miércoles, 8 de diciembre de 2010

Maalouf y el sueño de Mani.




No sé si han reparado ustedes en la inmensa vanidad que es necesario acumular para que personajes como Pablo de Tarso, Mahoma o incluso el payaso de El Palmar de Troya, acabaran creyendo que eran los elegidos de un supuesto plan divino. Ya sabemos lo peligrosa que puede resultar esta gente tan segura de sí misma, nada menos que poseen la garantía divina como fuente de certidumbre; ante esto, o se pliega uno o se convierte en un infiel sobre el que puede caer toda la ira de Dios. Seamos por tanto precavidos ante los iluminados y permitan que me conforme con mi corta y penosa vida, eso sí, sin servilismos ni las falsas ilusiones que, como auguró Freud, acabarán cuando nos despidamos de la primera infancia de nuestra especie.

Entre estos iluminados forjadores de una religión respetable, “del libro”, está Mani, un persa del siglo III d.C. que supo sintetizar el gnosticismo de diferentes tradiciones religiosas en un intento por crear una forma internacional de espiritualidad para toda la humanidad. Es una muy noble pretensión, parecida al deísmo de los ilustrados, por eso el también ilustrado Maalouf se fija en un personaje como Mani, casi sepultado por el olvido y la tergiversación. Aceptemos que Maalouf adapta un poco a sus ideas la doctrina maniquea pero hay base para eso que he llamado “el sueño de Mani”, como diría Zweig uno de los momentos estelares de la humanidad en el que pudo cambiar la historia. A Maalouf le preocupa especialmente, es una constante en su obra, la lucha entre el fanatismo y la intolerancia frente a los ideales de libertad e igualdad que él asume y que, desde luego, no considera privativos de Occidente. A la tarea de encontrar vínculos entre Oriente y Occidente dedica sus esfuerzos, todo lo contrario de lo que hacen algunos famosos publicistas de por aquí (la señora Fallaci por ejemplo): la diversidad no es incompatible con la convivencia.

Mi impresión es que Maalouf pretende convertir el maniqueísmo en una religión tolerante, diría que liberadora, que encima procede Oriente, el lugar demonizado por ser cuna del fundamentalismo que amenaza nuestras sociedades supuestamente libres y democráticas: Si non e vero e ben trovato. Intuyo sin embargo que el maniqueísmo representaba un peligro muy serio para una religión cristiana poco dada a sutilidades, un peligro que procede de sus orígenes gnósticos y que se manifiesta en la importancia concedida al conocimiento autónomo frente al control del pensamiento y la voluntad. Recuerden a San Agustín, aquello de que la voluntad humana está demasiado corrompida por el pecado original y que no hay esfuerzo humano que pueda conseguir por sí solo la salvación. La creencia gnóstica sobre el conocimiento liberador debía sentar como una lanzada en donde más duele para aquellos que siguen la doctrina de Tertuliano: “No pienses sino cree”.

Por una u otra razón la doctrina de Mani nos ha llegado simplificada y distorsionada, hasta es posible que la cojera, esa imperfección física de la que Maalouf también se hace eco, no fuera sino otra forma por parte de sus enemigos de resaltar lo que a sus ojos era imperfección moral. Un tipo peligrosos este Mani, a pesar de que en la novela le sobra fatalismo y le falta el vigor de los grandes reformadores, pero con la determinación suficiente como para cuestionar la religión establecida. Precisamente el conflicto con los sacerdotes de la religión oficial (el zoroastrismo) es uno de los puntos más interesantes de la novela; me recordaba un poco aquella famosa película polaca, “Faraón” de Jerzy Kawalerowicz, que relata la lucha de un reformador, en este caso civil, frente a los guardianes de la religión que se han apoderado del Estado. Mani, que desde el principio se presenta como un rebelde contra preceptos absurdos de la secta rigorista en la que le introduce su padre, rechaza ritos e intermediarios y ofrece una religión no excluyente que integre a todos, una filosofía más tolerante que, es esto lo que pretende decir Maalouf, habría adelantado varios siglos el espíritu de concordia en el ámbito mediterráneo (si es que tal cosa ha llegado a lograrse alguna vez).

Me gusta lo que dice Maalouf, es interesante y bien intencionado, lo único que tengo que oponer es que, al fin y al cabo, Mani funda una religión y a mi, aunque no soy inmune al misterio, a lo maravilloso, al sobrecogimiento ante lo desconocido, me parece que hoy en día se puede vivir un vida ética sin necesidad de ninguna religión. Es curioso que, bien visto, hay en Mani algo de imitación de San Pablo: toda su filosofía impregnada de judeocristianismo, la autodesignación como apóstol de Jesucristo, su afán misionero, la pretensión de haber recibido revelaciones…..De modo que, si me permiten, concluiré con un pequeño texto Pablo en su primera carta a los Corintios que hace honor al estudio de Freud que nombraba al principio: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño”. Con permiso de Mani, abandonemos la primera infancia de la humanidad y dejemos las cosas de niños para pensar como hombres.

lunes, 6 de diciembre de 2010

“La caída” (Albert Camus) se adelanta a “Los detectives salvajes” en la tertulia.



A causa de algunos problemas que podrían calificarse de logísticos hemos decidido avanzar la tertulia sobre Camus antes de afrontar a Bolaño (es un pequeño aplazamiento). Era ya hora de que la literatura francesa, representada por el escritor que tal vez mejor desempeñe el papel de referente ético durante el siglo XX, estuviera presente en nuestro blog. Después del relativo consenso crítico en los últimos autores se avecina un debate con opiniones contrapuestas: Camus no ha gustado a todos de modo que sus más entregados seguidores intentaremos convencer a los escépticos.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El libro de Job


Había en mi casa una edición de la Biblia que me causaba un inefable rechazo, en parte por tener el aura de libro sagrado, en parte también por la decoración de la portada y sus páginas amarillentas. Cuando en el colegio nos obligaron a leer, con moderación (los católicos siempre han sido más partidarios de catecismos), fragmentos del Libro de los libros no pude cambiar de opinión, pasaba de las historietas de bárbaros del Antiguo Testamento al insufrible beaterío de los Evangelios. Desde luego tenía toda la razón Savater cuando decía que la Biblia carece de una moral de señores y no tiene aliento trágico. Para respirar de nuevo, tras enfangarse uno en el Génesis o en los Cartas paulinas, hay que ir a los griegos; leer a Homero o a Sófocles es una especie de purificación.

En los últimos tiempos le he prestado más atención. Un análisis riguroso del Nuevo Testamento nos permite comprobar que el cristianismo originario, revolucionario y apocalíptico, nada tiene que ver con la tranquilizadora reelaboración de Pablo. Pero es mucho más divertido el Antiguo Testamento, las salvajadas sin nombre del aciago demiurgo que escandalizaba a Marción se mezclan con fragmentos de enorme calidad literaria, incluso algunos, como el Libro de Job, de una sorprendente modernidad y profundidad de pensamiento. Es un texto inquietante este relato del torturado Job, personaje que tiene poco que ver con ese ejemplo de obediencia y sumisión que nos han vendido, casi diría que es un auténtico rebelde comparable a Prometeo. El paciente Job está poniendo en tela de juicio la autoridad divina al mostrar que en el mundo no existe justicia, que para los hombres justos no hay recompensa sino castigo y que los malvados que no sirven a Dios siguen vivos y prosperan.

