miércoles, 8 de diciembre de 2010

Maalouf y el sueño de Mani.




No sé si han reparado ustedes en la inmensa vanidad que es necesario acumular para que personajes como Pablo de Tarso, Mahoma o incluso el payaso de El Palmar de Troya, acabaran creyendo que eran los elegidos de un supuesto plan divino. Ya sabemos lo peligrosa que puede resultar esta gente tan segura de sí misma, nada menos que poseen la garantía divina como fuente de certidumbre; ante esto, o se pliega uno o se convierte en un infiel sobre el que puede caer toda la ira de Dios. Seamos por tanto precavidos ante los iluminados y permitan que me conforme con mi corta y penosa vida, eso sí, sin servilismos ni las falsas ilusiones que, como auguró Freud, acabarán cuando nos despidamos de la primera infancia de nuestra especie.

Entre estos iluminados forjadores de una religión respetable, “del libro”, está Mani, un persa del siglo III d.C. que supo sintetizar el gnosticismo de diferentes tradiciones religiosas en un intento por crear una forma internacional de espiritualidad para toda la humanidad. Es una muy noble pretensión, parecida al deísmo de los ilustrados, por eso el también ilustrado Maalouf se fija en un personaje como Mani, casi sepultado por el olvido y la tergiversación. Aceptemos que Maalouf adapta un poco a sus ideas la doctrina maniquea pero hay base para eso que he llamado “el sueño de Mani”, como diría Zweig uno de los momentos estelares de la humanidad en el que pudo cambiar la historia. A Maalouf le preocupa especialmente, es una constante en su obra, la lucha entre el fanatismo y la intolerancia frente a los ideales de libertad e igualdad que él asume y que, desde luego, no considera privativos de Occidente. A la tarea de encontrar vínculos entre Oriente y Occidente dedica sus esfuerzos, todo lo contrario de lo que hacen algunos famosos publicistas de por aquí (la señora Fallaci por ejemplo): la diversidad no es incompatible con la convivencia.

Mi impresión es que Maalouf pretende convertir el maniqueísmo en una religión tolerante, diría que liberadora, que encima procede Oriente, el lugar demonizado por ser cuna del fundamentalismo que amenaza nuestras sociedades supuestamente libres y democráticas: Si non e vero e ben trovato. Intuyo sin embargo que el maniqueísmo representaba un peligro muy serio para una religión cristiana poco dada a sutilidades, un peligro que procede de sus orígenes gnósticos y que se manifiesta en la importancia concedida al conocimiento autónomo frente al control del pensamiento y la voluntad. Recuerden a San Agustín, aquello de que la voluntad humana está demasiado corrompida por el pecado original y que no hay esfuerzo humano que pueda conseguir por sí solo la salvación. La creencia gnóstica sobre el conocimiento liberador debía sentar como una lanzada en donde más duele para aquellos que siguen la doctrina de Tertuliano: “No pienses sino cree”.

Por una u otra razón la doctrina de Mani nos ha llegado simplificada y distorsionada, hasta es posible que la cojera, esa imperfección física de la que Maalouf también se hace eco, no fuera sino otra forma por parte de sus enemigos de resaltar lo que a sus ojos era imperfección moral. Un tipo peligrosos este Mani, a pesar de que en la novela le sobra fatalismo y le falta el vigor de los grandes reformadores, pero con la determinación suficiente como para cuestionar la religión establecida. Precisamente el conflicto con los sacerdotes de la religión oficial (el zoroastrismo) es uno de los puntos más interesantes de la novela; me recordaba un poco aquella famosa película polaca, “Faraón” de Jerzy Kawalerowicz, que relata la lucha de un reformador, en este caso civil, frente a los guardianes de la religión que se han apoderado del Estado. Mani, que desde el principio se presenta como un rebelde contra preceptos absurdos de la secta rigorista en la que le introduce su padre, rechaza ritos e intermediarios y ofrece una religión no excluyente que integre a todos, una filosofía más tolerante que, es esto lo que pretende decir Maalouf, habría adelantado varios siglos el espíritu de concordia en el ámbito mediterráneo (si es que tal cosa ha llegado a lograrse alguna vez).

Me gusta lo que dice Maalouf, es interesante y bien intencionado, lo único que tengo que oponer es que, al fin y al cabo, Mani funda una religión y a mi, aunque no soy inmune al misterio, a lo maravilloso, al sobrecogimiento ante lo desconocido, me parece que hoy en día se puede vivir un vida ética sin necesidad de ninguna religión. Es curioso que, bien visto, hay en Mani algo de imitación de San Pablo: toda su filosofía impregnada de judeocristianismo, la autodesignación como apóstol de Jesucristo, su afán misionero, la pretensión de haber recibido revelaciones…..De modo que, si me permiten, concluiré con un pequeño texto Pablo en su primera carta a los Corintios que hace honor al estudio de Freud que nombraba al principio: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre acabé con las cosas de niño”. Con permiso de Mani, abandonemos la primera infancia de la humanidad y dejemos las cosas de niños para pensar como hombres.

lunes, 6 de diciembre de 2010

“La caída” (Albert Camus) se adelanta a “Los detectives salvajes” en la tertulia.



A causa de algunos problemas que podrían calificarse de logísticos hemos decidido avanzar la tertulia sobre Camus antes de afrontar a Bolaño (es un pequeño aplazamiento). Era ya hora de que la literatura francesa, representada por el escritor que tal vez mejor desempeñe el papel de referente ético durante el siglo XX, estuviera presente en nuestro blog. Después del relativo consenso crítico en los últimos autores se avecina un debate con opiniones contrapuestas: Camus no ha gustado a todos de modo que sus más entregados seguidores intentaremos convencer a los escépticos.