sábado, 26 de junio de 2010

Fundación: un análisis con la cabeza, no con el corazón. 1. El estilo "asimoviano".


Llega la hora de hacer un análisis racional de Fundación, de Isaac Asimov, no con el corazón ni visto con los ojos nostálgicos de la niñez en la que frecuentemente prefería un libro a la pelota (y así me ha ido). Muchos de estos primeros libros estaban escritos por un autor norteamericano de origen ruso (como bien ponía en la contraportada): Yo, robot, Compre Júpiter, Los propios dioses y cómo no Fundación, Fundación e Imperio, Segunda Fundación, Los límites de la Fundación… casi todos ellos publicados por Bruguera y leídos en su formato de bolsillo, en esa colección que tenía un título tan descriptivo como Libroamigo. Pero claramente, y supongo que a conciencia, estoy cayendo en sentimentalismos que yo mismo me había prohibido. ¿Quién mejor para romper una norma que aquél que la impone? De todos modos voy a intentar ser objetivo (aquí vendrían unas risas insertadas, pero mi editor de textos todavía no tiene incorporada esa opción). Además voy a ser ordenado (más risas). Comienza por los numerosos defectos que he detectado en esta ya mi quinta lectura del libro:


1. El estilo: no sé si propiamente podríamos hablar de un estilo asimoviano. En todo caso éste sería directo, sin grandes florituras y sobre todo llenos de diálogos. En Fundación apenas hay descripciones (se describe Trántor someramente en el primer cuento que por otra parte fue el último que escribió de ese primer volumen). Muchas veces he intentado imaginarme cómo sería la superficie de Términus, desolado planeta ubicado en el límite de la galaxia e iluminado por un debilucho sol blanqucino. Asimov nos hace entrar en la historia a través de las conversaciones entre los personajes, tampoco descritos físicamente (bueno, sabemos al menos que en Los psicohistoriadores Seldon está ya bastante cascadito). Asimov antepone a cualquier otra cosa el contenido, la historia propiamente, quiere que nos llegue el relato. Accesorios tales como el aspecto de los personajes o de los paisajes (naturales o artificiales) que los envuelven quedan a la imaginación del lector. No sé si sería justo decir que esta carencia de recursos literarios fue un mal endémico de la literatura de ciencia ficción de la época (década de los cuarenta). En plena Edad de Oro de la ciencia ficción (siempre visto bajo el punto de vista de los escritores y aficionados de lengua inglesa) sorprende esta característica que fomentaba todavía más la sensación de la ciencia ficción como un ghetto (es decir, los escritores sólo escribían prácticamente ciencia ficción y los lectores sólo leían ciencia ficción, sobre todo a través de las famosas revistas pulp). Vuelvo a repetir se experimentaban argumentos muy interesantes e incluso a veces se hacía hincapié en el aspecto predicitivo de las historias de ciencia ficción (el propio Asimov pone siempre como ejemplo Solución insatisfactoria, de Robert A. Heinlein, quién antes del final de la segunda guerra mundial hilvana una historia en la que Estados Unidos gana la guerra gracias a un arma basada en la energía atómica y en la que se describe la situación posterior muy parecida a la guerra fría y a la política de bloques), pero las historias eran muy directas, con muchos diálogos y el formato de las mismas estaba adecuado para publicarse en revistas (por entregas si la longitud excedía la habitual de un cuento). Esa primera publicación en revista (Astounding Stories) de los cuentos que componen Fundación, conlleva la molesta repetición de argumentos y explicaciones innecesarias para los que lo hemos leído ya en forma de libro y no necesitamos que cada dos por tres nos recuerden lo que es una crisis Seldon, entre otras cosas porque lo hemos leído veinte páginas atrás.

A lo largo de la década de los cincuenta, con escritores como Ray Bradbury, esta tendencia va cambiando. En los años sesenta estalla la llamada new wave (fomentada desde el otro lado del atlántico por escritores británicos como Aldiss, Ballard y Moorcock, éste además era editor de la revista controvertida New Worlds, caracterizada por la originalidad que se exigían a sus escritos no siempre con resultados satisfactorios) en la que la forma de contar las cosas comienza a primar sobre el contenido. En este contexto aparece uno de mis escritores preferidos: Roger Zelazny, que ya en 1966 ganó su primer premio Hugo por Tú, el inmortal, recreación de los mitos griegos en una Tierra postatómica.

De todas formas, no sería justo del todo si no dijese que Asimov tenía poco más de veinte años en el momento de escribir estos cuentos y que me consta, porque he leído casi todo lo que ha publicado en castellano, que después mejora muchísimo. Ya Los límites de la Fundación (años ochenta) me parece mucho mejor: escrita para formato de libro, mucho más larga, con múltiples giros argumentales y con personajes ricos en matices.