El Libro de Job tuvo difícil encaje en el proyecto bíblico y pese a ello acabó adquiriendo enorme trascendencia teológica al exponer el problema central de la Teodicea: ¿Es posible compatibilizar la omnipotencia y la bondad de Dios con la existencia del mal? Si leemos la obra olvidando todo lo que nuestra educación religiosa nos ha enseñado vemos que no hay explicación satisfactoria al inmerecido sufrimiento del protagonista. El autor no solo no desmiente esta idea sino que la refuerza en el grandioso poema dialogado que ocupa la parte central, entre los convencionales prólogo y epílogo debidos sin duda a un autor diferente.
El inicio es sorprendente, Yahvé ha sido incitado por Satán y duda de su fiel más devoto; a partir de ahí Job es sometido a pruebas y castigos injustísimos a causa del extraño juego de dos desocupados, Yahvé y Satán, que apuestan alegremente. Causa perplejidad el comportamiento caprichoso de Dios, carente de consideración alguna hacia el sufrimiento de sus criaturas; por muy cristiana que sea nuestra mentalidad no se puede evitar la inquietud ante un Dios que se deja tentar por Satán y que, en la práctica, se comporta como un torturador.

Si consultamos la opinión de los teólogos de la ortodoxia, Job es el hombre justo que ha sido castigado, pero hay algo que no cuadra, no es el personaje que nos han vendido. Estamos ante un rebelde que rechaza con firmeza el trato que está recibiendo y se enfrenta con toda energía contra su suerte que no parece regirse por ninguna equidad. Se le abren los ojos y ve a un enemigo: el mundo en el que vive es miserable y Dios no merece su entrega; no hay justicia y solo cabe cuestionar el orden existente. El padecimiento no le ha reducido a un ser suplicante y débil sino que ha creado a un hombre erguido y cuestionante. Ni se queja ni se lamenta por sus males, lo que hace es protestar ante la subversión del orden que Dios mismo había establecido. Ha sido Yahvé quien ha roto la ordenación moral del mundo y Job se lo reprocha porque no entiende las razones. Los amigos de Job intentarán convencerle con el argumento habitual (si sufres se debe a que has hecho algo malo. Dios es justo y no se equivoca) pero no le callan y al ver que Job desmiente sus argumentos y combate a Yahvé tenazmente se hacen cada vez más hostiles. Job está sediento de justicia, no se doblega ante la evidencia de un mundo inicuo y está dispuesto a luchar contra Dios. Hasta ahora ha creído en un mundo obra de un Dios bueno al que ha servido intachablemente: ¿Por qué de pronto se ha vuelto hostil y extraño? ¿Ha hecho algo para merecer el sufrimiento?

Job se atreve a retar a Dios hasta que el Sumo Hacedor se ve obligado a aparecer. Y lo que hace es tan sorprendente como decepcionante, la respuesta es un alarde de argumentos de autoridad y despliegue de poder, ni rastro del buen Dios que explique a Job que su sufrimiento no es más que una penosa experiencia destinada a probar su fe, ni siquiera vemos al Dios del principio que ha actuado por puro capricho. Yahvé no aclara ninguna duda, el mundo es más extraño y ajeno de lo que Job pensaba y ante esto Job calla, entiende que debe renunciar a una explicación del mundo a la medida de su existencia; puede que haya un orden pero es inaccesible.
De acuerdo, podemos quedarnos con la explicación teológica de que los caminos del Señor son inescrutables o podemos pensar como Epicuro que los dioses quedan muy lejos y que no se preocupan de nuestros asuntos. Pero lo que ha quedado de manifiesto es que la omnipotencia divina es amoral, el poder ejercido hasta ese momento por Dios es despótico pues no solo impone la razón del más fuerte sino que se ha mofado del dolor humano. Y frente a Dios se eleva la figura de Job, extraordinario por su integridad aún contra un oponente terrible.

Job, el héroe que cuestiona, ha decidido callar, el hombre irritado pasa a ser el más paciente. Sus palabras finales parecen haber disuelto todo el turbador núcleo central. Pero no se engañen, quieren que confundamos las convencionales vulgaridades de los tres amigos con el hombre que ha llamado asesino a Yahvé, con el titánico retador de Dios. Todas sus palabras confirman su incredulidad ante la justicia divina, sabe que si Yahve consiente a Satanás no puede ser a la vez omnipotente y bueno; solo puede ser omnipotente y malo, o ser bueno y débil. A partir de ese convencimiento, que los teólogos nunca han sabido resolver, el hombre queda situado por encima de toda tiranía, por encima de cualquier justicia que venga de arriba. Fue la experiencia tan dolorosa la que le permitió ver la verdad, no supo resignarse y accedió a un nuevo conocimiento. Sí, Dios al final lo colma de bienes porque le tiene miedo, trata de sobornar a Job y éste se deja halagar porque tiene la teja con la que se rascaba las pústulas. Es el símbolo de la debilidad de Dios.

martes, 16 de noviembre de 2010

Dostoievski. La modernidad oscura









Nuestros escasos seguidores habrán notado el buen sentido de los tertulianos al elegir, como representantes de la literatura rusa, a dos escritores de referencia, Tolstoy y Dostoievski, esos que todo el mundo nombra y muy pocos leen. Decía Henry Miller que en el romanticismo ruso abundan las individualidades demoniacas, personalidades poderosas que no se conforman con lo cotidiano y emprenden una investigación sobre los aspectos más oscuros del alma humana. Reconozco que tengo más afinidad por la sutil melancolía de Chejov, por su lenguaje ajeno a desvaríos transcendentes, probablemente se deba a mi gusto por las formas más depuradas y menos barrocas, pero creo que en todos estos escritores rusos, con sus diferentes peculiaridades, destaca un aspecto común: Les preocupa el ser humano, rechazan el ambiente insano generado por la autocracia zarista y adoptan una posición de lucha, difusa unas veces, frontal otras, contra el despotismo que impregnaba el país.

Que estos escritores cuestionen la sociedad zarista o se planteen problemas parecidos no quiere decir que propongan las mismas soluciones. Chejov puede ser un poco escéptico pero no deja de ser un humanista que cree en la posibilidad de que el ser humano progrese; Tolstoy también está del lado de los humildes pero su deriva mística no es precisamente revolucionaria. Y Dostoievski, después de haber sacudido nuestras conciencias, después de haber mostrado su indignación por lo que la sociedad ha hecho con nosotros, se entrega a la solución más irracional y quietista. En cualquier caso, lo interesante es que no son escritores del pasado, no pretenden tranquilizar o justificar a nadie, tienen la virtud de ponernos cara a cara con aquello que más nos perturba.

Hace unos años escuché a cierto crítico literario que Dostoievski estaba pasado de moda, tal vez no lo dijo así pero esa era la idea. También Nabokov en sus estupendas “Lecciones de literatura rusa” hablaba de Dostoievski con evidente molestia, ese redencionismo religioso debía parecerle de un mal gusto lamentable. Desde luego el misticismo por el que opta tras su paso por las “cimas de la desesperación” es poco satisfactorio y hasta irritante, sin embargo conviene olvidar las soluciones y quedarse con los planteamientos, las premisas básicas de quien estudia las profundidades del alma humana hasta convertirse en el profeta de la quiebra de la civilización occidental. Desde esta perspectiva, Dostoievski anticipa uno de los motivos filosóficos básicos del siglo XX, el nihilismo, el aspecto más oscuro de la modernidad que derivará a través de Nietzsche en la filosofía posmoderna. Al exhibir el mal para condenarlo acabó contribuyendo a minar las certezas y corromper el orden establecido. Y hasta es posible que se diera cuenta pues esa solución cristiana tan tranquilizadora, parece el resultado del miedo, el temor por haberse asomado al abismo.

