sábado, 26 de diciembre de 2009

Sciascia, el pesimismo rebelde




Viene siendo habitual que los participantes de la tertulia muestren su desacuerdo con el trato que se otorga a las obras que, digámoslo así, patrocinan: Javi considera que se tiene en poco la literatura fantástica y de ciencia ficción, según Manuel no fuimos capaces de entender a Mishima y Juanfe se esforzó por demostrar, ante el escepticismo de algunos, que en la obra de Sijie hay bastante más que la virtuosa adaptación de un cuento de hadas. Después de la tertulia dedicada a Sciascia debo sumarme a este grupo de agraviados, no me pareció que se valorara al escritor italiano como merece.

Es posible que me deje llevar por la admiración que profeso hacia un personaje que se metió en todos aquellos asuntos de la vida pública en los que estaba en juego la dignidad y la justicia. Sciascia fue algo así como el referente moral de los italianos y su compromiso político, inequívocamente de izquierdas pero de radical independencia, plasmó una rebeldía incansable contra el poder y sus máscaras. Su lucha fue contra el fascismo, un fascismo que adquirió formas nuevas, como en "El gatopardo", pero perpetuado en las estructuras de un país que nunca acaba de sacudírselo: "Reconozco el fascismo en cualquier sitio. El fascismo no ha muerto...siento un gran deseo de combatir, de comprometerme cada vez más, de ser siempre decidido e intransigente, de mantener una actitud polémica con respecto a cualquier poder".

Por si fuera poco soy un aficionado a la novela policiaca, a los grandes clásicos del género negro, los Hammett, Chandler, Thompson o Goodis, cuyas obras parecen adquirir un nuevo valor después de que el prestigio de Sciascia permitiera reconsiderar esta literatura. No hacía falta, pero es cierto que este género siempre fue poco apreciado, a lo mejor por aquello que dijo Borges: “le faltaba la suficiente dosis de aburrimiento como para gustar a los críticos”.

La novela negra no está protagonizada por valerosos justicieros, no hay héroes sino profesionales más bien cínicos y en los límites de la legalidad que dan cuenta de la degradación y el fracaso de una sociedad. Los protagonistas de Sciascia, tal vez menos relevantes que los antihéroes de Hammet o Chandler, son también escépticos, la cualidad más importante que un racionalista ilustrado como Sciascia puede esgrimir contra el fanatismo.

“El caballero y la muerte”, escrita en el último periodo de su vida, está protagonizada por uno de esos personajes que no se resignan a la tranquilidad del desconocimiento, que no renuncian a descubrir la verdad. El Vice, como el propio Sciascia, se encuentra a las puertas de la muerte, ya ha perdido toda esperanza, lo único que le queda es la salvación por el conocimiento, mirar a la muerte con el mismo orgullo que muestra el caballero del grabado. La rebeldía es la misma que cuando pensaba que “el mundo podía cambiar de base” pero ahora ya no hay razones para la esperanza; el caballero mide sus fuerzas contra poderosos enemigos en lucha desigual y sabe que será derrotado. Nada va a cambiar, el Caballero avanza solo, con coraje incomprensible para los que tiemblan, avanza, según el hermoso texto de Jean Cau, hacia la nada: “Estoy más pesimista que nunca, o tan pesimista como siempre, porque no queda razón alguna para el optimismo”.

Otro gran escritor italiano, Alberto Moravia, no acababa de creerse ese postrero pesimismo de Sciascia: el que sigue escribiendo está dando muestras de ser un incorregible optimista, es alguien que piensa que las cosas todavía pueden cambiar. Un pesimista hubiera renunciado a la escritura, hubiera dejado que la mentira siguiera prosperando, nos habría evitado ese molesto centinela que denunciaba el fascismo que dirige nuestras vidas.

Puedo entender alguna de las críticas que se hicieron durante la tertulia, básicamente que el valor literario de la obra está claramente por debajo del contenido político o de la crítica social. Es evidente que Sciascia no es Balzac o Proust, pero no veo por qué el laconismo o la economía de medios, propios de la mejor novela negra, deban estar reñidos con la calidad literaria. Además, a Sciascia hay que leerlo con cuidado, madurando cada una de sus frases, de sus reflexiones sobre el poder, el dolor y la muerte. Nada hay tan peligroso como bajar la guardia, demasiado a menudo acabamos aceptando los hechos como inevitables: leer a Sciascia nos recuerda que la libertad no se regala, se conquista día a día.


sábado, 19 de diciembre de 2009

Zerópolis, la ciudad virtual







Solo en alguna ocasión, y con no demasiado entusiasmo, hemos planteado la posibilidad de abandonar por un momento las obras de ficción y comentar un ensayo que pudiera resultar sugerente. Tal vez nos hemos dejado arrastrar por la aridez, en comparación con la novela, que se le supone a este género y, dadas nuestras circunstancias, tendemos a huir de propuestas literarias demasiado didácticas. Craso error. La profundidad del análisis y el rigor en el proceso de reflexión en un ensayo pueden ir acompañados de un extraordinario goce estético o de una intensidad expresiva a la altura de la mejor novela. Dos italianos me vienen a la cabeza como ejemplos de lo que acabo de decir: Leopardi y sus “Zibaldone dei pensiero” no desmerecen en elevación estética a sus “Cantos” y pocas novelas sobre el Holocausto han alcanzado la intensidad demoledora de “Si esto es un hombre”, el conocido ensayo de Primo Levi sobre su experiencia en Auschwitz.

Si recuerdo ahora esta carencia en nuestras tertulias es porque me han recomendado con insistencia el segundo ensayo publicado por Anagrama del filósofo francés Bruce Begout. El argumento con el que he sido convencido es definitivo: “Lugar común. El motel americano” es incluso mejor que “Zerópolis”, el deslumbrante ensayo sobre Las Vegas que dio a conocer a Begout en España. Sobre “Zerópolis” pues me gustaría hablarles.

Francia se ha considerado la vanguardia del pensamiento europeo pero, al mismo tiempo, los franceses siempre han sentido particular curiosidad por todo lo que se cuece al otro lado del Atlántico. Desde Tocqueville, casi diría desde La Fayette, la cultura americana ha sido objeto de curiosidad y análisis por parte de nuestros vecinos. Bruce Begout es uno de esos intelectuales, el más reciente, que armado en la escuela fenomenológica de Husserl e influido por Baudrillard, Eco o Benjamín, ha intentado con “Zerópolis” un acercamiento crítico a los hábitos y las costumbres norteamericanas.

¿De qué trata “Zerópolis”? Pues de Las Vegas, la ciudad del exceso, del barroquismo estrafalario, una gigantesca máquina tragaperras en medio del desierto. Es un libro apasionante y profundo aunque hable de lo banal, porque la banalidad de Las Vegas es el horizonte que parece esperar a las ciudades del futuro. Begout muestra en Zerópolis un paisaje de brillante envoltorio, de continuo y casi agobiante divertimento (lo “fun”) que rechaza todo aquello que no sea meramente epidérmico, que elimina el raciocinio y cualquier posibilidad de reflexionar sobre lo absurdo de todo el entramado. Hay un análisis del sueño americano particularmente agudo realizado a partir de datos en apariencia nimios, de lo concreto o lo pequeño, de lo que parece irrelevante pero que va constituyendo una imagen tremenda de la cultura americana más vulgar. Y lo terrible es que Begout dice que “vamos” hacia Las Vegas, es más, que sin saberlo ya estamos en Las Vegas; en cierto modo, nuestras ciudades (no hace falta irse muy lejos) se han convertido ya en un circo. Uno no puede dejar de pensar, después de leer un libro sobre algo tan aparentemente ajeno como es la ciudad del juego desenfrenado, que la democracia en Occidente se está convirtiendo en algo de baja calidad, una especie de libertad de bajo costo al socaire de la globalización y la lógica del consumo.

