martes, 16 de noviembre de 2010

Dostoievski. La modernidad oscura









Nuestros escasos seguidores habrán notado el buen sentido de los tertulianos al elegir, como representantes de la literatura rusa, a dos escritores de referencia, Tolstoy y Dostoievski, esos que todo el mundo nombra y muy pocos leen. Decía Henry Miller que en el romanticismo ruso abundan las individualidades demoniacas, personalidades poderosas que no se conforman con lo cotidiano y emprenden una investigación sobre los aspectos más oscuros del alma humana. Reconozco que tengo más afinidad por la sutil melancolía de Chejov, por su lenguaje ajeno a desvaríos transcendentes, probablemente se deba a mi gusto por las formas más depuradas y menos barrocas, pero creo que en todos estos escritores rusos, con sus diferentes peculiaridades, destaca un aspecto común: Les preocupa el ser humano, rechazan el ambiente insano generado por la autocracia zarista y adoptan una posición de lucha, difusa unas veces, frontal otras, contra el despotismo que impregnaba el país.

Que estos escritores cuestionen la sociedad zarista o se planteen problemas parecidos no quiere decir que propongan las mismas soluciones. Chejov puede ser un poco escéptico pero no deja de ser un humanista que cree en la posibilidad de que el ser humano progrese; Tolstoy también está del lado de los humildes pero su deriva mística no es precisamente revolucionaria. Y Dostoievski, después de haber sacudido nuestras conciencias, después de haber mostrado su indignación por lo que la sociedad ha hecho con nosotros, se entrega a la solución más irracional y quietista. En cualquier caso, lo interesante es que no son escritores del pasado, no pretenden tranquilizar o justificar a nadie, tienen la virtud de ponernos cara a cara con aquello que más nos perturba.

Hace unos años escuché a cierto crítico literario que Dostoievski estaba pasado de moda, tal vez no lo dijo así pero esa era la idea. También Nabokov en sus estupendas “Lecciones de literatura rusa” hablaba de Dostoievski con evidente molestia, ese redencionismo religioso debía parecerle de un mal gusto lamentable. Desde luego el misticismo por el que opta tras su paso por las “cimas de la desesperación” es poco satisfactorio y hasta irritante, sin embargo conviene olvidar las soluciones y quedarse con los planteamientos, las premisas básicas de quien estudia las profundidades del alma humana hasta convertirse en el profeta de la quiebra de la civilización occidental. Desde esta perspectiva, Dostoievski anticipa uno de los motivos filosóficos básicos del siglo XX, el nihilismo, el aspecto más oscuro de la modernidad que derivará a través de Nietzsche en la filosofía posmoderna. Al exhibir el mal para condenarlo acabó contribuyendo a minar las certezas y corromper el orden establecido. Y hasta es posible que se diera cuenta pues esa solución cristiana tan tranquilizadora, parece el resultado del miedo, el temor por haberse asomado al abismo.

En Memorias del subsuelo, la novela inmediatamente anterior a las obras mayores, falta la complejidad de personajes como Raskolnikov o Kirilov, pero el planteamiento ya lo tenemos, indefinido en la justificación religiosa y por ello desolador sin excusas. El hombre del subsuelo está en un mundo sin sentido en el que manda la insolidaridad y la degeneración; la humanidad ha caído y poco queda por hacer, apenas exponer una situación que no va a mejorar. Sin embargo la novela no es simplemente este doloroso lamento por la suerte común, a Dostoievski le conmueve el futuro desastrado que nos espera y creo que en la conciencia culpable del protagonista podemos encontrar nuestra propia debilidad.

El lector que se enfrenta a la primera parte de estas “Memorias..” queda perplejo ante el caos mental del protagonista, no sabemos exactamente qué es lo que pretende ese tipo. Hay que esperar un poco, avanzar en la segunda parte de la novela, para ver que el desequilibrado personaje está castigándose, se fustiga porque está abrumado por el remordimiento. Todos somos culpables de algo, bien lo sabía Kafka, intentamos justificarnos porque la culpa es insoportable y de ahí solo se sale creando nuestra propia moral de hombres sin Dios o entregándonos en los brazos de la religión.

Nos sentimos implicados en el autoanálisis del personaje, en su desesperado intento por obtener redención, un poco miserable porque se miente a sí mismo ¿Cuántas veces hemos mirado hacia nuestra juventud con la desagradable sensación de que fuimos indignos? Pero no es lo mismo, es más grave por ser una aflicción de la humanidad; el hombre del subsuelo tiene el alma oprimida por un recuerdo en el que ve reflejada su personalidad más repulsiva. Y en él reconocemos la caída del hombre moderno, el lado oscuro del progreso.

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