En Memorias del subsuelo, la novela inmediatamente anterior a las obras mayores, falta la complejidad de personajes como Raskolnikov o Kirilov, pero el planteamiento ya lo tenemos, indefinido en la justificación religiosa y por ello desolador sin excusas. El hombre del subsuelo está en un mundo sin sentido en el que manda la insolidaridad y la degeneración; la humanidad ha caído y poco queda por hacer, apenas exponer una situación que no va a mejorar. Sin embargo la novela no es simplemente este doloroso lamento por la suerte común, a Dostoievski le conmueve el futuro desastrado que nos espera y creo que en la conciencia culpable del protagonista podemos encontrar nuestra propia debilidad.

El lector que se enfrenta a la primera parte de estas “Memorias..” queda perplejo ante el caos mental del protagonista, no sabemos exactamente qué es lo que pretende ese tipo. Hay que esperar un poco, avanzar en la segunda parte de la novela, para ver que el desequilibrado personaje está castigándose, se fustiga porque está abrumado por el remordimiento. Todos somos culpables de algo, bien lo sabía Kafka, intentamos justificarnos porque la culpa es insoportable y de ahí solo se sale creando nuestra propia moral de hombres sin Dios o entregándonos en los brazos de la religión.

Nos sentimos implicados en el autoanálisis del personaje, en su desesperado intento por obtener redención, un poco miserable porque se miente a sí mismo ¿Cuántas veces hemos mirado hacia nuestra juventud con la desagradable sensación de que fuimos indignos? Pero no es lo mismo, es más grave por ser una aflicción de la humanidad; el hombre del subsuelo tiene el alma oprimida por un recuerdo en el que ve reflejada su personalidad más repulsiva. Y en él reconocemos la caída del hombre moderno, el lado oscuro del progreso.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Los detectives salvajes seguirá a Jardines de luz en la Tertulia



Así es, el pasado 24 de Octubre Elvira, Rafa, Juanfe, Juan y Javi se reunieron en el local de costumbre para hablar sobre la fascinante vida del filósofo y reformador religioso Mani. Aunque el tema resultó interesante y el debate ameno, no acabó de convencer el estilo en el que el premiado Amin Maalouf escribió esta obra en 1991. A pesar del suspenso que algún miembro endosó al mencionado libro, Jardines de luz obtuvo un 5'5 de valoración final.
Por último, reseñar que mediante votación se decidió que la novela Los detectives salvajes del chileno Roberto Bolaño protagonizará la próxima tertulia en los últimos días del mes de noviembre o en los primeros de diciembre.

domingo, 18 de julio de 2010

Amin Maalouf en la tertulia de septiembre



Con trece votos a favor, los tertulianos decidieron que la novela del escritor libanés afincado en Francia Amin Maalouf Los jardines de luz sea la protagonista de la tertulia que se celebrará en septiembre. La obra cuenta la vida de Mani, pensador creador de la religión conocida como maniqueísmo. La obra está publicada por Alianza Editorial y actualmente es muy fácil de encontrar como demuestra la compra masiva que hicieron los participantes de la tertulia el mismo día en el que se decidió su lectura.

Dostoievski aprueba con nota


Efectivamente, en la tertulia extraordinaria celebrada en Valencia el viernes 16 de julio el escritor ruso obtuvo un 6'8 con su novela Memorias del subsuelo siendo aprobado por todos los asistentes. Con la presencia de Manuel Fernández, Manuel López, Elvira, Juanfe, Juan y Javi se celebró por segunda vez la tertulia en una cervecería de Valencia. Algunos de los contertulios achacó a Memorias del subsuelo no estar a la altura de otras obras de Dostoievski, mientras que otros la valoraban como novela en sí, sin compararla con otras. Prácticamente todos estuvimos de acuerdo en la difícil lectura del monólogo inicial, mientras que gusto mucho más la parte titulada A propósito del aguanieve, donde las acciones del peculiar protagonista clarificaban su carácter, un tanto oscuro y diluido tras la exposición inicial de sus contradictorias ideas.

sábado, 17 de julio de 2010

Asimov: Ab urbe condita




No conozco demasiado la obra de Asimov, me estoy fustigando por ello, tampoco tengo disculpa pues apenas alargando el brazo hacia la biblioteca familiar podía optar por la lectura de una novela, una obra histórica o un instructivo librito de fácil asimilación sobre cuestiones científicas. Si me contuve y acabé rehusando fue por el conocido prejuicio ante un exitoso autor en géneros menores que trata de dignificarse sentando cátedra en asuntos más serios. Sin embargo “Fundación” ha sido uno de esos libros que siempre he pensado que acabaría leyendo; me seducía, no lo suficiente como para lanzarme con avidez, pero me interesaba eso de la fundación de una Roma galáctica.

En fin, no es que esperase al Tito Livio de Ab urbe condita, reconozcamos que hubiera sido una pesadez, pero me imaginaba algo así como el relato de los idus de marzo o la conjuración de Catilina en clave interestelar. Lo cierto es que se trata de algo más complejo, no precisamente inspirado en Tito Livio sino en la gran obra histórica de la Ilustración, la “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano” de Edward Gibbon, el particular ajuste de cuentas del Iluminismo contra la visión cristiana de la historia de Occidente. No creo que sea casualidad la elección del referente, hay en estos sajones una tendencia a considerar que la civilización occidental es la única que vale la pena y que siempre está amenazada por peligrosos enemigos que suelen venir del Este. Escribía Gibbon lo siguiente: “Se puede permitir a un filósofo ampliar su visión y considerar a Europa como una gran República, cuyos habitantes se hallan prácticamente al mismo nivel de cultura y de civilización… Los pueblos salvajes de la tierra son los enemigos de la sociedad civil, y podríamos estudiar con una angustiosa seguridad si Europa se halla todavía amenazada por el hecho de que una calamidad como aquella vuelva a repetirse”. Las hordas asiáticas, convertidas ahora en Ejército Rojo, eran la nueva amenaza que ponía a prueba la civilización occidental, esta vez con pocas esperanzas de salvación. Es una idea totalmente falsa, por supuesto, pero hay que situarse en la sociedad norteamericana de posguerra donde el miedo, inducido o no, siempre ha sido factor determinante.

De todas formas mi impresión es que a Asimov le mueve una intención que estuvo muy de moda en el siglo XIX: identificar ciencia y moral resolviendo los principales problemas de la humanidad. Para eso se inventa la llamada psicohistoria, la aportación de "Fundación" sobre la que me gustaría comentar algunas cosillas. La pretensión en la que se basa la novela es, nada menos, que las matemáticas, todo lo avanzadas que se quiera, son capaces de predecir el comportamiento de grandes poblaciones humanas. Voy a ser un poco crítico con los científicos, la ocasión se presta; vamos a ver, esta idea de que las matemáticas pueden resolver todos nuestros problemas es peliaguda, nunca pensé que diría esto pero me suena demasiado materialista, como cuando La Mettrie hablaba del hombre-máquina. Veo un primer problema en que los científicos se metan en cuestiones sociales, probablemente pueden responder a cuestiones como las causas o el mecanismo de funcionamiento de las cosas pero difícilmente podrán dar razón sobre el sentido. Pero es que además, por mucho que se empeñe Asimov (y me limito a Fundación, ya sé que El mulo de “Fundación e Imperio” cambia la perspectiva) la capacidad para hacer ese tipo de predicciones es limitada, no hay manera de controlar a los presuntos autómatas de La Mettrie y las expectativas sobre la humanidad suelen incumplirse.