Hay quién no es tan pesimista como yo y considera que Begout no pretende hacer de esta ciudad, este artificio descomunal y superficial, una metáfora de lo que nos espera. Las Vegas sería solo un parque temático que nos permite evadirnos, que nos protege de una realidad desagradable por medio de una ficción infantilizada que no nos deja pensar en nuestra propia miseria. Robert Venturi dice que la incoherencia y el exceso estético de este espejismo en el desierto son un logro de la posmodernidad; bien, es posible, pero a mi los monstruos generados por la posmodernidad me empiezan a parecer tan peligrosos como los que generó la razón.

Juan

martes, 8 de diciembre de 2009

Variedad de propuestas para la primera tertulia de 2010




La tertulia sobre El caballero y la muerte de Leonardo Sciascia tuvo lugar el pasado martes 1 de diciembre en el lugar de costumbre. Cinco miembros veteranos dieron la bienvenida a un nuevo contertuliano, Javier, profesor de filosofía en el I.E.S. Les Foies de Benigànim. El sentir general fue de que Siciascia era un buen escritor pero no todos alabaron la obra en cuestión. Tres sietes, tres seises y un cinco (éste otorgado por Rafa a posteriori pues no pudo asistir a la tertulia) fueron las puntuaciones, suponiendo una nota media de 6,3.
Para la siguiente tertulia se propusieron un amplio abanico de obras cubriendo varios siglos y un par de continentes. Desde clásicos de la literatura en castellano, como La Celestina, a clásicos de la literatura inglesa, como pueda ser El amante de Lady Chatterley, pasando también por autores de rabiosa actualidad como el Premio Príncipe de Asturias 2006 Paul Auster o el escritor estadounidense de origen judío Philip Roth. La diversidad de géneros está representada por la obra de ciencia ficción El hombre bicentenario, de Isaac Asimov.
¿Jugamos al quién es quién con las fotos de la cabecera? No creo que sea necesario. De arriba abajo: Asimov, Auster y Roth. ¿A que no era difícil?

lunes, 30 de noviembre de 2009

Todo debe cambiar....Escepticismo siciliano





En uno de los comentarios que hice en este nuestro blog, hablando de posibles escritores que podríamos considerar en la tertulia, nombraba casi oponiéndolos a Sciascia y Celine. En realidad se trataba de ilustrar mi proposición con un escritor italiano y otro francés, pero no caí en la cuenta de que, al menos en apariencia, son profundamente antagónicos y que acertaba al situarlos como representantes de dos actitudes ante la vida totalmente disímiles. Sciascia se negaba en rotundo, al menos eso decía él, a leer al colaboracionista Celine por razones políticas y morales. Debemos perdonárselo, el italiano llegó a creer, allá por sus tiempos de comunista activo, que el mundo podía cambiar incluso a mejor.

Sin embargo hay algo que une a los dos extraordinarios escritores, ambos se sentían seducidos por esa obra a veces maltratada que es “El gatopardo”, de Tomaso di Lampedusa. Desde posiciones diferentes, claro; Sciascia consideraba que Lampedusa pretendía desactivar cualquier esperanza de cambio, provocaba inacción y conformismo. Con el paso del tiempo, el viejo y enfermo escritor siciliano acabó contagiado de ese pesimismo vital que caracteriza a los de su tierra y nos damos cuenta, sin demasiada sorpresa, que el escepticismo de Celine no quedaba tan alejado del último Sciascia.

El culpable de tan triste y lúcida estirpe es el Príncipe de Salina, uno de mis personajes favoritos, incomparable en la impresionante presencia de Burt Lancaster. Salina es el mejor ejemplo del antihéroe, su concepción trágica del mundo no supone una respuesta heroica, no es una respuesta con la determinación del que defiende los valores de la sociedad en que vive. Pero esto no significa que sea una personalidad decadente, es verdad que es hijo de una tradición en trance de desaparecer, sin embargo no moverá un dedo por defenderla porque posee la cualidad de la lucidez. El estoicismo del mundo clásico tiene en Salina al último de sus representantes, el último porque se ha quedado solo, entre sus congéneres esa gloriosa tradición ya no existe y Salina se irrita con ellos por la cortedad de miras que muestran. Acaba convirtiéndose en un outsider al que repugna el presente, añora su pasado e intuye el porvenir. Su actitud nace del orgullo ante su superioridad y de la ironía del que no se cree el mundo en el que vive.

Me admira particularmente la posición distanciada ante lo que está ocurriendo. Dice Carlo Ginzburg que el extrañamiento, la distancia, es el único medio de superar las apariencias o de alcanzar una comprensión más profunda de la realidad. Salina ha comprendido que todo debe cambiar para que nada cambie, pero ni respeta ni comparte la voluntad de poder de los nuevos administradores, como su sobrino Tancredo y, desde luego, desprecia a esa nueva burguesía representada por Calógero basada en la especulación rural.

La escena del baile, maravillosamente escenificada en la película de Visconti, es una de las más hermosas e íntimamente emocionantes que he visto. El príncipe ha aprendido de los acontecimientos reforzando su talante escéptico y estoico, afianzando su sensación de desplazamiento. Es el distanciamiento lo que le proporciona serenidad y la lucidez de comprender que es un personaje del pasado, alguien que ya no encaja en el presente asumiendo su fin con enorme dignidad.

Esa misma dignidad la tienen los protagonistas de las novelas de Sciascia, aquello que tanto agradaba a Vázquez Montalbán: tal vez no haya demasiadas posibilidades de cambiar el mundo pero el mundo no va a librarse de que denunciemos el asco que nos produce.

martes, 24 de noviembre de 2009

La máquina del tiempo 100 años después




Se ha rumoreado la posibilidad de que una de las propuestas para la primera tertulia de 2010 sea La máquina del tiempo, de Herbert George Wells, publicada por primera vez en 1895. Cien años después se le propuso al escritor, también británico, Stephen Baxter escribir una continuación. Baxter aceptó el reto y escribió Las naves del tiempo.
El punto de arranque de esta novela se sitúa en el intento del Viajero de regresar al futuro y salvar a Weena de la muerte en el bosque en llamas. Su asombro es mayúsculo cuando llega a un lugar totalmente cambiado con respecto a sus recuerdos. La oscuridad es total, el Sol no sale nunca, y sólo viven morlocks en ese mundo. Prontamente el Viajero descubre que el hecho de que el relato de sus viajes fuese publicado en su época original ha modificado la realidad y cambiado el futuro. La Tierra se ha convertido en un mundo guardería para los niños morlocks. El resto se ha trasladado a la esfera que ocupando la órbita de Venus envuelve el Sol. Los morlocks han creado allí una sociedad utópica y tolerante donde no han olvidado adaptar lugares específicos para las distintas variantes que los milenios han creado en la humanidad.
Esta idea de una esfera de Dyson no es nueva dentro de la ciencia ficción. Esta construcción más qu faraónica supone de una vez por todas acabar con el problema del espacio. Se trata de construir una esfera alrededor del Sol y ocupar toda la superficie interior. Pero como a los morlocks no les va la luz solar ocupan la estructura interior y la superficie que da al vacío sideral.
Nuestro Viajero consigue engañar a uno de los morlocks para que lo devuelva a la superficie de la Tierra y recuperar allí su vieja máquina del tiempo. En todo caso, el morlock llamado Nebogipfel se le une en la aventura como polizón de la máquina.
El Viajero cree que al cambiar el futuro ha provocado la muerte de toda la gente que habría podido ser si él no se hubiese puesto a jugar con el tiempo. Así, con ese cargo de conciencia decide visitarse así mismo en el pasado y convencer a su yo más joven para que no construya la máquina. Pero las cosas no son tan fáciles como él se esperaba. El Londres al que regresa no es él mismo que él conocía. La guerra contra los alemanes se prolonga año tras año y las máquinas del tiempo son utilizadas por los dos bandos como arma en la guerra, pretendiendo cambiar el pasado siempre que la suerte de la guerra no les corresponde.
Las aventuras no acaban ahí, pues el Viajero y el morlock Nebogipfel todavía tienen que correr mil peripecias conociendo al matemático Kurt Gödel, viajando al Pleistoceno, cambiando totalmente la historia del planeta y viajando a un futuro tan lejano en el que el Universo vuelve a contraerse y un nuevo big bang les espera.
Las naves del tiempo no es una mala novela, pero es larga, cosa que implica una sucesión de altibajos en la trama y en la acción. Su longitud y su poca disponibilidad son en cambio los argumentos que me impiden proponerla. Por si acaso alguien tiene curiosidad y la encuentra...todavía me he guardado muchas sorpresas por desvelar.