Lo que he contado ya ha pasado la longitud de lo que pensaba sería el tamaño final de mi artículo y veo todavía lejos acabarlo. Así que por el momento lo dejo aquí y espero poder continuar dentro de poco.

Dostoievski en la próxima tertulia


Pues sí, celebrada la tertulia sobre Fundación (por cierto que fue puntuada con un 5'5) se eligió la novela corta de Fiodor Dostoievski Memorias del subsuelo para protagonizar la siguiente tertulia, prevista para julio pero esta vez (novedad) en Valencia.
La obra de Asimov fue calificada en términos de "obsoleta" pero valorada mejor de lo que hacían pensar los comentarios posiblemente gracias a una abstracción nostálgica, puesto que la mayoría de nosotros lo habíamos leído muchos años atrás.

domingo, 13 de junio de 2010

El buen doctor



El curso académico llega a su fin y con él la "temporada" de tertulias. Como colofón un autor muy importante para mí, casi que aprendí a leer con el buen doctor Asimov, no con Mi primera cartilla como pudiese ser lo lógico. Aprendí las tres leyes de la robótica antes que las de la termodinámica y me decepcioné en grado sumo cuando comprendí en el instituto que no existía ninguna materia con el nombre de psicohistoria, ni siquiera como optativa.
Isaac Asimov es un personaje curioso, con un ego casi del tamaño de Central Park, como él solía reconocer. De niño devoraba las revistas (pulps) de ciencia ficción que llegaban a la tienda de su padre (judíos de origen ruso emigrado a los Estados Unidos en los años 20 del siglo pasado). Con gran esfuerzo (no exento de talento, por supuesto) consiguió su sueño y se convirtió en uno de los escritores apadrinados por el controvertido John W. Campbell (personaje de ideas reaccionarias y uno de los primeros en creer en la dianética), editor de la revista Astounding Stories. Los cuentos incluidos en la serie de las fundaciones aparecieron en dicha revista a partir de 1941. Luego se publicaron en formato libro en tres volúmenes: Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación, que fueron lo galardonados en 1966 con el premio Hugo (premio que se concede a las mejores novelas y cuentos escritos por ciencia ficción y cuyos ganadores son elegidos por votación entre los asistentes a las convenciones mundiales, es decir de anglohablantes, de ciencia ficción) especial a la mejor serie de novelas de ciencia ficción/fantasía de todos los tiempos (hasta ese momento, claro).
En el momento de publicar originalmente sus cuentos sobre la fundación Asimov era un joven que intentaba acabar sus estudios de bioquímica, ayudar a su país a ganar la segunda guerra mundial y a mantener a su recientemente formada familia. Esas circunstancias acabaron por cambiar y Asimov consiguió su doctorado, acabó la guerra y poco a poco se convirtió en un escritor mediático capaz de escribir un Biblia anotada, un libro de chistes escritos por un viejo verde, cuentos de misterio y ensayos científicos sobre casi cualquier tema imaginable. El buen doctor dedicaba por entonces más tiempo a dar conferencias por todo el país (aunque estos viajes estaban limitados por su miedo a volar) con lo que conseguía la mayor parte de sus ingresos. Curiosamente empezó a dejar de disfrutar escribiendo ficción y él mismo confesó que le costaba muchísimo comenzar un nuevo libro sobre sus series más famosas: la de los robots y la de las fundaciones (piruetísticamente unidas en el libro Fundació y Tierra). Nada tienen que ver las nuevas novelas sobre la saga de las fundaciones escritas a partir de los años ochenta con los tres volúmenes originales. Estas nuevas son mucho más largas, posiblemente el estilo sea mejor, más densas pero no por ello mejores. Los límites de la Fundación me gustó bastante, Fundación y Tierra me entretuvo, pero las precuelas protagonizadas por un joven Seldon: Prólogo a la Fundación y Hacia la Fundación ya no me emocionaron tanto (incluso se duda sobre la autoría de la totalidad de la última de ellas, publicada en 1993 después de la muerte de Isaac Asimov).
Se ha dicho que el estilo de Isaac Asimov era vulgar y direcrto, sin birguería alguna. Puede que sea verdad, aunque a pesar de la importancia de la forma también creo que debe tener un peso específico qué es lo que se escribe, es decir la historia en sí. Como aficionado a la literatura de ciencia ficción reconozco que Asimov forma parte de la historia grande de la misma. Su aportación de las tres leyes de la robótica y la invención de la psicohistoria son hitos importantes que marcan un antes y un después y delimitan la época entre los años 40 y 50 del siglo veinte conocida como Edad de Oro (siempre bajo el punto de vista de los escritores y lectores de habla inglesa) de la ciencia ficción.
Espero que disfrutéis tanto como yo de la lectura de Fundación (a lo largo de mi vida he leído la obra cuatro veces) y os animéis a continuar la saga al menos con Fundación e Imperio y Segunda Fundación.

Javi