El entramado psicohistórico de Asimov no acaba de resultar convincente, acepto sin embargo que tiene más gracia que la auténtica psicohistoria. Porque la psicohistoria, como disciplina a la que algunos dedican sus desvelos, existe, es uno de esos inventos de las universidades americanas para cargarse el materialismo histórico. Trivializando hasta el ridículo la historia, estos señores piensan que los líderes y las masas se mueven por emociones personales que tienen poco que ver con lo que manifiestan en sus comportamientos públicos. Ahí queda eso, nos ciscamos en las realidades de la economía y la política y rebuscamos en las neuras del vulgo. Bien, lo de Asimov no es tan ridículo pero es un cacao mental difícil de digerir: por un lado da a entender que son las grandes masas las que determinan la historia, no importa que sean las fuerzas económicas, la lucha de clase o incluso la voluntad de poder lo que les mueve. Pero por otro, con la habilidad de una novela policíaca, coloca un héroe en cada episodio, un personaje providencial que tiene en sus manos el destino de la Fundación.

He leído multitud de explicaciones de los especialistas sobre esta peculiar combinación de factores, a veces hasta da la impresión de que Asimov ha descubierto las claves profundas del proceso histórico. Exagerado, me parece un guión hábil, pero me quedo con lo que me parece más interesante de todo esto: ¿se manipula a las masas como si fueran un objeto? a lo mejor un poquito, conviene ser conscientes de ello, más que nada por si se puede hacer algo.

sábado, 26 de junio de 2010

Fundación: un análisis con la cabeza, no con el corazón. 1. El estilo "asimoviano".


Llega la hora de hacer un análisis racional de Fundación, de Isaac Asimov, no con el corazón ni visto con los ojos nostálgicos de la niñez en la que frecuentemente prefería un libro a la pelota (y así me ha ido). Muchos de estos primeros libros estaban escritos por un autor norteamericano de origen ruso (como bien ponía en la contraportada): Yo, robot, Compre Júpiter, Los propios dioses y cómo no Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación, Los límites de la Fundación… casi todos ellos publicados por Bruguera y leídos en su formato de bolsillo, en esa colección que tenía un título tan descriptivo como Libroamigo. Pero claramente, y supongo que a conciencia, estoy cayendo en sentimentalismos que yo mismo me había prohibido. ¿Quién mejor para romper una norma que aquél que la impone? De todos modos voy a intentar ser objetivo (aquí vendrían unas risas insertadas, pero mi editor de textos todavía no tiene incorporada esa opción). Además voy a ser ordenado (más risas). Comienza por los numerosos defectos que he detectado en esta ya mi quinta lectura del libro:


1. El estilo: no sé si propiamente podríamos hablar de un estilo asimoviano. En todo caso éste sería directo, sin grandes florituras y sobre todo llenos de diálogos. En Fundación apenas hay descripciones (se describe Trántor someramente en el primer cuento que por otra parte fue el último que escribió de ese primer volumen). Muchas veces he intentado imaginarme cómo sería la superficie de Términus, desolado planeta ubicado en el límite de la galaxia e iluminado por un debilucho sol blanqucino. Asimov nos hace entrar en la historia a través de las conversaciones entre los personajes, tampoco descritos físicamente (bueno, sabemos al menos que en Los psicohistoriadores Seldon está ya bastante cascadito). Asimov antepone a cualquier otra cosa el contenido, la historia propiamente, quiere que nos llegue el relato. Accesorios tales como el aspecto de los personajes o de los paisajes (naturales o artificiales) que los envuelven quedan a la imaginación del lector. No sé si sería justo decir que esta carencia de recursos literarios fue un mal endémico de la literatura de ciencia ficción de la época (década de los cuarenta). En plena Edad de Oro de la ciencia ficción (siempre visto bajo el punto de vista de los escritores y aficionados de lengua inglesa) sorprende esta característica que fomentaba todavía más la sensación de la ciencia ficción como un ghetto (es decir, los escritores sólo escribían prácticamente ciencia ficción y los lectores sólo leían ciencia ficción, sobre todo a través de las famosas revistas pulp). Vuelvo a repetir se experimentaban argumentos muy interesantes e incluso a veces se hacía hincapié en el aspecto predicitivo de las historias de ciencia ficción (el propio Asimov pone siempre como ejemplo Solución insatisfactoria, de Robert A. Heinlein, quién antes del final de la segunda guerra mundial hilvana una historia en la que Estados Unidos gana la guerra gracias a un arma basada en la energía atómica y en la que se describe la situación posterior muy parecida a la guerra fría y a la política de bloques), pero las historias eran muy directas, con muchos diálogos y el formato de las mismas estaba adecuado para publicarse en revistas (por entregas si la longitud excedía la habitual de un cuento). Esa primera publicación en revista (Astounding Stories) de los cuentos que componen Fundación, conlleva la molesta repetición de argumentos y explicaciones innecesarias para los que lo hemos leído ya en forma de libro y no necesitamos que cada dos por tres nos recuerden lo que es una crisis Seldon, entre otras cosas porque lo hemos leído veinte páginas atrás.

A lo largo de la década de los cincuenta, con escritores como Ray Bradbury, esta tendencia va cambiando. En los años sesenta estalla la llamada new wave (fomentada desde el otro lado del atlántico por escritores británicos como Aldiss, Ballard y Moorcock, éste además era editor de la revista controvertida New Worlds, caracterizada por la originalidad que se exigían a sus escritos no siempre con resultados satisfactorios) en la que la forma de contar las cosas comienza a primar sobre el contenido. En este contexto aparece uno de mis escritores preferidos: Roger Zelazny, que ya en 1966 ganó su primer premio Hugo por Tú, el inmortal, recreación de los mitos griegos en una Tierra postatómica.

De todas formas, no sería justo del todo si no dijese que Asimov tenía poco más de veinte años en el momento de escribir estos cuentos y que me consta, porque he leído casi todo lo que ha publicado en castellano, que después mejora muchísimo. Ya Los límites de la Fundación (años ochenta) me parece mucho mejor: escrita para formato de libro, mucho más larga, con múltiples giros argumentales y con personajes ricos en matices.


Lo que he contado ya ha pasado la longitud de lo que pensaba sería el tamaño final de mi artículo y veo todavía lejos acabarlo. Así que por el momento lo dejo aquí y espero poder continuar dentro de poco.