Javi

martes, 3 de noviembre de 2009

Pigmalión reeducado. Sobre Balzac y la joven costurera china


Balzac y la joven costurera china presenta varios niveles de lectura, todos ricos en detalles e interpretaciones. En un primer plano y quizás por ello en el nivel más intenso, asistimos al triángulo amoroso entre los dos jóvenes (prácticamente todavía adolescentes)y la en un principio "vulgar" (por su falta de educación)hija del sastre. Luo, el más tirado para adelante, oficia de particular Pigmalión con la costurera pero de forma totalmente interesada, porque educándola conseguría hacerla digna de su condición de intelectual hijo de un dentista. Su amigo, el narrador, asiste dejándose llevar por la corriente de los acontecimientos la relación entre ambos, viviendo por medio de Luo lo que a él le hubiese gustado. En cambio él es finalmente el que "limpia" la escena del delito cometido por Luo. La costurera opta después de su aborto por alejarse de ambos, quizás después de que Luo y compañía cumpliesen demasiado a la perfección su labor educadora.
En segundo lugar aparece la situación de China al final de la década de los sesanta. La Revolución Cultural de Mao y su política de reeducación llevan a un pueblo de las montañas a los dos protagonistas. No podemos esperar que Dai Sijie trate con ecuanimidad y objetividad la situación, pues él mismo pasó por un exilio involuntario semejante. No hablamos de pasar un verano trabajando en un pintoresco pueblecito, sino de una situación de la que solamente salía uno entre mil. Y por ser hijo de supuestos enemigos del pueblo, intelectuales dicho con todo el desprecio. ¿De verdad quería Mao diluir a todos aquellos capaces de pensar y poner en tela de juicio su política? Supongo que la medida de la reeducación no se debía solamente a motivos tan débiles, pero quizás a mí se me escapa algo. ¿Una vuelta a las virtudes ancestrales del pueblo chino eminentemente campesino? Pocas virtudes extraen los dos jóvenes del tiempo pasado en el campo, pues en ningún momento sienten deseos de integrarse, de dar la mínima oportunidad al lugar en el que están obligados a vivir. Caso diferente es el de su vecino Cuatroojos, que para salir de allí está dispuesto a ser uno más e incluso a pasar por la prueba de virilidad de beber la sangre del búfalo.
Luego impregnándolo todo está ese gusto por la lectura que los lleva engañar y a robar para conseguir los libros, suponiendo una transgresión, una travesura, una negación de la propia fundamentación de la reeducación. La habilidad para la transmisión oral de historias (ya sea cogidas de libros o de películas norcoreanas) es la mejor cualidad que en principio ellos tienen para destacar en su nuevo mundo rural, para intercambiar por días libres, engatusar jóvenes chinas o entretener a padres de amantes. Luego es la capacidad de Luo para arreglar muelas (como si de una herencia transmitida por su padre se tratse) es la que los saca de uno de los líos. Y en primer lugar fue la capacidad de Luo para inventar historias la que salva el violín. Luo que casi siempre lleva la iniciativa, Luo que se lleva a la chica, Ma (que así se llama el narrador, aunque este nombre lo he sacado de otra novela de Dai Sijie Una noche sin luna en la que también es uno de los protagonistas)el fiel amigo que en ausencia del otro arregla sus problemas.
La marcha de la sastrecilla supone la ruptura con todo. En una pataleta queman los libros y el violín. El fuego purificador. Empieza una nueva era, pero sin la modista.
Dai Sijie quiere mostrar con fueza su ruptura con su etapa china escribiendo en francés y mostrando su admiración por los escritores occidentales (fundamentalmente fraceses, Balzac y Dumas). Pese a todo me parece una obra muy bien escrita, emotiva y también interesante. Puedes entender algunos actos de los protagonistas, pero sin conseguir una identificación plena con ellos. No creo que sea una obra menor dentro la literatura universal, tampoco un clásico que perdurará a través de los siglos (no nos engañemos, eso no es fácil de conseguir), pero sí que la incluiría dentro del 20 % mejor de los últimos treinta años. Desde luego que es mejor que la otra obra de Sijie que he leído: Una noche sin Luna, novela cuyo argumento se diluye dentro de un sinfín de historias que encierran otras historias y cuyo final se me antoja muy flojo.

Javi

lunes, 2 de noviembre de 2009

La virtud del cuento


Conocía el título. “Balzac y la joven costurera china”. Un título sugerente, con tintes exóticos, surrealista en su formulación. ¿Qué tiene que ver, a primera vista, el novelista francés con una humilde trabajadora oriental?¿Qué relación podía guardar un paraguas y una máquina de coser dispuestas sobre una mesa de operaciones, ejemplo programático de la perfecta imagen surrealista que Breton y sus adláteres incluyeron en su manifiesto?…

No recuerdo si me sonaba por la novela o por la adaptación cinematográfica del propio autor, pero lo cierto es que no podía evitar asociarlo, en mi ignorancia, a una narración histórica, al estilo de “La muchacha de la perla”, una novela que desvelara un episodio poco conocido y suficientemente extraño del novelista francés en una supuesta visita a China o la posibilidad de una affaire parisino del autor de la Comedia humana con una bella exiliada de ojos rasgados y modales exquisitamente tímidos.

Nada de eso. La novela me recibe con dos anécdotas asociadas a dos inventos de la civilización. Leo cómo dos jóvenes chinos siguen el camino del ostracismo y la reeducación durante la revolución cultural de la República Popular de Mao. Dos adolescentes que portan varios artilugios mágicos. El primero, un violín. Asombroso, y peligroso, puesto que, en sus cuerdas, pueden templarse armonías occidentales, prohibidas, contrarrevolucionarias, aunque convenientemente camufladas como mensajes de amistad de Mozart hacia el Gran Timonel. El segundo, por su parte, resulta ser más prosaico y, sin embargo, más útil, especialmente para el jefe de la aldea. Se trata de un despertador del tamaño de una mano en cuyo centro un gallo no dejaba de picotear segundos. La fascinación por este aparato atrapa al jefe de la aldea, que cobrará conciencia de que la jornada laboral puede determinarse con independencia de la salida del sol, gracias a una máquina mágica que dos malos camaradas traen consigo.

A partir de aquí, el lector se siente intrigado por la vida que dos muchachos procedentes de la ciudad, hijos de médicos, en el caso de Ma; y de un dentista que manipuló las muelas de Mao, en el caso de Luo, la existencia que, digo, estos dos exiliados pueden llevar como individuos insolidarios con la Revolución que deben meditar sobre los principios del Libro Rojo mientras acarrean estiércol, comen patatas y vegetan en un lugar de resonancias legendarias, la montaña del Fénix del Cielo, cerca del Tibet.

Que la acción transcurra en 1973 no tiene mayor importancia, que el jefe de la aldea sea o crea ser comunista tampoco debe preocuparnos. De hecho, el contexto represivo no dista demasiado de cualquier sociedad feudal de siglos atrás. Nos encontramos en un microcosmos codificado por la literatura popular.

