miércoles, 21 de abril de 2010

Fantasía y ciencia ficción en la obra de Haruki Murakami




A menudo somos los lectores (y también algunos escritores) los que nos empeñamos en permanecer en el ghetto y convertirnos en estandartes de eso que llamamos con cariño género fantástico, en contraposición al mainstream, donde te puedes encontrar cualquier cosa (también muchas, muchísimas buenas). Yo a veces salgo del "castillo" de la ciencia ficción y encuentro "alguna cosilla" interesante. En una de estas excursiones descubrí al escritor japonés Haruki Murakami. Pero no crean, Murakami no es mainstream puro, le gusta coquetear (y a veces incluso más que eso)con la fantasía.
No todos sus libros y volúmenes de cuentos están publicados en castellano. Su primera novela en castellano es La caza del carnero salvaje (1982). En ella yo encuentro algo más que cierto tufillo a fantasía. El dicho carnero no es más que la representación de un poder que de época en época decide habitar dentro de un ser humano dotándolo de inmensas habilidades todas encaminadas a dominar el mundo (como le pasó a Gengis Khan). El sufrido protagonista, enredado en la búsqueda a causa de un viejo amigo al que perdió la pista, cuenta con ayuda de una modelo de "orejas" que está convencida que éstas le otorgan superpoderes (ya que resulta totalmente anodina cuando sus orejas le tapan el pelo y toda el mundo se queda encandilado con ella cuando las muestra). Pero eso no es todo, otro de los personajes es un extraño "hombre carnero". Al final encuentra a su amigo y puede, sí, hablar con él, resulta...que está muerto.
En 1987 escribió Tokyo Blues (cuyo título de verdad es Norwegian Wood en referencia a la canción de los Beatles). Es mi novela preferida de Murakami y ¡sorprendentemente! ésta no tiene ningún elemento fantástico.
De 1992 es Al sur de la frontera, al Oeste del Sol. No parece tener nada fantástico en su argumento hasta que uno medita sobre la posibilidad de si la Shimamoto que el protagonista conoce ya en su madurez no es más que producto de su imaginación. Él mismo duda, yo dudo y algunos compañeros de la tertulia también.
En 1995 aparece Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Ésta es una obra densa, en la que podemos encontrar casi de todo. Desde descripciones de torturas y asesinatos cometidos por soldados japoneses durante la ocupación de China hasta la historia de un prisionero en un campo de concentración soviético en Siberia. El protagonista tiene una especie de poder capaz de sanar el interior de las personas y, además, para salvar a su esposa desaparecida debe buscar en el fondo de un pozo la entrada a otro mundo (o Universo paralelo, como se quiera decir).
Sputnik, mi amor(1999) es otra historia en la que es posible salir de este mundo para...viajar a otro sitio (en ningún momento descrito).
Kafka en la orilla (2002)nos hace partícipes de una guerra entre dos poderosos seres (dioses) encarnados en las figuras de Johnny Walken (el del whisky) y el Colonel (con "l") Sanders (el de los pollos de Kentucky). Peones en toda esta historia son un adolescente que se ha escapado de casa y un viejo (retrasado a causa de una extraña experiencia que le sucedió de niño).
Sauce ciego, mujer dormida es una antología de cuentos escritos entre 1981 y 2005. Muchos de ellos tienen elementos de fantasía. Mi preferido es La tragedia de la mina de carbón de Nueva York que cuenta con la "muerte" como protagonista directa.
Por último en 2008 apareció After Dark. Otra vez nos encontramos con comunicaciones y enlaces entre dos mundos, el nuestro (o al menos uno que se le parece) y otro del que nada sabemos.
Con fantasía o sin ella, la obra de Murakami está llena de personajes a la vez extraños y cercanos, siempre entrañables, donde siempre lo que importa es lo que se siente.También es cierto que le gustan mucho los gatos y el jazz.

viernes, 9 de abril de 2010

La carretera: En busca de los buenos




Por lo visto, el final de la historia que con tanto entusiasmo pregonaron los publicistas del mundo libre, no nos ha traído la tranquilidad de ánimo suficiente como para dejar de temer que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. Ahora es la amenaza de una catástrofe ecológica la que pende sobre nosotros, además de minucias como el fundamentalismo islámico o esos malditos chinos que están cada vez más dispuestos a comerse el mundo (es broma, me gusta la comida china y soy gran admirador de Lucy Liu). Pero sí, la amenaza más acuciante procede de un planeta, el nuestro, que parece rebelarse contra todo el mal que la humanidad inconsciente le ha provocado. A pesar de todo podemos darnos por satisfechos, años atrás el miedo aún era mayor, y llegó a ser obsesionante la proximidad de un conflicto nuclear que acabara con todo signo de civilización.

Los estudios de Hollywood, y he de reconocer que mi conocimiento de la ciencia ficción procede más del cine que de la literatura, supieron aprovechar esta especie de psicosis colectiva y ofrecieron mucha serie B bastante lamentable, pero también obras maestras en forma de alegorías sobre el miedo a lo desconocido. La novela de McCarthy puede encontrar aquí sus raíces, aunque es evidente que está más directamente relacionada con esa corriente de los años ochenta, al estilo Mad Max, que buscaba retratar la situación tras la guerra nuclear.

De todas formas la lucha por la supervivencia es un tema repetido con insistencia, y no solo en la ciencia ficción, ¿cuántas veces hemos asistido en novelas o películas a personajes con la vida pendiente de un hilo mentras mantienen una guerra interminable contra su entorno? Hace poco volví a ver “Las aventuras de Jeremías Johnson”, un western algo atípico, pero no deja de ser el mismo tema, el superviviente en un entorno hostil. La variante más habitual en la ciencia ficción es la que encontramos en la novela de McCarthy, el superviviente intenta el retorno a la civilización, o reconstruirla, después del desastre. El héroe inicia un camino pleno de obstáculos hacia un lugar mejor, hacia donde la sociedad pueda renacer. Para ello ha de atravesar las ruinas de la civilización destruida, ha de soportar la agresión constante de los que no han sido extinguidos y que practican el más descarnado darwinismo social. Un solo objetivo le guía, encontrar a otros supervivientes, los buenos, con los que pueda encarar un futuro mejor.

Bueno, más o menos esto es “La carretera”, no inventa nada McCarthy y, sin embargo tienen una emoción especial los diálogos lacónicos entre el padre y el hijo, huyendo de los malos y del frío, atravesando un mundo en ruinas. A McCarthy no le interesa explicar lo que ha ocurrido ni por qué, lo único que sabemos es que el mundo está devastado y que solo queda asumir el horror o poner fin a una existencia sin sentido. Esta es la opción de la madre, ya no queda nada por lo que vivir, ni siquiera el hijo para el que no hay futuro, mejor evitar el sufrimiento que a nada conduce. Pero hay otra opción, la del padre: se puede resistir, emprender el camino hacia parajes menos fríos y más acogedores, donde tal vez estén los buenos que ofrezcan esperanza para el muchacho. En un mundo en el que los malvados han impuesto su ley, en el que Dios definitivamente ha muerto, la única esperanza a la que uno puede aferrarse es que al final del camino haya todavía gente que no ha perdido todo rastro de humanidad. Allí donde todo es degradación y miseria el pequeño Nazarín estaba irremediablemente perdido.