertulia que Dick utilizó demasiados lugares comunes a la hora de describir la evolución del nazismo triunfante. Me permito discrepar de esto, es cierto que Dick apenas dibuja el mundo donde ejercen su hegemonía los alemanes pero me parece perfectamente coherente con lo que debía ser el imperio de los mil años del que hablaba Hitler. En mi opinión el nazismo combinaba la fascinación por la modernidad técnica con el rechazo de las formas y la cultura democrática. La plena aceptación de la lógica de dominación sobre la naturaleza que proporciona la técnica les hubiera llevado a aberraciones parecidas a las que aparecen en la novela, obviando todo lo que tenga que ver con los igualitarios derechos del hombre. El progreso técnico al servicio de la voluntad de poder de una comunidad, socializada bajo los principios nacionalsocialistas, llevó a Auschwitz y podría haber llevado a ir cumpliendo objetivos cada vez más delirantes.
Por último, no creo que sea casual el trato que se concede al personaje del norteamericano Childan. Reconozco que me divirtió la humillación a la que es sometido; los orgullosos norteamericanos, que desprecian todo aquello que queda fuera del “Imperio”, se ven aquí sometidos a los “diablos amarillos”, los vencedores imponen su ley y los derrotados han de someterse, incluida su dignidad.
Coincido con Juan en un hecho que se nos pasó por alto durante la tertulia, que es que los lectores de La plaga de la langosta se sienten defraudados, engañados. Se preguntan el por qué a ellos les ha tocado vivir en ese mundo. Al menos Jualiana cuando descubre que la realidad no es esa (o al menos no es la única) en la que le ha tocado vivir. Otros personajes en principio conformistas como Childan evolucionan hacia una especie de orgullo patriótico.
ResponderEliminarEn cuanto a la validez literaria de la ucronía nunca la he puesto en duda. Incluso puede que El hombre en el castillo fuese la primera ucronía que leí. Por cierto que siempre he estado interesado en leer una ucronía de un inglés que se llama Michael Moorcock en la que la Armada Invencible llega a conquistar Inglaterra. La novela se titula Gloriana y es inencontrable.