La novela podría iniciarse con la fórmula “Érase una vez…” porque la obra no deja de ser un cuento, complejo en su moraleja, pero cuento al fin y al cabo. Fijémonos.

Tenemos dos chicos explorando una tierra hostil y desconocida, como Hansel y Gretel o la legión de incautos que se han internado en bosques pavorosos desde que el mundo es mundo y se cuentan historias. Aparece también el rey malo, nuestro lacónico jefe de aldea, que representa el principio de autoridad; la princesa, nuestra “sastrecilla”, que, en la novela, es, efectivamente, mencionada como “la princesa de la montaña”; hay también un antagonista menor, Cuatrojos, en cuyo poder está el tesoro (la maleta con los libros). Por no falta, no faltan ni las pruebas de valentía, de iniciación: la visita al viejo molinero y su corte de piojos, la arriesgada travesía del paso de montañas que conduce a la aldea de la princesa, una Hero oriental, o la triste búsqueda de un médico que practique abortos ilegales… Si la novela cayese en manos de Propp seguramente la desmenuzaría a conciencia.

Así, el trasfondo político (que tanto nos gusta traer y llevar en nuestras tertulias) pierde fuelle. La narración pseudo biográfica de Dai Sijie traspasa el marco de la dictadura comunista que el escritor tuvo que padecer y se convierte en una reflexión sobre la literatura y su influencia en el ser humano. Incluso, más que de la literatura, que presenta los motivos más evidentes (los libros, los autores prohibidos), sería más acertado hablar de la ficción. Recordemos, por ejemplo, el episodio del cine. Ese melodrama norcoreano que Ma y Luo se encargan de ver y contar a toda la aldea, en una conmovedoramente simple demostración del poder de la ficción y la fabulación sobre todos nosotros. Magia. Mágico, al igual que los artilugios traídos por los urbanitas, aquel violín y aquel vulgar despertador. Más que dos mundos en contacto, el urbano y civilizado frente al rural y primitivo, esos aparatos, junto a la habilidad de narrar, representan los dones de nuestros héroes, atributos que los dotan de un aura irresistible.

De ahí, la relación clandestina con la sastrecilla, o la simpatía que despiertan en el viejo molinero, poseedor del acervo popular. A diferencia de Cuatrojos, personaje menos adaptado que Luo y Ma. El hijo de la poetisa carece de dones benéficos para la tribu. Lleva gafas, es torpe y débil. El narrador no duda en arrastrarlo por el fango, figurada y literalmente, cada vez que puede. Su función: ser el guardián del tesoro, el obstáculo que los protagonistas deben superar para alcanzar su objetivo.

Y en este punto, rompemos el hueso y llegamos al tuétano, los libro. Balzac. Juan pregunta, entre otras cosa, por qué la elección de Balzac en lugar de Gogol, qué función tiene la cita final del libro o por qué la quema de los libros… Sinceramente, no tengo respuesta a la primera. A bote pronto, diría que obedece a una elección arbitraria. También podría deberse a la inmersión cultural francesa del autor tras abandonar China. En cualquier caso, no sé en qué grado se debe a razones temáticas o ideológicas.

En cuanto a la cita final, muestra patente del magisterio de Luo en la sastrecilla, no anuncia nada bueno, en mi opinión. Especulemos sobre posibles futuros de una bella joven de extracción rural e imbuida de ilusiones burguesas en una gran ciudad. ¿Es posible que “triunfe” en la China de los años 70? Cuesta imaginarlo. Quizás me deje llevar por el pesimismo o crea en el romanticismo de la desilusión, pero apenas concibo un par de alternativas para la princesa de la montaña: un trabajo en un masificado taller textil, una accidentada estancia en un prostíbulo no pantaleonizado o, en el menos malo de los casos, una humillante vuelta a su aldea.

La quema de los libros, que no deja de ser una acertadísima ironía, argumentalmente encuentra su justificación en la rabia y el desengaño de Luo. El desenlace de la novela otorga al conjunto de la obra un extraordinario interés que –he de admitirlo- para mí se había perdido en algunos momentos. El iracundo desencanto de Luo y la luctuosa complicidad de Ma en el aborto de la sastrecilla difumina por completo la atmósfera cuasi sagrada con la que Sijie había ambientado la novela. Y, lógicamente, no me estoy refiriendo a las condiciones de vida de los protagonistas, sino a su idealismo exacerbado, su jovialidad y su inocencia. La literatura (Balzac, Víctor Hugo, Flaubert…) representa para ellos la libertad de pensamiento, la posibilidad de otra existencia. Y tal creencia es experimentada de forma radical. Los aboca al robo. La devoción adquiere tintes fetichistas (el pasaje de “Úrsula Mirouët” escrito en la chaqueta de Ma) y puede servir de catequesis civilizadora para la inculta costurera…

Sin embargo, esa iluminación de la joven resulta no ajustarse a las expectativas de su pigmalión. La muchacha decide libremente marcharse, sobre todo por que, gracias a la literatura, ha vislumbrado otra vida. Decide hacer efectiva su capacidad de elección.

Nos viene a la cabeza, cómo no, el mito de la caverna, o, si quisiéramos un referente “posmoderno”, Matrix. ¿Cuál es la existencia real? ¿La que hemos llevado hasta ahora? ¿La que intuimos en las sombras dibujadas por el fuego? La sastrecillo quiere averiguarlo.

Y si la joven ha aprendido una lección esperanzadora, tal vez ficticia, mediante la literatura, Luo y Ma, por su parte, han aprendido una dura lección impartida por la vida, el desamor. Caminos contrapuestos. Gran logro de Sijie.

Todo el mundo busca su libertad, pero cuando se trata de la libertad del otro nuestra tolerancia se pone a prueba. Esta idea cierra implícitamente “Desgracia”, de Coetze, y configura, junto a los efectos iluminadores de la literatura, la moraleja de este cuento-novela.

Metaliterariamente (perdón por el palabro) el prisma destella en varias direcciones. Un apunte: la ficción puede ser peligrosa, llegando a crear ilusiones irreales. Visto así, el viejo hidalgo y la joven costurera china parecen compartir aficiones y afecciones.



Manuel López

El cabellero y la muerte será la próxima novela de la tertulia



Efectivamente, El caballero y la muerte, que se puede adscribir dentro del marco de la novela policíaca, será la siguiente a tratar por el grupo de contertulios. Su autor el escritor italiano, más concretamente siciliano, Leonardo Sciasciascia. Otras obras de Sciascia son Todo modo, Apuñalamiento y Cándido o un sueño siciliano, porque al ser tan corta El caballero y la muerte a alguno de nosotros pueden entrarle ganas de leer otra novela del siciliano. Aún no se ha fijado la fecha, así que admito sugerencias. ¡Por cierto! ¡Yo ya la he leído!

