lunes, 2 de noviembre de 2009

La virtud del cuento


Conocía el título. “Balzac y la joven costurera china”. Un título sugerente, con tintes exóticos, surrealista en su formulación. ¿Qué tiene que ver, a primera vista, el novelista francés con una humilde trabajadora oriental?¿Qué relación podía guardar un paraguas y una máquina de coser dispuestas sobre una mesa de operaciones, ejemplo programático de la perfecta imagen surrealista que Breton y sus adláteres incluyeron en su manifiesto?…

No recuerdo si me sonaba por la novela o por la adaptación cinematográfica del propio autor, pero lo cierto es que no podía evitar asociarlo, en mi ignorancia, a una narración histórica, al estilo de “La muchacha de la perla”, una novela que desvelara un episodio poco conocido y suficientemente extraño del novelista francés en una supuesta visita a China o la posibilidad de una affaire parisino del autor de la Comedia humana con una bella exiliada de ojos rasgados y modales exquisitamente tímidos.

Nada de eso. La novela me recibe con dos anécdotas asociadas a dos inventos de la civilización. Leo cómo dos jóvenes chinos siguen el camino del ostracismo y la reeducación durante la revolución cultural de la República Popular de Mao. Dos adolescentes que portan varios artilugios mágicos. El primero, un violín. Asombroso, y peligroso, puesto que, en sus cuerdas, pueden templarse armonías occidentales, prohibidas, contrarrevolucionarias, aunque convenientemente camufladas como mensajes de amistad de Mozart hacia el Gran Timonel. El segundo, por su parte, resulta ser más prosaico y, sin embargo, más útil, especialmente para el jefe de la aldea. Se trata de un despertador del tamaño de una mano en cuyo centro un gallo no dejaba de picotear segundos. La fascinación por este aparato atrapa al jefe de la aldea, que cobrará conciencia de que la jornada laboral puede determinarse con independencia de la salida del sol, gracias a una máquina mágica que dos malos camaradas traen consigo.

A partir de aquí, el lector se siente intrigado por la vida que dos muchachos procedentes de la ciudad, hijos de médicos, en el caso de Ma; y de un dentista que manipuló las muelas de Mao, en el caso de Luo, la existencia que, digo, estos dos exiliados pueden llevar como individuos insolidarios con la Revolución que deben meditar sobre los principios del Libro Rojo mientras acarrean estiércol, comen patatas y vegetan en un lugar de resonancias legendarias, la montaña del Fénix del Cielo, cerca del Tibet.

Que la acción transcurra en 1973 no tiene mayor importancia, que el jefe de la aldea sea o crea ser comunista tampoco debe preocuparnos. De hecho, el contexto represivo no dista demasiado de cualquier sociedad feudal de siglos atrás. Nos encontramos en un microcosmos codificado por la literatura popular.

La novela podría iniciarse con la fórmula “Érase una vez…” porque la obra no deja de ser un cuento, complejo en su moraleja, pero cuento al fin y al cabo. Fijémonos.

Tenemos dos chicos explorando una tierra hostil y desconocida, como Hansel y Gretel o la legión de incautos que se han internado en bosques pavorosos desde que el mundo es mundo y se cuentan historias. Aparece también el rey malo, nuestro lacónico jefe de aldea, que representa el principio de autoridad; la princesa, nuestra “sastrecilla”, que, en la novela, es, efectivamente, mencionada como “la princesa de la montaña”; hay también un antagonista menor, Cuatrojos, en cuyo poder está el tesoro (la maleta con los libros). Por no falta, no faltan ni las pruebas de valentía, de iniciación: la visita al viejo molinero y su corte de piojos, la arriesgada travesía del paso de montañas que conduce a la aldea de la princesa, una Hero oriental, o la triste búsqueda de un médico que practique abortos ilegales… Si la novela cayese en manos de Propp seguramente la desmenuzaría a conciencia.

Así, el trasfondo político (que tanto nos gusta traer y llevar en nuestras tertulias) pierde fuelle. La narración pseudo biográfica de Dai Sijie traspasa el marco de la dictadura comunista que el escritor tuvo que padecer y se convierte en una reflexión sobre la literatura y su influencia en el ser humano. Incluso, más que de la literatura, que presenta los motivos más evidentes (los libros, los autores prohibidos), sería más acertado hablar de la ficción. Recordemos, por ejemplo, el episodio del cine. Ese melodrama norcoreano que Ma y Luo se encargan de ver y contar a toda la aldea, en una conmovedoramente simple demostración del poder de la ficción y la fabulación sobre todos nosotros. Magia. Mágico, al igual que los artilugios traídos por los urbanitas, aquel violín y aquel vulgar despertador. Más que dos mundos en contacto, el urbano y civilizado frente al rural y primitivo, esos aparatos, junto a la habilidad de narrar, representan los dones de nuestros héroes, atributos que los dotan de un aura irresistible.

De ahí, la relación clandestina con la sastrecilla, o la simpatía que despiertan en el viejo molinero, poseedor del acervo popular. A diferencia de Cuatrojos, personaje menos adaptado que Luo y Ma. El hijo de la poetisa carece de dones benéficos para la tribu. Lleva gafas, es torpe y débil. El narrador no duda en arrastrarlo por el fango, figurada y literalmente, cada vez que puede. Su función: ser el guardián del tesoro, el obstáculo que los protagonistas deben superar para alcanzar su objetivo.

Y en este punto, rompemos el hueso y llegamos al tuétano, los libro. Balzac. Juan pregunta, entre otras cosa, por qué la elección de Balzac en lugar de Gogol, qué función tiene la cita final del libro o por qué la quema de los libros… Sinceramente, no tengo respuesta a la primera. A bote pronto, diría que obedece a una elección arbitraria. También podría deberse a la inmersión cultural francesa del autor tras abandonar China. En cualquier caso, no sé en qué grado se debe a razones temáticas o ideológicas.