Dostoievski en la próxima tertulia


Pues sí, celebrada la tertulia sobre Fundación (por cierto que fue puntuada con un 5'5) se eligió la novela corta de Fiodor Dostoievski Memorias del subsuelo para protagonizar la siguiente tertulia, prevista para julio pero esta vez (novedad) en Valencia.
La obra de Asimov fue calificada en términos de "obsoleta" pero valorada mejor de lo que hacían pensar los comentarios posiblemente gracias a una abstracción nostálgica, puesto que la mayoría de nosotros lo habíamos leído muchos años atrás.

domingo, 13 de junio de 2010

El buen doctor



El curso académico llega a su fin y con él la "temporada" de tertulias. Como colofón un autor muy importante para mí, casi que aprendí a leer con el buen doctor Asimov, no con Mi primera cartilla como pudiese ser lo lógico. Aprendí las tres leyes de la robótica antes que las de la termodinámica y me decepcioné en grado sumo cuando comprendí en el instituto que no existía ninguna materia con el nombre de psicohistoria, ni siquiera como optativa.
Isaac Asimov es un personaje curioso, con un ego casi del tamaño de Central Park, como él solía reconocer. De niño devoraba las revistas (pulps) de ciencia ficción que llegaban a la tienda de su padre (judíos de origen ruso emigrado a los Estados Unidos en los años 20 del siglo pasado). Con gran esfuerzo (no exento de talento, por supuesto) consiguió su sueño y se convirtió en uno de los escritores apadrinados por el controvertido John W. Campbell (personaje de ideas reaccionarias y uno de los primeros en creer en la dianética), editor de la revista Astounding Stories. Los cuentos incluidos en la serie de las fundaciones aparecieron en dicha revista a partir de 1941. Luego se publicaron en formato libro en tres volúmenes: Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación, que fueron lo galardonados en 1966 con el premio Hugo (premio que se concede a las mejores novelas y cuentos escritos por ciencia ficción y cuyos ganadores son elegidos por votación entre los asistentes a las convenciones mundiales, es decir de anglohablantes, de ciencia ficción) especial a la mejor serie de novelas de ciencia ficción/fantasía de todos los tiempos (hasta ese momento, claro).
En el momento de publicar originalmente sus cuentos sobre la fundación Asimov era un joven que intentaba acabar sus estudios de bioquímica, ayudar a su país a ganar la segunda guerra mundial y a mantener a su recientemente formada familia. Esas circunstancias acabaron por cambiar y Asimov consiguió su doctorado, acabó la guerra y poco a poco se convirtió en un escritor mediático capaz de escribir un Biblia anotada, un libro de chistes escritos por un viejo verde, cuentos de misterio y ensayos científicos sobre casi cualquier tema imaginable. El buen doctor dedicaba por entonces más tiempo a dar conferencias por todo el país (aunque estos viajes estaban limitados por su miedo a volar) con lo que conseguía la mayor parte de sus ingresos. Curiosamente empezó a dejar de disfrutar escribiendo ficción y él mismo confesó que le costaba muchísimo comenzar un nuevo libro sobre sus series más famosas: la de los robots y la de las fundaciones (piruetísticamente unidas en el libro Fundació y Tierra). Nada tienen que ver las nuevas novelas sobre la saga de las fundaciones escritas a partir de los años ochenta con los tres volúmenes originales. Estas nuevas son mucho más largas, posiblemente el estilo sea mejor, más densas pero no por ello mejores. Los límites de la Fundación me gustó bastante, Fundación y Tierra me entretuvo, pero las precuelas protagonizadas por un joven Seldon: Prólogo a la Fundación y Hacia la Fundación ya no me emocionaron tanto (incluso se duda sobre la autoría de la totalidad de la última de ellas, publicada en 1993 después de la muerte de Isaac Asimov).
Se ha dicho que el estilo de Isaac Asimov era vulgar y direcrto, sin birguería alguna. Puede que sea verdad, aunque a pesar de la importancia de la forma también creo que debe tener un peso específico qué es lo que se escribe, es decir la historia en sí. Como aficionado a la literatura de ciencia ficción reconozco que Asimov forma parte de la historia grande de la misma. Su aportación de las tres leyes de la robótica y la invención de la psicohistoria son hitos importantes que marcan un antes y un después y delimitan la época entre los años 40 y 50 del siglo veinte conocida como Edad de Oro (siempre bajo el punto de vista de los escritores y lectores de habla inglesa) de la ciencia ficción.
Espero que disfrutéis tanto como yo de la lectura de Fundación (a lo largo de mi vida he leído la obra cuatro veces) y os animéis a continuar la saga al menos con Fundación e Imperio y Segunda Fundación.

Javi

viernes, 14 de mayo de 2010

Auster: La literatura débil








Debo reconocer, lo digo casi como acto de contrición, que sin esta tertulia escritores como Auster, Murakami o Roth continuarían siendo para mí perfectos desconocidos. O como mucho tendría alguno de sus volúmenes reposando en una estantería a la espera de una improbable lectura en tiempo indeterminado. Por supuesto no estoy queriendo decir que todos estos iconos de la literatura contemporánea a los que hemos dedicado nuestro interés hayan sido una revelación pero yo diría que, al menos, soy ahora capaz de entender las razones por las que tiene más posibilidades de ganar el Nobel Paul Auster que Juan Manuel de Prada.

Después de esta introducción con aires de disculpa y tras el recurso infame de tomar como referente negativo al joven autor de “Coños”, seguro que intuyen que mi relación con “El palacio de la luna”, la obra elegida de Paul Auster, ha sido conflictiva. Peor que eso, ni siquiera fui consciente de la incompatibilidad hasta que Juanfe (el más ilustre de los contertulios) empezó a reflexionar sobre la multiplicidad de líneas narrativas que le daban la sensación de un relato débil, finalmente insatisfactorio. Por mi parte no cometeré la torpeza de acusar a Auster de incapacidad para desarrollar una línea argumentativa sólida, no se trata de eso, es cuestión de contexto, de estos tiempos de relativismo posmoderno a los que casi nadie escapa.

Si nos centramos en la obra sobre la que debatimos verán a lo que me refiero. Durante la tertulia se planteó que las constantes ramificaciones de “El palacio de la luna” iban en detrimento de una narración que parece desaprovechar las líneas argumentales más interesantes. Esto puede ser cierto pero no es, en mi opinión, lo que separa la novela de Auster de las sólidas construcciones de la literatura decimonónica. En realidad estoy casi convencido de que Auster tenía muy presente una vieja novela de Knut Hamsum, “Hambre”, y no por casualidad, el propio Auster escribió el prólogo de una edición de esta obra maestra caracterizando al protagonista de Hamsum con unas palabras que resultarán familiares a los lectores de “El palacio de la luna”: “Él no está negando la vida terrena en anticipo de la vida Celestial; él está simplemente rechazando lo que le ha sido dado”. En los dos relatos se nos presenta un protagonista que narra sus recuerdos de una época desgraciada en la que sufre un proceso de progresiva degradación; pierde su casa al no poder pagar el alquiler; recorre las calles sin refugio, hambriento, buscando con desesperación algo que comer en la basura; es, en definitiva, un automarginado de la sociedad consciente de que su existencia carece de sentido.

Coincidir con el espíritu de la época, eso que los alemanes llaman el zeitgeist, tampoco es ningún delito y no tengo intención de condenar de manera sumaria cualquier obra que padezca el spleen posmoderno. Simplemente manifiesto mi incompatibilidad y mi nostalgia por el utópico proyecto de la Modernidad ilustrada. Más allá de la dispersión argumental o del mayor o menor interés que tengan todas esas historias encadenadas, es en el protagonista de la novela, Marco Stanley Fogg, donde identifico la debilidad posmoderna que reseño en el título. Siento una irrestible aversión hacia los discursos que aceptan lo dado como palabra definitiva, desconfío de quienes quieren hacernos creer que toda lucha es inútil, me niego a aceptar la indiferencia y las soluciones en falso para los antagonismos. Me interesaría un Fogg escéptico que saca consecuencias de la perversa maquinaria social en la que está inmerso, una sociedad que devora a los débiles y a quienes buscan algo diferente, pero no es así. No hay cuestionamiento, solo una adaptación poco entusiasta cuando la necesidad no aprieta y una especie de silenciosa autodestrucción cuando el dinero se acaba que apenas llega a protesta sorda y nunca a verdadera rebeldía.