Balzac y la pequeña costurera china pasa sin pena ni gloria por la tertulia


El pasado martes 27 de octubre la tertulia se reunió en el lugar de costumbre para hablar sobre la novela del escritor chino afincado en Francia (y que escribió esta obra en francés) Dai Sijie: "Balzac y la pequeña costurera china". La historia de amor (realmente un triángulo) entre el joven Luo que se reeducaba en el campo y la joven costurera realmente gustó, sólo que algunos miembros de la tertulia objetaron sobre el trato subjetivo que se hace en la obra de las ideas maoístas sobre la reeducación y la revolución cultural. A pesar de todo, la novela (que según el sentir general de la tertulia, al que yo particularmente no me adscribo, calificó como obra menor tanto dentro de la producción de Sijie como de la literatura en general) fue valorada con un 6'1. Como siempre invito a todos a expresar sus opiniones dentro del marco incomparable que es este blog.

miércoles, 28 de octubre de 2009

MÁS VALE TARDE QUE NUNCA: LA CRÓNICA DE LA TERTULIA DOBLE




El pasado viernes 18 de septiembre se celebró la décimo primera tertulia, por primera vez doble. Gracias a la colaboración de Juan ya hemos podido disfrutar de las impresiones que le produjeron ambos libros.
El primer libro en ponerse sobre la mesa (eso sí, siempre después de los postres) fue La sonata a Kreutzer de Leon Tolstoi. La sorpresa se produjo cuando Javi se atrevió a suspender al maestro ruso otorgándole un 4, pero como él se encarga de reiterar no se trata ni mucho menos de eso, sino de demostrar su descontento por una obra que califica de menor y que seguramente no hace honor a otras del escritor. Sin embargo la opinión del resto de los tertulianos hizo que la obra aprobase con un 5'9. El desglose de las notas fue el siguiente:

Juanfe: 6
Juan: 6
Manuel (F y Q): 7
Rafa: 6'5
Elvira: 6
Manuel (cas): 6
Javi: 4

La tertulia continuó con la obra del autor peruano Mario Vargas Llosa "Pantaleó y las visitadoras" que fue acogida muy bien y calificado por algunos como "grata sorpresa". Obtuvo un 6'67 de nota media:

Elvira: 7
Juan: 6
Javi: 6
Rafa: 7
Manuel (Cas): 7
Juanfe: 7

El libro de la siguiente tertulia ya estaba elegido con anterioridad, y no es otro que "Balzac y la pequeña costurera china" de Dai Sijie.

lunes, 19 de octubre de 2009

El demonio de los celos. Sobre la Sonata a Kreutzer.





Tengo una admiración incondicional por la literatura rusa del XIX, digamos que desde que fui consciente de mi vinculación con esos personajes de Lermontov y Gogol en los que han hecho mella la monotonía y el tedio; considero a Chejov mi escritor preferido, solo superado por Kafka, y admito sin problemas que pocas narraciones me han parecido más hermosas y profundas que “La muerte de Ivan Ilich” de Tolstoy. De Tolstoy respeto su compromiso ético y su entrega a la lucha contra la injusticia, desde el punto de vista de un aristócrata, de acuerdo, tal vez sin entender sus auténticas causas, es cierto, pero siempre estuvo del lado de los marginados y nunca con los poderosos, lo que es un mérito que no a todos adorna. De ello se deduce que escoger al genial escritor ruso para ser comentado me pareció no solo excelente sino que, consideré, iba a dar lugar a una de las tertulias más intensas y provechosas.

Desde luego la discusión fue intensa y no precisamente por el entusiasmo general que produjo esta breve “Sonata a Kreutzer”. Sea una visión pesimista sobre el matrimonio con propuestas de intolerable moralina, la descarga de conciencia de un alma atribulada o la descripción de los pormenores de un caso clínico, que tales fueron algunas de las interpretaciones que surgieron en nuestra conversación, leí la novela en un estado de perplejidad que se aproximó peligrosamente a la indignación en algún momento. Quede claro que en modo alguno cuestiono la altura de Tolstoy como escritor pero sí el desvarío puritano al que parece entregarse en sus últimos años y del que esta obra es uno de sus más acabados ejemplos.

Dejando aparte la descripción de los pormenores del caso, que constituye la segunda parte de la obra, la impresión que me iban causando las sombrías ideas sobre el matrimonio expuestas en la parte inicial era bastante desoladora. Frente a las conmovedoras reflexiones sobre la existencia y el fracaso de Ivan Ilich, tan cercanas, el celoso Podnyshev postula un puritanismo idealista, una huída del mundo que es incluso más aristocrática que cristiana. Y al final, aunque algunos editores evitan prudentemente incluirlo, te encuentras con un comentario explicativo del autor que confirma todo aquel puritanismo caduco y despreciable que una lectura superficial de la obra nos ha ido introduciendo.

Lectura superficial, afirmo, porque a pesar de lo dicho hasta ahora y de que no es el Tolstoy que prefiero, hay en la “Sonata a Kreutzer” elementos sobrados como para matizar la opinión anterior. Por debajo de la irritante defensa de la santidad del matrimonio, además de ese moralismo gruñón que, como dijo Chesterton, “se lamenta de las alegrías de los hombres”, Tolstoy es un observador agudo de la sociedad y se muestra particularmente implacable contra los convencionalismos y la hipocresía de las clases acomodadas. La descripción de una mente perturbada por los celos es magnífica y yo mismo descubrí, con algo de espanto, estados y sensaciones similares. “Quien no es celoso no puede amar” decían los trovadores provenzales; si uno evita situaciones patológicas, los celos acaban convirtiéndose en una puerta abierta a un mejor conocimiento, casi un descubrimiento, de la persona amada. Pero los celos de Podnyshev ignoran a la mujer, ente incomprensible y diabólico, que solo adquiere los rasgos de algo más que un objeto sexual, un ser humano, cuando ya ha sido agredida. Sin duda los motivos que siguen hoy induciendo a un hombre a asesinar a su pareja son muy parecidos a los que expone Tolstoy.

El problema es que se excede al plantear soluciones, sugiere que el deseo corrompe el amor pero ¿qué es en realidad el amor? Para Tolstoy la vida es dolor y sacrificio, una preparación purificadora para algo mejor, por eso el deseo y la carne corrompen. El matrimonio es una hipócrita convención social para mantener relaciones sexuales socialmente admisibles, pero éstas no dejan de ser repugnantes e indignas, un modo de alejarse cada vez más del estado de pureza que, personalmente, identifico más con un nihilismo irracional que con la apateia estoica. Olvidemos pues al Tolstoy que parece aspirar a la desaparición de la raza humana y quedémonos con el genial narrador de una mente torturada que, como dijo Manuel, necesita ser escuchada para encontrar el perdón. Quedémonos, en definitiva, con el Tolstoy que lucha desesperadamente por reformar una sociedad injusta que hace desgraciados a todos aquellos que no se someten a su voluntad.

viernes, 9 de octubre de 2009

El insobornable Pan-pan. En torno a Pantaleón y Vargas Llosa



Parece existir un cierto consenso, hablamos de gente mínimamente preocupada ante la triste condición del mundo globalizado, en que Vargas Llosa es un tipo mediocre como articulista, poco recomendable en su faceta política pero excelso novelista que posee la sabiduría que solo tienen los grandes de la literatura. Ocurre que la sensibilidad literaria de don Mario se transforma en torpe fanatismo liberaloide cuando abre la boca para farfullar que el pensamiento crítico contra el imperialismo es idiota, o que los sudamericanos harían bien en protestar menos y agradecer más los muchos beneficios obtenidos del gran amigo del Norte. Ya que sus medidas para arreglar el mundo se limitan a justificar descaradamente la represión de los poderosos, se agradecería que sus formas a la hora de fustigar rojos fueran estéticamente más interesantes. Pero no, es molesto e irritante sin la gracia de reaccionarios iluminados: no haría mal en refrescar sus lecturas de De Maistre o en buscar inspiración en las provocaciones de Cioran.

Un admirador de Borges, harto de las salidas de tono fachosas del genial argentino, le espetó en cierta ocasión: “Leeré todo lo que escriba, pero a usted no le aguanto un segundo más”. Algo así podría aplicarse a Vargas Llosa, consciente de que la vida de placeres mundanos de la que disfruta exige hacer dejación de la dignidad necesaria como para defender compromisos arriesgados.

Tal vez por eso, y a pesar de tratarse de una obra escrita en tiempos de veleidades progresistas, la insobornable dignidad de Pantaleón se nos presenta con un tono lúdico y de farsa, nada que ver con el coronel Dax de “Senderos de gloria”, representante de la lucha por la justicia frente a la corrupción moral y la deshumanización de los altos mandos militares. Desde luego los militares que dibuja Vargas Llosa son corruptos e inmorales y la novela puede calificarse sin problemas de antimilitarista, pero Pantaleón recuerda más a dinamiteros algo estúpidos como el “valiente soldado” Schweik que a personajes lúcidos y consecuentes como el Dax encarnado por Kirk Douglas.