En cuanto a la cita final, muestra patente del magisterio de Luo en la sastrecilla, no anuncia nada bueno, en mi opinión. Especulemos sobre posibles futuros de una bella joven de extracción rural e imbuida de ilusiones burguesas en una gran ciudad. ¿Es posible que “triunfe” en la China de los años 70? Cuesta imaginarlo. Quizás me deje llevar por el pesimismo o crea en el romanticismo de la desilusión, pero apenas concibo un par de alternativas para la princesa de la montaña: un trabajo en un masificado taller textil, una accidentada estancia en un prostíbulo no pantaleonizado o, en el menos malo de los casos, una humillante vuelta a su aldea.

La quema de los libros, que no deja de ser una acertadísima ironía, argumentalmente encuentra su justificación en la rabia y el desengaño de Luo. El desenlace de la novela otorga al conjunto de la obra un extraordinario interés que –he de admitirlo- para mí se había perdido en algunos momentos. El iracundo desencanto de Luo y la luctuosa complicidad de Ma en el aborto de la sastrecilla difumina por completo la atmósfera cuasi sagrada con la que Sijie había ambientado la novela. Y, lógicamente, no me estoy refiriendo a las condiciones de vida de los protagonistas, sino a su idealismo exacerbado, su jovialidad y su inocencia. La literatura (Balzac, Víctor Hugo, Flaubert…) representa para ellos la libertad de pensamiento, la posibilidad de otra existencia. Y tal creencia es experimentada de forma radical. Los aboca al robo. La devoción adquiere tintes fetichistas (el pasaje de “Úrsula Mirouët” escrito en la chaqueta de Ma) y puede servir de catequesis civilizadora para la inculta costurera…

Sin embargo, esa iluminación de la joven resulta no ajustarse a las expectativas de su pigmalión. La muchacha decide libremente marcharse, sobre todo por que, gracias a la literatura, ha vislumbrado otra vida. Decide hacer efectiva su capacidad de elección.

Nos viene a la cabeza, cómo no, el mito de la caverna, o, si quisiéramos un referente “posmoderno”, Matrix. ¿Cuál es la existencia real? ¿La que hemos llevado hasta ahora? ¿La que intuimos en las sombras dibujadas por el fuego? La sastrecillo quiere averiguarlo.

Y si la joven ha aprendido una lección esperanzadora, tal vez ficticia, mediante la literatura, Luo y Ma, por su parte, han aprendido una dura lección impartida por la vida, el desamor. Caminos contrapuestos. Gran logro de Sijie.

Todo el mundo busca su libertad, pero cuando se trata de la libertad del otro nuestra tolerancia se pone a prueba. Esta idea cierra implícitamente “Desgracia”, de Coetze, y configura, junto a los efectos iluminadores de la literatura, la moraleja de este cuento-novela.

Metaliterariamente (perdón por el palabro) el prisma destella en varias direcciones. Un apunte: la ficción puede ser peligrosa, llegando a crear ilusiones irreales. Visto así, el viejo hidalgo y la joven costurera china parecen compartir aficiones y afecciones.



Manuel López

3 comentarios:

  1. En realidad la rabosa es bastante frugal en cuestiones de queso, de modo que puedo decir sin problemas que el comentario de Manuel es admirable. Hago notar además, tras leer esa atinada asimilación de la obra a los elementos básicos del cuento, que la presencia de Manuel en la tertulia habría sido más que interesante cuando se discutió el concepto de obra menor.

    Debí leer con poco aprovechamiento a Propp porque, como digo, estuvimos dando vueltas al aspecto ligero y algo simple de la novela sin caer en lo que descubre nuestro contertulio. A mí el esquema de la obra me resultaba familiar, un planteamiento ya visto: el extraño que llega a un lugar primitivo, o menos contaminado por la civilización, donde aprenderá e influirá también en el entorno y conocerá el amor gracias a una criatura maravillosa.

    La referencia al surrealismo es perfectamente pertinente, no ya solo por las imágenes salidas de la alucinante operación del improvisado dentista, es que, por lo que tengo entendido, Sijie es un admirador incondicional del cine de Buñuel. Y en cuanto al título tampoco yo sabía qué pensar, aunque tengo una imagen de Balzac, digamos, poco galante; vamos que no lo veía en plan Gerald Brenan enamorando a una racial andaluza durante su estancia en la exótica España.

    Y queda por supuesto el final, la cita de Balzac que a Juanfe le pareció admirable y a otros nos sugirió connotaciones más negativas. Juanfe entendió el término “belleza” en un sentido más amplio: se trataría de la potencialidad del ser humano, su infinita capacidad para aprender, la necesidad de mejorar y no conformarse. Yo simplemente me planteo (Javier y yo también utilizamos el término Pigmalión para referirnos a Luo) algo parecido a lo que Manuel indica con esta frase: “esa iluminación de la joven resulta no ajustarse a las expectativas de su Pigmalión”. No estoy convencido, aunque acepto la idea, que Luo se resista a aceptar la libertad de la sastrecillo, me parece entrever decepción que va más allá de la simple frustración por el desamor.

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  2. Ciertamente interesante la identificación estructural de "Balzac y..." con la de un cuento (con princesa incluida). Parece casi la actitud de un matemático: la búsqueda de orden en un aparente caos. Por el comentario deduzco que la obra la ha parecido interesante a Manuel, pero por simple curiosidad: ¿qué nota le habrías puesto?

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  3. Quisiera saber las costumbres alimenticias que se manejaban en balzac¨? por favor, es urgente, muchas gracias....

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