Si esto es lo que nos espera en la ciudad posmoderna, si la única forma de protestar ante el brillante simulacro de vida que se nos presenta es ir desapareciendo de manera autista, sin ira y sin furia, me temo que nos acercamos, ahora sí, al feliz final de la historia.

miércoles, 21 de abril de 2010

Fantasía y ciencia ficción en la obra de Haruki Murakami




A menudo somos los lectores (y también algunos escritores) los que nos empeñamos en permanecer en el ghetto y convertirnos en estandartes de eso que llamamos con cariño género fantástico, en contraposición al mainstream, donde te puedes encontrar cualquier cosa (también muchas, muchísimas buenas). Yo a veces salgo del "castillo" de la ciencia ficción y encuentro "alguna cosilla" interesante. En una de estas excursiones descubrí al escritor japonés Haruki Murakami. Pero no crean, Murakami no es mainstream puro, le gusta coquetear (y a veces incluso más que eso)con la fantasía.
No todos sus libros y volúmenes de cuentos están publicados en castellano. Su primera novela en castellano es La caza del carnero salvaje (1982). En ella yo encuentro algo más que cierto tufillo a fantasía. El dicho carnero no es más que la representación de un poder que de época en época decide habitar dentro de un ser humano dotándolo de inmensas habilidades todas encaminadas a dominar el mundo (como le pasó a Gengis Khan). El sufrido protagonista, enredado en la búsqueda a causa de un viejo amigo al que perdió la pista, cuenta con ayuda de una modelo de "orejas" que está convencida que éstas le otorgan superpoderes (ya que resulta totalmente anodina cuando sus orejas le tapan el pelo y toda el mundo se queda encandilado con ella cuando las muestra). Pero eso no es todo, otro de los personajes es un extraño "hombre carnero". Al final encuentra a su amigo y puede, sí, hablar con él, resulta...que está muerto.
En 1987 escribió Tokyo Blues (cuyo título de verdad es Norwegian Wood en referencia a la canción de los Beatles). Es mi novela preferida de Murakami y ¡sorprendentemente! ésta no tiene ningún elemento fantástico.
De 1992 es Al sur de la frontera, al Oeste del Sol. No parece tener nada fantástico en su argumento hasta que uno medita sobre la posibilidad de si la Shimamoto que el protagonista conoce ya en su madurez no es más que producto de su imaginación. Él mismo duda, yo dudo y algunos compañeros de la tertulia también.
En 1995 aparece Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Ésta es una obra densa, en la que podemos encontrar casi de todo. Desde descripciones de torturas y asesinatos cometidos por soldados japoneses durante la ocupación de China hasta la historia de un prisionero en un campo de concentración soviético en Siberia. El protagonista tiene una especie de poder capaz de sanar el interior de las personas y, además, para salvar a su esposa desaparecida debe buscar en el fondo de un pozo la entrada a otro mundo (o Universo paralelo, como se quiera decir).
Sputnik, mi amor(1999) es otra historia en la que es posible salir de este mundo para...viajar a otro sitio (en ningún momento descrito).
Kafka en la orilla (2002)nos hace partícipes de una guerra entre dos poderosos seres (dioses) encarnados en las figuras de Johnny Walken (el del whisky) y el Colonel (con "l") Sanders (el de los pollos de Kentucky). Peones en toda esta historia son un adolescente que se ha escapado de casa y un viejo (retrasado a causa de una extraña experiencia que le sucedió de niño).
Sauce ciego, mujer dormida es una antología de cuentos escritos entre 1981 y 2005. Muchos de ellos tienen elementos de fantasía. Mi preferido es La tragedia de la mina de carbón de Nueva York que cuenta con la "muerte" como protagonista directa.
Por último en 2008 apareció After Dark. Otra vez nos encontramos con comunicaciones y enlaces entre dos mundos, el nuestro (o al menos uno que se le parece) y otro del que nada sabemos.
Con fantasía o sin ella, la obra de Murakami está llena de personajes a la vez extraños y cercanos, siempre entrañables, donde siempre lo que importa es lo que se siente.También es cierto que le gustan mucho los gatos y el jazz.

viernes, 9 de abril de 2010

La carretera: En busca de los buenos




Por lo visto, el final de la historia que con tanto entusiasmo pregonaron los publicistas del mundo libre, no nos ha traído la tranquilidad de ánimo suficiente como para dejar de temer que el cielo caiga sobre nuestras cabezas. Ahora es la amenaza de una catástrofe ecológica la que pende sobre nosotros, además de minucias como el fundamentalismo islámico o esos malditos chinos que están cada vez más dispuestos a comerse el mundo (es broma, me gusta la comida china y soy gran admirador de Lucy Liu). Pero sí, la amenaza más acuciante procede de un planeta, el nuestro, que parece rebelarse contra todo el mal que la humanidad inconsciente le ha provocado. A pesar de todo podemos darnos por satisfechos, años atrás el miedo aún era mayor, y llegó a ser obsesionante la proximidad de un conflicto nuclear que acabara con todo signo de civilización.

Los estudios de Hollywood, y he de reconocer que mi conocimiento de la ciencia ficción procede más del cine que de la literatura, supieron aprovechar esta especie de psicosis colectiva y ofrecieron mucha serie B bastante lamentable, pero también obras maestras en forma de alegorías sobre el miedo a lo desconocido. La novela de McCarthy puede encontrar aquí sus raíces, aunque es evidente que está más directamente relacionada con esa corriente de los años ochenta, al estilo Mad Max, que buscaba retratar la situación tras la guerra nuclear.

De todas formas la lucha por la supervivencia es un tema repetido con insistencia, y no solo en la ciencia ficción, ¿cuántas veces hemos asistido en novelas o películas a personajes con la vida pendiente de un hilo mentras mantienen una guerra interminable contra su entorno? Hace poco volví a ver “Las aventuras de Jeremías Johnson”, un western algo atípico, pero no deja de ser el mismo tema, el superviviente en un entorno hostil. La variante más habitual en la ciencia ficción es la que encontramos en la novela de McCarthy, el superviviente intenta el retorno a la civilización, o reconstruirla, después del desastre. El héroe inicia un camino pleno de obstáculos hacia un lugar mejor, hacia donde la sociedad pueda renacer. Para ello ha de atravesar las ruinas de la civilización destruida, ha de soportar la agresión constante de los que no han sido extinguidos y que practican el más descarnado darwinismo social. Un solo objetivo le guía, encontrar a otros supervivientes, los buenos, con los que pueda encarar un futuro mejor.

Bueno, más o menos esto es “La carretera”, no inventa nada McCarthy y, sin embargo tienen una emoción especial los diálogos lacónicos entre el padre y el hijo, huyendo de los malos y del frío, atravesando un mundo en ruinas. A McCarthy no le interesa explicar lo que ha ocurrido ni por qué, lo único que sabemos es que el mundo está devastado y que solo queda asumir el horror o poner fin a una existencia sin sentido. Esta es la opción de la madre, ya no queda nada por lo que vivir, ni siquiera el hijo para el que no hay futuro, mejor evitar el sufrimiento que a nada conduce. Pero hay otra opción, la del padre: se puede resistir, emprender el camino hacia parajes menos fríos y más acogedores, donde tal vez estén los buenos que ofrezcan esperanza para el muchacho. En un mundo en el que los malvados han impuesto su ley, en el que Dios definitivamente ha muerto, la única esperanza a la que uno puede aferrarse es que al final del camino haya todavía gente que no ha perdido todo rastro de humanidad. Allí donde todo es degradación y miseria el pequeño Nazarín estaba irremediablemente perdido.

domingo, 28 de marzo de 2010

Retorno al pasado


Quienes en alguna ocasión se han dado una vueltecita por este blog habrán notado que son más los autores que protagonizaron alguna de nuestras tertulias que los que han sido comentados en el blog. Es cierto, Javi tuvo la idea de prolongar nuestras conversaciones, con más lucidez que bajo los efectos de la cerveza, en un blog. Y fue Allan Sillitoe, tal vez el escritor que más desencuentros provocó, el que inauguró los comentarios escritos cuando ya Huxley, Mishima, Murakami, Atwood y McCarthy habían sufrido nuestro severo juicio oral.