También Pantaleón es un soldado modélico, fiel cumplidor de las órdenes e incapaz de afrontar la vida fuera del estamento militar. Entregado con entusiasmo obsesivo al cumplimiento de su deber, acabará socavando las bases de una institución presuntamente ejemplar pero que funciona, como todas las instituciones ejemplares, de manera hipócrita. El problema de Pantaleón es que no sabe parar, es un personaje irrelevante hasta que recibe una misión, entonces se llena de contenido para cumplirla, cualquiera que sea, con una capacidad sorprendente y una lógica irreprochable. Estoy tentado de decir que sufre el llamado síndrome de Aspergen, la capacidad innata para poner orden en el caos, sin ser consciente que esa capacidad en una sociedad con bases tan corruptas y caóticas le lleva a la irremediable derrota.

Y si el ejército se tambalea en cuanto se aplican normas que requieren una mínima lógica racional, Vargas Llosa muestra la religión, el episodio de los fieles del Hermano Francisco que circula en paralelo a toda la historia del eficacísimo prostíbulo ambulante montado por Pantaleón, como ejemplo máximo de la barbarie, auténtico opio del pueblo que hace dejación de su racionalidad para entregarse a emociones primarias y perniciosas. Ahora que me doy cuenta, y volviendo al principio, ¿en qué momento nuestro eterno aspirante al Nobel se cayó del caballo y abandonó Atenas para entregarse en los brazos de Roma?

Permítanme, para finalizar, una pequeña frivolidad refiriéndome a la película que sobre la obra que comentamos rodó Francisco Lombardi hace unos años. No está mal, tiene su gracia, elimina los aspectos más ásperos de la novela, incluyendo el asunto de la secta religiosa, para centrarse en la peculiar figura del protagonista y su relación con la prostituta conocida como “la brasileña”. A eso iba, a la brasileña (en la película “la colombiana”, seguro que han reparado en la fotografía que encabeza este comentario), la actriz Angie Cepeda, tan increíblemente hermosa en el film que uno puede entender que Pantaleón le rinda honores militares, presentando armas, cuando la bella es asesinada en una refriega.

domingo, 4 de octubre de 2009

El desierto de los tártaros: el vértigo del conocimiento





Escoger una novela de entre las que a uno más le han impresionado no es tarea fácil, supongo que acabamos decantándonos por aquellas en las que nos vemos más implicados, las que tocan quizá nuestros temores o anhelos más profundos. No sé si les ocurre lo que a mí, admito que son los ensayos los que han ido formando poco a poco el bagaje de conocimientos del que podemos echar mano pero es siempre la obra artística la que deja el recuerdo más nítido y preciso. Entre ellas está, sin duda, “El desierto de los tártaros”, del italiano Dino Buzzati, bastante menos conocido por estos lares de lo que merecería uno de los autores que mejor ha sabido captar la esencia del hombre contemporáneo.

El protagonista de este relato con ciertas vinculaciones kafkianas es Giovanni Drogo, militar destinado en una fortaleza fronteriza del Imperio que pasa su vida hastiado e inactivo esperando algo que no se produce; espera infructuosamente lo excepcional que otorgue sentido a su existencia. De un inicial entusiasmo ante la perspectiva del destino heroico va pasando a la apatía y la angustia, asumiendo que su vida se pierde inútilmente.

Por fin acaba presentándose la oportunidad; el enemigo, difuso y extraño, llega, pero Drogo cae enfermo y es expulsado de la fortaleza. Queda solo, retirado en una pobre pensión donde lo único que resta es la muerte. Y es entonces cuando comprende que no es la batalla exterior lo que importa, la ocasión definitiva que le justificará viene de su interior. Drogo no obtendrá la gloria en la batalla, muere solo y enfermo en tierra desconocida y sin nadie a su lado, nadie va a recordarle y por eso es importante el gesto de afrontar el trance con dignidad. Es el momento en el que obtiene la lucidez que le permite ver todas las contradicciones y desatinos del mundo, pero también su pensamiento alcanza el límite último, el punto donde quien llega se atormenta casi hasta el suicidio o halla la respuesta.

El hombre moderno, tal y como les ocurría a los románticos, se mueve entre la necesidad de desafiar al universo y el reconocimiento de su propia impotencia. No todos son capaces de asumir su fracaso, el fracaso de no lograr nunca aquello a lo que aspiramos. Solo podemos luchar continuamente, como Sísifo, contra nuestras oscuridades. Es nuestra propia impotencia la que nos acaba afirmando, y cuando Drogo se da cuenta de que el absurdo lo invade todo, de que la libertad es un espejismo, entonces muere.

Lo que más me gusta de Giovanni Drogo es que muere con una sonrisa, se burla del absurdo y de la falta de sentido. El ser humano está desamparado ante el azar y lo que le dignifica es asumir ese riesgo, afrontar la realidad con orgullo y sonriendo ante nuestra propia impotencia.

La historia de Drogo, por eso me subyuga, es nuestra propia historia. Para la mayoría el paso del tiempo va suponiendo la pérdida de la esperanza y la conciencia de que seremos uno más de los que apenas dejan un leve recuerdo destinado a desaparecer. En un momento u otro acabamos cuestionándonos por qué estamos aquí, y de nuestra valentía para asumir el vértigo del conocimiento, la falta de sentido, dependerá la dignidad con la que afrontaremos nuestra derrota.

No, se equivocan si ven un pesimismo radical en esta historia, a poco que nos fijemos, Buzzati es de aquellos que confían en un último instante de lucidez. Como en las películas de John Huston, el que se ríe de la derrota es el que logra la última victoria.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Arthur Gordon Poe





Tekeli-li, musita enloquecido uno de los supervivientes de las terribles aventuras a las que acabamos de asistir. Tekeli-li, chillan gigantescos pájaros salidos del infierno blanco, mientras una canoa se adentra en el mar de agua lechosa e hirviente en el que algunos han creído ver el punto de no retorno. Una palabra de un lenguaje misterioso y ancestral que anuncia la inmensa figura blanca surgida en el abrupto final de la Narración de Arthur Gordon Pym, dejando a los lectores perplejos y aturdidos. Julio Verne quiso racionalizar el delirio en una de sus novelas más desafortunadas y convirtió la figura surreal en esfinge de hielo, Lovecraft pretendió materializar el horror a lo desconocido haciendo uso de su particular mitología monstruosa, pero es Poe quien consigue agarrarnos con una obra llena de situaciones al límite en la que la alucinación parece ir abriéndose paso conforme avanza hacia su final.

La única novela larga de Poe es una obra de encargo que, pese a ello, no es en absoluto ajena a su mundo personal. Podemos descubrir elementos que van desde “El descenso al Maelstrom” a “El enterramiento prematuro” pero, y lo encuentro sorprendente, nunca ha sido demasiado valorada. Poe es un maestro en las formas breves, esto es indudable, lo que se discute es su capacidad para dar coherencia a una obra de mayores dimensiones, de ahí que muchos de sus críticos consideren que la desbordante fantasía acaba engulléndola hasta hacerla desmesurada. Me pregunto dónde está la incoherencia en lo que, a mi entender, es una magistral reelaboración de viejas historias marinas convertidas en aventuras apasionantes y de asfixiante presión psicológica.

Desde el principio el lector tiene la sensación de que el riguroso informe de intachable realismo resulta anómalo y perturbador, se diría que hay algo de sospechoso en lo que se pretende veraz relato de hechos pavorosos. Nuestra sospecha procede del principal recurso utilizado, la combinación de detalladas y asépticas descripciones geográficas con hechos surgidos de una mente distorsionada. Esa es la cualidad más notable y perturbadora de la obra como ya hizo notar Baudelaire, uno de los más lúcidos y ardientes defensores del genio de Poe. El hipernaturalismo multiplica hasta lo insoportable el horror de lo narrado.

