De
nuevo a vueltas con el asunto del Nobel. En 1997 la Academia Sueca
decidió encumbrar al más polémico y discutido de los escritores
italianos, Darío Fo. Tal vez fuera el cupo que se reservan en tan
distinguida institución para premiar a los autores transgresores e
iconoclastas, con el riesgo -calculado- de que pudieran hacer una
pedorreta al galardón. No se dio esta vez el caso, aunque el
peculiarísimo discurso que el sorprendente ganador soltó como
agradecimiento fue todo un alegato contra la injusticia y la
manipulación de la democracia. Reconozcamos que esto pudo resultar
un poco molesto cuando lo que esperas es que el protagonista esté en
su papel y no provoque demasiados sobresaltos.
Y
lo cierto es que Darío Fo ya no es el mismo personaje subversivo e
incendiario de sus inicios, ha evolucionado hacia posiciones
discutibles, por ejemplo el apoyo al extraño Movimiento Cinco
Estrellas de su amigo Beppe Grillo. Pero lo que es innegable es que
su obra escénica, ignorada hasta hace muy poco por los manuales de
literatura, ha defendido siempre a los más desfavorecidos y
representa una decidida denuncia contra los abusos de poder. La pieza
más conocida y representada es “Muerte accidental de un
anarquista”, divertidísima sátira basada en un hecho real no tan
divertido: el asesinato por parte de la policía italiana de un
anarquista, Pinelli, acusado de terrorismo.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjawCYOB51Mhy0KAp1fzCg6uw3thgwxdt0_hgD2S2_tCX5fJIazGr-6dfj09sY3CuDIuXmKpcF24wehIkSmDhNaGw_SfVRRfHQcH7z5y5ScE4qhtDGYcZndrF28jqyUh1lWbZk3I9nYT38/s1600/fo10.jpg)
La
obra responde a un contexto histórico muy concreto, la estrategia
por parte del Estado italiano, en manos de la Democracia Cristiana
-estamos a principios de los setenta-, de generar una clima de caos
que permitiera la represión del movimiento obrero. La llamada
“estrategia de la tensión” es, en origen, una táctica de los
grupos neofascistas cuyo objetivo era destruir las instituciones
democráticas; para ello se desestabilizaba mediante el terrorismo la
vida política del país, provocando desorden y magnificando la
conflictividad social. Creado el ambiente de inseguridad, el
siguiente paso es la apelación al Ejército para que restablezca el
orden mediante un golpe de Estado y la inevitable dictadura. En
Italia, las escuadrillas del neofascismo y la extrema izquierda
fueron instrumentalizadas por los servicios secretos del Estado para
cometer atentados. Se pretendía generar la sensación de una amenaza
involucionista que permitiera frenar el avance del fascismo y
controlar el auge del movimiento obrero. Con la colaboración del
poder judicial, y bajo órdenes directas del gobierno, la policía
cometió numerosos abusos contra elementos calificados como
subversivos. Era el más puro terrorismo de Estado.
Para
denunciar esta situación, el autor utiliza un humor corrosivo que
pone en evidencia las tácticas fascistas de la policía y la manipulación periodística al servicio del
poder. El mensaje contra la represión política y la sinrazón de
Estado es demoledor, pero la ironía y la extraordinaria comicidad
del desarrollo han permitido, incluso, que la obra funcione sin el
mensaje político. Tal que así ocurrió en ciertas adaptaciones
realizadas en los Estados Unidos, que despojaban al texto de las
connotaciones más comprometedoras.
Todos los personajes sirven perfectamente tanto al objetivo general de la denuncia como al elemento bufonesco y cómico, sobre todo con el genial hallazgo del loco socrático, auténtico eje de la obra que va sacando a la luz todas las miserias del sistema desconcertando al resto de personajes. El loco, adoptando diferentes y disparatadas personalidades, consigue que los culpables confiesen los hechos tal y como en realidad ocurrieron, sorprendiendo una y otra vez las incongruencias y contradicciones de la “versión oficial”. Las libertades y garantías democráticas, teóricamente aseguradas en un Estado de derecho, están en realidad seriamente vulneradas y el espectador acaba siendo consciente de que la democracia no es en el fondo más que un simulacro.
El
texto es de 1970, las tácticas del poder para someter a los
ciudadanos pueden haber cambiado, o simplemente se han adaptado a los
tiempos, pero las ideas que defendía entonces Darío Fo siguen
siendo actualísimas. Y, por desgracia, también lo son las
violaciones de los derechos humanos, la tentación dictatorial en
gobiernos que se presumen democráticos y, por qué no decirlo, determinados
diagnósticos en los que quedamos retratados:
“Mire,
al ciudadano de a pie no le interesa que la mierda desaparezca, le
basta con que se denuncie, estalle el escándalo y se pueda comentar.
Para él, esa es la verdadera libertad y el mejor de los mundos,
¡aleluya!”
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