Hemos pensado, más bien he pensado, con la aquiescencia de Javi eso sí, que deberíamos recuperar estos autores y dejar constancia de que valía la pena comentar algo sobre ellos. Como Mishima solo tuvo un gran defensor, y fue especialmente brillante en el análisis, le hemos dejado al compañero Manuel que realice una reivindicación del gran escritor japonés. Por razones sentimentales, y por ser casi su descubridor entre los tertulianos, Javi asumirá el dar testimonio de la modernidad de Murakami. Y yo, que estoy para rotos y descosidos, me quedaré con la triste desolación de Cormack McCarthy y "La carretera"


Es un retorno al pasado, desde luego no tiene nada que ver con la extraordinaria película de cine negro de los cuarenta, pero es que así podía poner en la cabecera del comentario una fotografía de Jane Greer. Uno tiene sus mitos, perdonen mi debilidad.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Elegía: Lamento por una vida cualquiera



No es fácil leer “Elegía”, a pesar de su brevedad y aparente sencillez. Y no es fácil porque Roth habla de temas que nos afectan demasiado: nuestro frágil equilibrio roto por la enfermedad que aguarda a la vuelta de la esquina, la vejez que nos aproxima a una muerte con rasgos cada vez más nítidos. Ha de estar uno con cierta disposición mental para soportar sin inmutarse que el inevitable destino de un ser tan extraordinario como yo es alimentar gusanos.

De modo que si se deciden echar un vistazo a la más atípica de las obras de Roth ya saben lo que les espera: el proceso de extinción de una vida cualquiera, por ejemplo la de uno mismo. Bueno pues no, por aquí empiezan mis discrepancias con la novela: ¿Hasta qué punto podemos reconocernos en las decepciones y miedos del protagonista sin nombre? O dicho de otra forma ¿Sobre quien está hablando Roth en realidad?

Roth adopta una posición tan distanciada de su protagonista que al lector le cuesta sentir afecto, o no nos sentimos próximos ni especialmente conmovidos por lo que le ocurre. No acaba de llegar ese punto de emoción en el que la enorme capacidad como narrador de Roth transforme el relato en una obra maestra. Solo en el extraordinario diálogo con el enterrador atisbamos que el tipo cuya tragedia vital seguimos ha acabado aceptando lo inevitable y tal vez ha firmado definitivamente la paz consigo mismo. Pero a mí me deja la sensación de que a la novela le falta algo, no veo (lo siento, Manuel) la serenidad de Iván Ilich tras comprender que todo es inútil, no veo una respuesta a aquello que pedía la mujer de Kurtz en “El corazón de las tinieblas”: “algo con lo que vivir”, algo que pueda salvarse. De acuerdo, Roth no cree en nada y no tiene por qué ofrecer un consuelo final o una verdad redentora, sin embargo hubiera ayudado un poco a quitarme de la cabeza que, en realidad, he estado asistiendo a la vida de alguien que tiene poco que ver conmigo.

Me resisto a pensar que esa conciencia de inutilidad o fracaso inducido por una sociedad tan competitiva como la norteamericana tenga que ser también la mía. Puede que vayamos hacia eso, hacia la conversión de los viejos en residuos del sistema productivo, pero dejar de ser útil para la sociedad capitalista me trae perfectamente al fresco.

Desde luego comparto el miedo del protagonista, cuando se alcanza cierta edad es irremediable tener miedo, lo que hay que evitar es que el miedo te paralice. Más que nada porque, como viene a significar Roth con la brevedad de su texto, la vida es insignificante y al final muy poca cosa acabamos sacando de ella. Como mucho la lucidez de ser conscientes de que nuestro paso por aquí es un camino hacia la nada del que, como diría Adorno, conviene salir con el menor sufrimiento posible.

En fin, que no es la novela ideal como para encarar con optimismo lo que queda de semana. Les propongo pues finalizar con otro judío ilustre también obsesionado con la muerte, sin duda menos desolador que la novela de Roth. Se trata de Woody Allen y dijo algo que me parece el epítome divertido del triste relato del hombre sin nombre: “Durante mi juventud pensé que la frase más bella era Te amo; ahora pienso que la frase más bella es esa que alguna vez escuchas de labios de un médico: el tumor es benigno”.

sábado, 20 de febrero de 2010

Elegía, ¿aceptación de la muerte? Algunos ejemplos extraídos de los cuentos de ciencia ficción

No es fácil aceptar que nos vamos a morir, pero si una cosa es cierta es que todo el mundo se muere. Sin comentarios. Elegía es una obra sobre la muerte, hospitales y cementerios son lugares comunes, pero también está impregnada de la otra fuerza principal de la naturaleza: el sexo. El sexo le hace a un sentirse vivo, eso al menos es una de las cosas que tiene claras el protagonista de Everyman. No tengo tan claro, sin embargo, que acepte la proximidad de su muerte. Envejece, la gente a su alrededor, de su edad o más jóvenes, mueren, ya no puede practicar sexo de la misma forma que antes, piensa en las cosas que no ha hecho bien, o cree no haberlo hecho, a lo largo de su vida, visita la tumba de sus padres, pero no creo que se deje vencer fácilmente abrazando la negrura que supone la no existencia. Se sabe viejo y enfermo, pero sigue luchando, operación tras operación intenta que su cuerpo aguante. La muerte le viene sin esperarla, luego de una operación no más complicada que las demás ya no despierta. El protagonista de la obra de Roth muere tras un largo galanteo con la muerte, pero sin desearlo, ni siquiera contempla seriamente que vaya a morir, tan sólo es una posibilidad.
Durante la tertulia se la comparó con La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi. Obra que no he leído. Sin embargo voy a poner otros ejemplos extraídos de la literatura sobre personajes que ven la muerte delante y después de comprender que toda resistencia es infructuosa se dejan ir. Para ello voy a recurrir a un género muy específico, la ciencia ficción, y a una técnica también concreta, el cuento corto. Van a colaborar conmigo dos "maestros" del género, Damon Knight y Ray Bradbury. El primero murió a los ochenta años y el otro va camino de cumplir los noventa.
Calidoscopio es uno de los cuentos más famosos de Ray Bradbury. En él se narra las vicisitudes de unos astronautas, náufragos en el espacio, tras la explosión de su cohete. Sin ninguna posibilidad de rescate siguen órbitas dispares enfundados en sus trajes espaciales. Algunos morirán al caer sobre la Luna, otros arderán en la atmósfera de la Tierra al hacer su entrada, mientras que otros vagarán por el vacío eternamente, pero mucho muchísimo antes ya habrán muerto al acabárseles el aire. Por medio de la radio consiguen hablar unos con otros. Aparecen viejos rencores y se recobran amistades. Por supuesto el último de ellos acepta su suerte. Cuando Hollis está a punto de llegar a su destino piensa: "Cuando choque con la atmósfera arederé como un meteoro. ¿Me verá alguien?"
Bradbury vuelve a tratar el tema de la aceptación de la muerte en su cuento corto La última noche del mundo. En él una pareja se despide sabiendo que esa noche acabará el mundo. En ningún momento se explica por qué ni cómo, sencillamente se sabe.
Damon Knight escribió en 1957 El moribundo. Relato en el que se relata la odisea de Dio, habitante de una sociedad utópica donde nadie muere y todos permanecen jóvenes y sanos. Sin embargo contrae una extraña enfermedad degenerativa y parece que la no existencia es el único final posible. Al final los médicos encuentran una explicación a su mal. Para conseguir prolongar la vida se había mantenido indefinidamente la adolescencia de los humanos, pero Dio comienza a madurar. Luego uno se entera que su caso no es único y que a la larga, en algunos casos muy a la larga, todos acabarán muriendo. La ex novia de Dio, Claire, lo acompaña en sus últimos momentos, plácidos luego de comprender la inevitabilidad de su destino. El último párrafo nos revela los pensamientos íntimos de Claire tras la muerte de Dio: "En su imaginación, la oscuridad toma la forma de un rostro gris y terrible. Para ella sola, los labios sonrientes susurran: Algún día".
Por último comentar otro cuento del mismo autor: Oh tiempo, retrocede. Los protagonistas viven la vida empezando desde la muerte y van retrocediendo hasta el momento del nacimiento. Es un cuento muy curioso en el que se aplica de forma impecable la técnica literaria de "darle la vuelta a la tortilla".