¿Y es al protagonista o es a Poe a quien le van superando los acontecimientos conforme se aproxima la necesidad de finalizar el relato? Con un escritor tan propenso a desbordamientos de todo tipo es complicado afirmar que el autor es capaz de diseñar con lucidez tanto desvarío. Sin embargo, a poco que nos fijemos, la narración presenta un preludio, que funciona a modo de aviso de lo que ocurrirá, seguido de tres partes culminadas cada una de ellas con hechos de enorme tensión. El final, que sugiere el progresivo trastorno del protagonista, no es en absoluto producto de la incapacidad para resolver hechos tan extraordinarios, es un remate metafórico que cuadra a la perfección con ese torrente de imágenes y visiones que están entre lo mejor escrito nunca por Poe.

Y en cualquier caso ¿no es en verdad genial la capacidad para embriagar al lector dejándole al final que sea él quien imagine qué es realmente tekeli-li? Puede ser cualquier cosa, lo más terrible, lo más inimaginable.

miércoles, 15 de julio de 2009

La tertulia se reune en Valencia



Ayer día 14 de julio, la Tertulia Literaria Benigànim se reunió en Valencia para, entre otras cosas, comprar libros y preparar la Tertulia de septiembre que llegará con dos libros: La sonata a Kreutzer de Lev Nikolayevich Tolstoi y Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa. Para abrir boca una de las principales conversaciones después de la comida tuvo como protagonista al escritor ruso y sus ideas sobre educación. También se decidió que la siguiente tertulia fuese el 18 de septiembre en Xàtiva.
¡Hasta la próxima!

domingo, 28 de junio de 2009

Lovecraft: La experiencia del horror.




Creo que afronté con demasiados prejuicios la lectura de “En las montañas de la locura”. Mi escasa afición por la literatura de terror, la inevitable sensación de que Lovecraft no deja de ser un escritor de segunda categoría y la sombra de Poe, que parece rondar por toda la narración, fueron condicionando la lectura cuya primera parte soporté incluso con gusto para acabar en estado de confusión y hasta aburrimiento.

Con prejuicios o sin ellos, el referente de Poe y su alucinante “Narración de Arthur Gordon Pym” se convierte en un lastre considerable por una pretensión del autor en la que, a mi entender, fracasa. Hay algo más que un homenaje con referencias puntuales, sospecho que Lovecraft quiso llegar allí donde el maestro cortó de manera abrupta. Lo que en Poe es una genialidad intencionada, sobrecogedora fantasía interrumpida que sugiere la progresiva demencia del narrador, se convierte en Lovecraft en un digno relato de aventuras en el que la fascinación va dejando paso a la monotonía, en el que el horror no acaba de provocar esa sensación de belleza intensa que poseen los relatos de Poe.

La injusticia radica en empeñarse en comparar, no era necesario y en realidad hay cosas en la obra de Lovecraft que me resultan muy atractivas. Sobre todo la creación de un mundo personal y reconocible en el que una serie de monstruos, hallazgo genial de una mitología propia, encarnan la amenaza desconocida y horrible. No sé si han leído ese ensayo magistral de Eugenio Trías, “Lo bello y lo siniestro”; dice Trías que la belleza es apenas un velo que oculta, parafraseando al propio Lovecraft, lo innombrable. La normalidad en la que vivimos deja entrever, a poco que nos fijemos, aquello que puede dañarnos. El horror estaba oculto en “las montañas de la locura” pero es inevitable que lo siniestro acabe irrumpiendo con toda su fuerza para que conozcamos la desgarradora realidad.

Dicen que Lovecraft estaba obsesionado con la impureza, que detestaba toda mezcla como síntoma de degeneración y de ahí esos extraños híbridos que pueblan su obra. Si Lovecraft ya me resultaba poco interesante, el que fuera un reaccionario que sublimaba sus obsesiones de pureza racial me lo hace todavía más antipático; sin embargo creo que en la narración que comentamos está el Lovecraft más trascendente, probablemente también proyectando su propia realidad miserable tratando de, al menos, hacerla soportable. Los científicos de la expedición no son sino entes insignificantes ante las dimensiones de un mundo desconocido y terrible, un universo amenazante en el que nuestras pobres preocupaciones apenas suponen nada.

Un escritor solitario, agobiado por un entorno hostil y con la necesidad de exorcizar sus numerosos demonios tenía que crear por fuerza una obra de imaginación desbordante. Pero es como si dispusiera de un extraordinario material que no acaba convertirse en obra de arte por la carencia de recursos formales. Lovecraft, al menos en esta obra, deja de lado la trama con la que había empezado a inquietar al lector para perderse en la descripción de un escenario barroco. Allí solo podremos asistir a la impotencia del autor para expresar lo inexpresable: el horror absoluto.

sábado, 27 de junio de 2009

Lovecraft revisitado




La sensación de que Howard Phillips Lovecraft no fue justamente tratado en la última edición de la tertulia no deja de atormentarme. Incluso me imagino a Chtulhu revolviéndose en su tumba de la ciudad sumergida de Ry'leh. También es cierto que no se juzgó (quizás el empleo del verbo juzgar sea excesivo, mejor valorar o tratar) la totalidad de la obra del escritor de Providence, sino una de sus novelas cortas, en concreto En las montañas de la locura.

Lovecraft bebe de dos fuentes principales, cosa que no quiere decir que no las amplíe o les dé su toque personal, como así es. Me refiero a dos escritores esenciales en la literatura gótica del siglo XIX: Machen i Poe. De Poe saca esa fascinación macabra por las tumbas i los cementerios y de Machen la atracción por lugares sagrados, aracaicos y llenos de vida propia donde los antiguos dioses todavía campan a sus anchas, seres malignos que no dudan en perturbar y socavar las almas humanas. Por contra, mientras Machen habla de dioses paganos de origen celta o incluso romano y pobla los bosques de faunos y de duendes, Lovecraft crea su propia mitología trayendo del espacio exterior, desde los abismos del tiempo y del espacio, seres indescriptibles que poblaron la Tierra hace eones y que crearon a los seres humanos como una especie de subproducto de sus investigaciones genéticas en busca de los esclavos perfectos.

Lovecraft no escribe solamente sobre ese terror cósmico que intenta infundir en la mente de los pobres humanos, capaces de enloquecer ante el más mínimo atisbo de la verdad sobre su origen y su destino. Obsesionado por la degeneración de la raza mezcla a algunos de sus atribulados personajes con una especie de monos provenientes del corazón de África (Arthur Jermyn) o con anfibios habitantes de las profundidades marinas (La sombra sobre Insmouth). Es el protagonista de turno el que investiga en su pasado hasta encontrar las ramas de la familia degeneradas y acaba por darse cuenta de que su sangre también está contaminada. Presumiblemente esta fijación por la pureza (que ha llevado a alguno de sus críticos a calificarlo de racista) viene de su idea de que la independencia de los Estados Unidos no debería haberse producido y a él le gustaba seguir considerándose británico, descendiente de los primeros pobladores europeos de Nueva Inglaterra que intentaron imponer a la tierra sus costumbres acallando los espíritus ancestrales que allí pudieron habitar miles de años atrás.

