viernes, 14 de mayo de 2010

Auster: La literatura débil








Debo reconocer, lo digo casi como acto de contrición, que sin esta tertulia escritores como Auster, Murakami o Roth continuarían siendo para mí perfectos desconocidos. O como mucho tendría alguno de sus volúmenes reposando en una estantería a la espera de una improbable lectura en tiempo indeterminado. Por supuesto no estoy queriendo decir que todos estos iconos de la literatura contemporánea a los que hemos dedicado nuestro interés hayan sido una revelación pero yo diría que, al menos, soy ahora capaz de entender las razones por las que tiene más posibilidades de ganar el Nobel Paul Auster que Juan Manuel de Prada.

Después de esta introducción con aires de disculpa y tras el recurso infame de tomar como referente negativo al joven autor de “Coños”, seguro que intuyen que mi relación con “El palacio de la luna”, la obra elegida de Paul Auster, ha sido conflictiva. Peor que eso, ni siquiera fui consciente de la incompatibilidad hasta que Juanfe (el más ilustre de los contertulios) empezó a reflexionar sobre la multiplicidad de líneas narrativas que le daban la sensación de un relato débil, finalmente insatisfactorio. Por mi parte no cometeré la torpeza de acusar a Auster de incapacidad para desarrollar una línea argumentativa sólida, no se trata de eso, es cuestión de contexto, de estos tiempos de relativismo posmoderno a los que casi nadie escapa.

Si nos centramos en la obra sobre la que debatimos verán a lo que me refiero. Durante la tertulia se planteó que las constantes ramificaciones de “El palacio de la luna” iban en detrimento de una narración que parece desaprovechar las líneas argumentales más interesantes. Esto puede ser cierto pero no es, en mi opinión, lo que separa la novela de Auster de las sólidas construcciones de la literatura decimonónica. En realidad estoy casi convencido de que Auster tenía muy presente una vieja novela de Knut Hamsum, “Hambre”, y no por casualidad, el propio Auster escribió el prólogo de una edición de esta obra maestra caracterizando al protagonista de Hamsum con unas palabras que resultarán familiares a los lectores de “El palacio de la luna”: “Él no está negando la vida terrena en anticipo de la vida Celestial; él está simplemente rechazando lo que le ha sido dado”. En los dos relatos se nos presenta un protagonista que narra sus recuerdos de una época desgraciada en la que sufre un proceso de progresiva degradación; pierde su casa al no poder pagar el alquiler; recorre las calles sin refugio, hambriento, buscando con desesperación algo que comer en la basura; es, en definitiva, un automarginado de la sociedad consciente de que su existencia carece de sentido.

Coincidir con el espíritu de la época, eso que los alemanes llaman el zeitgeist, tampoco es ningún delito y no tengo intención de condenar de manera sumaria cualquier obra que padezca el spleen posmoderno. Simplemente manifiesto mi incompatibilidad y mi nostalgia por el utópico proyecto de la Modernidad ilustrada. Más allá de la dispersión argumental o del mayor o menor interés que tengan todas esas historias encadenadas, es en el protagonista de la novela, Marco Stanley Fogg, donde identifico la debilidad posmoderna que reseño en el título. Siento una irrestible aversión hacia los discursos que aceptan lo dado como palabra definitiva, desconfío de quienes quieren hacernos creer que toda lucha es inútil, me niego a aceptar la indiferencia y las soluciones en falso para los antagonismos. Me interesaría un Fogg escéptico que saca consecuencias de la perversa maquinaria social en la que está inmerso, una sociedad que devora a los débiles y a quienes buscan algo diferente, pero no es así. No hay cuestionamiento, solo una adaptación poco entusiasta cuando la necesidad no aprieta y una especie de silenciosa autodestrucción cuando el dinero se acaba que apenas llega a protesta sorda y nunca a verdadera rebeldía.

Si esto es lo que nos espera en la ciudad posmoderna, si la única forma de protestar ante el brillante simulacro de vida que se nos presenta es ir desapareciendo de manera autista, sin ira y sin furia, me temo que nos acercamos, ahora sí, al feliz final de la historia.

3 comentarios:

  1. Un par de cosas respecto a lo dicho. La primera es que el culpable del desafuero, ya que criticar con criterios decimónicos la obra de un indiscutible como Auster no puede ser sino un desafuero, pues el culpable, digo, es Juan. La segunda es que el autor de "Hambre", Knut Hamsum, es un personaje que en Noruega calificarían de poco recomendable: tan buen escritor como redomado fascista, de modo que no es muy acertado situarlo como ejemplo de un proyecto emancipador. Sin embargo su personaje saca consecuencias y, por así decirlo, está más vivo que el mentado Fogg. Y quede constancia que si digo que Hamsum era un fascista no es para desacreditar su obra, a mi entender muy notable, como la de otros colaboracionistas pronazis o fascistoides como Celine e lncluso Papini.

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  2. Bueno, siendo solamente cuantitativos, reconocer que la tertulia aprobó (con un 6) a Auster, así que algo tuvo que gustar (que es algo distinto a entusiasmar).

    Javi

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  3. Pues sí, no desagradó porque es un buen escritor. También es cierto que mis criterios, salvo con obras de valor sentimental, suelen ser bastante reduccionistas: un escritor es acomodaticio o subversivo, y a partir de ahí comento.

    Respecto al criterio "cuantitativo" tengo la sospecha de que estamos siendo muy políticamente correctos. Y dado que la cosa tampoco tiene mayor importancia y que nadie nos va a reclamar, tal vez deberíamos ser algo más arriesgados. Por ejemplo, puntuando sin complejos lo que nos gusta y ponernos en plan iconoclasta con las obras que no acaben de convencer.

    Y ya que estamos aprovecho para decir que echo de menos el debate en estos comentarios a partir de las diversas entradas que vamos haciendo (bueno, ejem, ejem...)Haría esto bastante más divertido.

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