Javi

viernes, 12 de febrero de 2010

Auster protagonizará la próxima tertulia


Esta vez se ha cumplido lo de a la tercera va la vencida. En la tercera ocasión que Paul Auster, la segunda con El palacio de la luna, ha sido propuesto ha resultado ganador de la votación. Será el segundo autor norteamericano que leemos de forma consecutiva, por lo que vuelve a reabrirse la polémica sobre la diversificación de las lecturas. Se ha hablado alguna vez de tertulias temáticas, leer un autor árabe, o una novela negra, o una de ciencia ficción, entrando en la votación solamente obras de la categoría escogida. También es cierto que todavía no hemos leído a ningún autor francés. Evidentemente, tenemos muchos temas pendientes. Espero que la tertulia dure lo suficiente como para llevar todos los proyectos a cabo. De momento, El palacio de la Luna de Paul Auster nos espera.

Javi

miércoles, 27 de enero de 2010

Philip Roth cumple las expectativas de la tertulia




El animado debate ocasionado por Elegía superó incluso las mejores previsiones del que aquí escribe. Los seis participantes hablaron durante más de una hora sobre los temas y subtemas incluidos en la obra de Roth. Todos estuvieron de acuerdo en la maestría del escritor y en la presencia de alguna escena realmente memorable. Sin embargo también se calificó a la obra de deslabazada y desdibujada. En fin, que las opiniones fueron diversas. La nota media que obtuvo Elegía fue de 6'25.
El otro hecho importante que se produjo ayer durante la celebración de la reunión fue la vuelta de Ximo a las tertulias, ausente desde aquella dedicada a Philip K. Dick.
Las propuestas para la siguiente tertulia estvieron prácticamente copadas por obras de ciencia ficción. También repite Auster, propuesto por tercera vez, y se incluyó una novela negra perteneciente a la serie del conocido detective Philip Marlowe.
De momento la votación está reñidísima entre Fundación, de Isaac Asimov, y El palacio de la Luna, de Paul Auster.

miércoles, 6 de enero de 2010

Si esto es un hombre


Después de hablar de Sciascia se imponía comentar al otro gran referente moral de la Italia contemporánea, Primo Levi, viejo compañero del siciliano en algunas batallas mediáticas contra revisionistas y negacionistas de diferente pelaje.

Cuando leí “Si esto es un hombre” me pareció el testimonio más estremecedor que podía escribirse sobre el llamado universo concentracionario. Levi hizo exactamente aquello que demandaba Adorno a los filósofos, “conocer y recordar permanentemente el mal que ya es pasado para no reencontrarlo en el futuro”. Este es el objetivo de la trilogía de Levi, una auténtica requisitoria contra el olvido y a favor de la memoria de las víctimas del Holocausto, con el fin de recuperar los recuerdos que la brutalidad de los campos de concentración había pretendido destruir. Levi explica la única distinción que contaba en el Lager, la de los salvados y los hundidos, los sobrevivientes y los muertos que se pierden en el olvido. Pero aún queda una última categoría, los llamados “musulmanes”, los que sondearon los límites del horror sin poder dar cuenta de él. Nadie más que ellos podría haber narrado la auténtica dimensión de lo ocurrido en los campos, pero fueron deshumanizados de tal forma que nunca pudieron volver de ese punto de no retorno.

“Si esto es un hombre” está lejos del relato sentimentaloide y lloriqueante de un Spielberg, lo que aquí nos encontramos es la descripción descarnada de la lucha por la vida en un campo de exterminio, la progresiva pérdida de dignidad que los presos asumen con el único fin de alargar un poco más su vida. Para esquivar la brutalidad de los verdugos era inevitable atentar contra los propios compañeros cautivos y Levi lo cuenta de manera implacable: asistimos a lo más bajo que cada uno hizo, las miserias cometidas para sobrevivir día a día y lo que es peor, lo que nosotros mismos seríamos capaces de hacer por resistir un poco más.

Dijo Jean Amery, el otro gran narrador de Auschwitz, que un intelectual comprometido solo podía ser de izquierdas. Sin duda Levi lo fue, pero sin perder esa lucidez escéptica que le diferenciaba de otros prisioneros del Lager. Cuando recuerda a aquellos compañeros de infortunio que poseían una fuerza espiritual superior, gracias a la fe religiosa o política, lo hace con respeto, con el respeto de aquel que por no adscribirse a ninguna creencia quedaba en la total indigencia material y espiritual ante la violencia desatada. Tal vez por eso percibió mejor que los demás la verdad de Auschwitz, el terrible proceso de deshumanización al que eran sometidos los excluidos de la comunidad racial elegida.

Sin embargo Levi acaba asumiendo la imposibilidad de comprender el misterio de Auschwitz, aún sabiendo que su testimonio es una exigencia ética ante la sociedad. La memoria de la ofensa es la condición esencial para restablecer la justicia: contra el olvido que engulle el pasado sin cuestionarlo, la memoria tiene una función redentora. Reconoce que los que verdaderamente comprendieron, los que sondearon el fondo, fueron exterminados. Aquellos que sobrevivieron, como él mismo, solo pudieron acceder a un fragmento de la realidad insuficiente para explicar la verdad de lo ocurrido.

Podemos plantearnos, como pensaba Amery, que Levi era demasiado condescendiente respecto a la culpabilidad de Alemania. Ciertamente no pensaba que todos los alemanes fueran cómplices y luchó siempre contra el resentimiento del que Amery jamás pudo desprenderse. Los alemanes no eran criminales en masa, aunque hubo una culpa colectiva por no rebelarse ante la realidad bien conocida del genocidio. A pesar de eso nunca estuvo cómodo con ese planteamiento y siempre destacaba a la minoría que luchó contra el nazismo. Esta convicción y la necesidad propia de un ilustrado de seguir luchando por una sociedad mejor le permitió depurar el resentimiento, pudo filtrar su angustia, pero no se libró totalmente de ella. Su sorprendente suicidio parece indicarnos que no pudo superar ese inefable sentimiento de culpa, la culpa de haber sobrevivido. Creo que fue Enzo Traverso quien más acertadamente definió el sentido de la obra de Levi: “el mundo necesita ser contaminado por la angustia para no resignarse al horror”.