Por lo que respecta en concreto a En las montañas de la locura, reconozco que la relectura quince años después me ha mostrado unos defectos que antes no había notado, apagados por ese sentido de la maravilla que me impregnó en su momento. Razas extraterrestres poderosas y antiguas, una ciudad maravillosa enterrada en el hielo, misteriosos y sangrientos crímenes, seres degenerados hasta límites insospechados, creaciones de pesadilla que resultaban imposibles de describir... De todo esto sigue habiendo en la novela de Lovecraft, pero aderezados con disparates científicos de primer orden (la forma que tiene de contar por millones y millones de años se me hace un tanto confusa a la hora de datar los acontecimientos, la imposibilidad de la permanencia de la ciudad todavía después de tanto cambio geológico, la forma en la que los protagonistas interpretan los frisos de forma tan sencilla, la forma en la que reviven los Antiguos congelados después de cientos de millones de años...). También se le puede reprochar a Lovecraft que no haya anticipado ningún avance tecnológico para esa extraordinaria civilización que prácticamente no utilizaba aparatos manufacturados (incluso viajaban por la inmensidad del espacio gracias a sus alas) a excepción de la mencionada calefacción; incluso grababan su historia en las paredes (que por cierto mostraban la degeneración conforme avanzaba el tiempo de los Antiguos, reflejada en su forma de esculpir). En parte éste es el motivo por el que no considero a Lovecraft un escritor de ciencia ficción, por su incapacidad para dotar a sus culturas galácticas de algún tipo de tecnología plausible. No le interesa eso, ni mucho menos, solamente le preocupa la forma en la que su narración afecte a la psique del lector, intentando despertar miedos ancestrales y ocultos dentro de la mente humana desde que un desconocido hombre de la edad de piedra contase el primer cuento de terror en una oscura noche con toda la tribu reunidad alrededor de una fogata. Para ello se basa en un estilo recargado y repetitivo que ahora en los albores del siglo XXI resulta cansado y un tanto desfasado.

Mencionar por último que En las montañas de la locura es un homenaje explícito a la novela de Edgar Allan Poe (por cierto su única obra más o menos larga) Narración de Arthur Gordon Pym, cuyo final transcurre en la Antártida y los protagonistas vislumbran un extraño ente blanco que aparece entre la bruma producida por un gigantesca cascada, al que Lovecraft relaciona con un Soggoth, esos esclavos protoplasmáticos creados como herramientas de trabajo capaces de adaptarse a cualquier tarea exigida cambiando de forma. Como curiosidad decir que el escritor francés Jules Verne también escribió una secuela de la novela de Poe titulada La esfinge de los hielos.

Como conclusión final decir que yo sigo reinvidicando a Lovecraft como un escritor válido (a pesar de sus fallos mucho de ellos fruto del paso del tiempo de su obra) al que pienso seguir leyendo. Valga como prueba de su importancia le legión de seguidores que ha dejado en todo el mundo, muchos de ellos escritores que lo han homenajeado en alguna obra basándose en la imaginaria mitología de H. P. Lovecraft. Además se nota la influencia del escritor de Nueva Inglaterra no sólo en las letras sino también, y con gran fuerza, en el celuloide, donde los filmes inspirados en su obra son centenares (y posiblemente no exagero). Valgan aquí algunos ejemplos:

La cosa, John Carpenter (1982)
Re-animator, Stuart Gordon (1985)
Posesión infernal, Sam Raimi (1982)
En la boca del miedo, John Carpenter (1995)
Alien vs Predator (2004)
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Javi Bataller

viernes, 26 de junio de 2009

Lovecraft suspendido en la décima tertulia

En efecto, los contertulios decidieron que el estilo recargado y la fantasía mitológica y llena de fallos científicos no merecían figurar entre los libros destacados de la tertulia. Con la presencia de Juanfe, Javi, Joan, Elvira (que calificaron la obra con un 5), Manuel y Rafa (estos dos últimos la suspendieron con un 4)En las montañas de la locura obtuvo un 4'67 en la décima tertulia.
También se decidió que La sonata à Kreutzer de Lev Tolstoi y Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa protagonizasen la tertulia de septiembre que, en efecto, SERÁ DOBLE.
Se eligió un tercer libro Balzac y la pequeña costurera china del escritor chino afincado en Francia Dai Sijie, presumiblemente para la tertulia de octubre.
¡Disfrutad del verano y de la lectura!

Mario Vargas Llosa

Lev Tolstoi

Dai Sijie

miércoles, 20 de mayo de 2009

Swift y los límites de la razón



Que una obra tan devastadora como “Los viajes de Gulliver” haya sido rebajada a fantasioso entretenimiento juvenil no puede tener más explicación que una total incomprensión sobre el alcance de la crítica elaborada por Swift, o que sea el resultado de un considerable recorte de los contenidos más incómodos para los bienpensantes. Por lo visto hay que atribuir bastante culpa al casi siempre comedido William Thackeray quien, a mediados del siglo XIX, asumiendo la defensa de una sociedad tan orgullosa y pagada de sí misma como la victoriana, mostró su indignación ante la sátira de Swift por ser obra de “moral vergonzosa, horrible y blasfema”. Por fortuna a Thackeray y a otros guardianes de la moral victoriana les pareció que había partes de delicioso sentido del humor y que, convenientemente abreviada, la fábula podía salvarse e incluso servir para deleite del público infantil.

Traigo aquí el juicio de Thackeray, cuya lectura completa recomiendo, porque creo que nuestros desacuerdos de fondo sobre el libro nacieron de algún planteamiento similar. Me interesaron sobre todo dos cuestiones que, más allá de la general admiración por “Los viajes…”, suscitaron dudas sobre la trascendencia de la novela. Por un lado la rabia desesperanzada del autor que le lleva a una ruptura con el mundo sin abrir ninguna vía de reconciliación, por otro las posibles vinculaciones de Swift con el movimiento ilustrado. Desde luego no estamos ante el optimismo de la triunfante burguesía que representa Defoe, el deán irlandés es un pesimista incorregible y casi seguro que no le movía un profundo amor a sus semejantes sino más bien una consideración bastante negativa sobre el género humano. Sin embargo no estoy tan seguro de que no ofrezca, al menos sugiera, posibilidades alternativas a su plan de demolición; sin entrar todavía en el controvertido libro IV, observando el episodio de los gigantes, Swift parece proponer un modelo social basado en el sentido común y en la honestidad, modelo que por supuesto es ajeno al británico.

De todas formas creo que Swift hace algo más interesante que ponerse en plan arbitrista, transforma la desesperación en risa porque tiene la habilidad de ver lo que otros no ven. La risa ha sido siempre lo que más han temido la jerarquías, nada resulta tan destructivo frente a los poderes establecidos y nada es tan efectivo para desacreditar lo absurdo que resulta aquello que aparentemente es normal. Un escritor acomodaticio y servil mejor es olvidarlo, Swift utiliza el humor de manera magistral y el humor es rebelde.

Queda la cuestión de si este fustigador de la política, la moral y las costumbres era o no un ilustrado. Según explica Julián Marías, antes de que se elaboraran los principios básicos de la Ilustración hubo una generación crítica dedicada a laminar las bases de la cultura anterior; cierto es que Marías hablaba de la transición desde el Barroco español pero tal vez en esa labor de desescombro general podía encajarse a Swift. El problema es que Swift no analiza una sociedad decrépita como la española sino la pujante sociedad liberal nacida de la Revolución Burguesa. No está por tanto alumbrando un nuevo periodo de entre las ruinas de lo antiguo, más bien es uno de los primeros en sufrir la desilusión del periodo ilustrado. Solo un ilustrado puede poner en cuestión con tanta lucidez nuestra incapacidad para entender al otro, las costumbres perniciosas, la expansión colonial, las desigualdades, la corrupción, la hipocresía y la estupidez general, pero estoy por decir que llega más allá. Está atisbando los límites de la razón, por un lado al condenar sin ambages la brutal lógica deshumanizada de la sociedad británica. Pero también al plantear en el capítulo final del libro el estado de degradación al que puede llegar el ser humano si abandona la razón dejándose llevar por sus instintos o, tan lamentable como esto, la situación próxima a la demencia que provoca una razón dirigiendo imperativa todos nuestros actos.

Gulliver estuvo en los límites de la razón sin acabar de perderla, a Swift el desagradable olor de los yahoos acabó por enturbiarle la mente y un día se levantó afirmando que estaba loco. Hay gente tan extremadamente lúcida que es inevitable que acaben por romper todos los puentes que les unen con una realidad insoportable.

Juan