viernes, 13 de abril de 2012

"....Y una hora para olvidarlas". El mito de Don Juan.





Hace algún tiempo, con ocasión del año Mozart, superé mi tradicional aversión a la ópera para adquirir y escuchar entero el Don Giovanni mozartiano. Es una música muy hermosa....., mientras la oía recordé una conversación con una querida compañera, profesora de literatura, tal vez la ocasión en la que más cerca estuvimos de romper nuestra tierna amistad. Discutíamos sobre la personalidad de Don Juan, ella defendía lo que consideré una poco acertada postura feminista, no por su defensa de la mujer sino por el escaso alcance de la crítica. En realidad venía a decir aquello que ya argumentó el severo Gregorio Marañón: Don Juan es un inmaduro, incapaz de amar y de sexualidad dudosa, por no decir homosexual.

No es que piense, como escribió Ortega -otro prócer de la intelectualidad filofranquista-, que Don Juan es el arquetipo de la virilidad, ni siquiera me atrae por lo que gusta a muchos, su habilidad en las aventuras galantes. Mis argumentos, con un punto de provocación, eran otros. Planteaba que Don Juan disfruta más de la seducción que de la consumación e incluso estoy por decir que se enamora de todas sus conquistas. Cada mujer es una representación de lo femenino a la que goza totalmente y a la que abandona para encontrar otra que le de algo nuevo, a lo mejor incluso es una consecuencia de eso que llaman la tristeza post coitus. No me parece un desalmado que trata a las mujeres como trofeos -aunque habría que distinguir matices entre el Don Juan de Tirso, el de Zorrilla, el de Moliere, mi preferido, y el de Mozart y Da Ponte-. Es más bien alguien que no respeta las reglas básicas que se han dado los seres humanos y que con su comportamiento está desmontando el orden establecido. En la ópera de Mozart se ve claramente, disgrega el orden social sin aparente voluntad de hacerlo pero no se complace en el dolor ajeno. Y como es un irresponsable queda situado más allá del bien y el mal, esto es lo que le convierte en un peligro.

Cuando escuchaba la ópera de Mozart todavía no había leído el maravilloso "Diario de un seductor" de Kierkegaard; el filósofo danés ofrece una interpretación del mito que refuerza mis argumentos: Don Juan ve la vida como arte, representa la vida estética. El seductor es el hombre del goce momentáneo e inmediato, vive al día sin pensar en lo que pasará y todo su pensamiento se concentra en el momento concreto disfrutado al máximo. Pero con el tiempo va experimentando una transformación, el seductor se percata de que su vida está basada en realidades momentáneas y particulares (a Valmont, protagonista de “Las amistades peligrosas, le ocurre algo similar). Eso es ya insuficiente comparado con una elección definitiva, busca entonces la estabilidad y da el paso a lo que Kierkegaard llama el hombre ético.

Curiosamente en esta explicación encuentro puntos de contacto con una interpretación política del Don Juan de Zorrilla. En el Tenorio tenemos dos personajes en uno: un Don Juan, escandaloso y vividor, por un lado, y el burgués arrepentido y piadoso por otro. Ambos simbolizan las dos tendencias del romanticismo español, el revolucionario liberal de la primera mitad del siglo y el tradicional y conservador que refleja el triunfo político de los moderados a partir de 1844.

Probablemente por el cariz conservador que tienen los donjuanes españoles mi preferido es el de Moliere, el más inteligente y cínico, el blasfemo que reta a Dios, el auténtico rebelde contra la sociedad y el orden. No obstante, en todas sus versiones, don Juan se niega a someterse a nada ni a nadie, se enfrenta solo a las fuerzas de la represión: Dios, Iglesia, Estado, familia, sociedad, moral sexual, su lucha representa prácticamente el ideal del anarquismo.

Les reconozco que al llegar a este punto la conclusión me parece sumamente perturbadora: Si la socialización -la educación- supone el cumplimiento de normas y deberes, solo mediante la represión, un cierto nivel de represión, se pueden lograr los objetivos. Don Juan está libre de ataduras, se niega a adaptarse y por lo tanto no acepta la educación. Sensualidad frente a sociedad represiva, tal vez una de las posibilidades de la educación anarquista y un verdadero escándalo para las buenas costumbres.

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