jueves, 19 de diciembre de 2013

Un hombre honorable. Sobre “Julio César”, de William Shakespeare.


¿Quién hay aquí tan abyecto que quiera ser esclavo?
¡Si hay alguno, que hable, pues a él he ofendido!”

 Nunca pensé que Bruto fuera un hombre honorable. César es un personaje demasiado grande como para tener en buen concepto al tipo que le traicionó por oscuras razones, entre las que se mezclan el resentimiento y la defensa de valores republicanos que apenas disimulaban la protección de derechos oligárquicos. Ya sea como estratega y conquistador que extendió el poder de Roma, o como hombre de Estado capaz de retar al Senado e imponer su ley, César encarna la figura más relevante y conocida de la historia de Roma.
Shakespeare arriesgó eligiendo a César para una visión poco complaciente con el personaje en la más vigorosa de sus tragedias de temática romana. La obra es arriesgada por deliberadamente ambigua, nadie sale bien librado, y la duda sobre los verdaderos motivos de la conspiración y el asesinato del dictador ha sido sembrada magistralmente por el poeta. Nadie se salva, nadie tiene argumentos convincentes….. excepto Bruto.
 

El Julio César que nos presenta Shakespeare es un hombre en decadencia que se ha dejado ganar por la vanidad, aunque conserve rasgos de su antigua lucidez para diagnosticar las debilidades de sus enemigos; Casio es un resentido, un acomplejado que odia la grandeza al compararla con su pequeñez; en Marco Antonio encontramos al demagogo sin escrúpulos que tal vez admira y estima a César, pero estará dispuesto a aprovechar la ocasión que se le presenta en su propio beneficio. Sin embargo, Bruto es realmente un hombre honorable, un demócrata para el que la libertad del pueblo es un bien mayor que la devoción por su padre adoptivo. Roma se encaminaba hacia la tiranía, la prueba es que arribistas como Marco Antonio podían manipular a su gusto los sentimientos del populacho, presentado como un conjunto estúpido y fácilmente manejable. Verdad es que el monólogo encomendado a Marco Antonio es una auténtica obra maestra de la oratoria, con una capacidad de seducción casi arrolladora que no deja dudas sobre la segura derrota que sufrirá la honestidad política de Bruto.
Aunque la obra lleva como título el nombre de César, y su figura –que desaparece físicamente mediado el tercer acto- sigue estando presente como una sombra que condiciona el resto de personajes, el auténtico protagonista es Bruto. Shakespeare recurre a Plutarco para diseñar al personaje, el héroe de la libertad republicana, de una sinceridad y altura moral que lo convierten en paradigma de la lucha contra la tiranía. Desde el inicio del capítulo que Plutarco le dedica en Vidas paralelas, queda claro que se trata del más honesto de los conspiradores: “Lo que hubo de generoso y noble en la conspiración lo atribuían a Bruto, y lo que hubo de atroz y repugnante lo echaban sobre Casio”. La cuestión es si tales ideas están justificadas, si la conspiración realmente buscaba eliminar a un usurpador despótico. Porque la hipótesis que se abre camino, cuando analizamos la situación sin la ganga propagandística, es bastante diferente: la aristocracia senatorial vio en César a un líder popular que seguía la estela de los Graco o de Catilina, una nueva amenaza contra el sistema de dominación consagrado por la constitución romana.
Cuando en el imponente tercer acto de la tragedia observamos a la plebe convertida en gentuza sedienta de sangre, sin capacidad ni criterio, estamos asistiendo a un tópico que se ha repetido entre la historiografía al servicio de las élites económicas. La masa es peligrosa, cualquier cambio propuesto por un líder popular es una invitación al caos y a la destrucción del orden social que asegura el dominio de los privilegiados. El pecado de César no fue subvertir la constitución romana sino aflojar el control total que la oligarquía senatorial ejercía sobre ella. Los oligarcas habían ido deshaciéndose de cada uno de los líderes populares que pusieron en cuestión su poder. Y César fue el siguiente, el más decidido y capaz por su propósito de imponer cambios que beneficiaran a los pequeños granjeros y al proletariado urbano a costa de la minoría rica.
Como valiente, lo honro; pero por ambicioso, lo maté”.
El discurso de Bruto pretende justificar el magnicidio, puesto que la ambición de César significaba el final de la libertad de los romanos; así nos lo transmite Plutarco y así lo dramatiza Shakespeare. En principio, ser ambicioso no supone ser un desalmado sin escrúpulos dispuesto a todo para calmar una egolatría sin límites; la realidad es que el poder de César alarmó a sus enemigos políticos porque fue utilizado contra la aristocracia senatorial y sus adláteres. Aquello que detestaban en César no era su ambición, sino la pulsión igualitaria a favor de los intereses populares, por muy escasamente revolucionaria o subversiva que fuera. La concentración de poder tenía en última instancia un objetivo reformista, probablemente para aumentar su base social, pero era preciso romper con la hegemonía de los privilegiados para llevar a cabo la reforma constitucional. La historia, como es bien sabido, no la escriben los derrotados ni los menesterosos, la escriben individuos próximos al Poder que distorsionarán la perspectiva: quienes atentan contra el orden social son aventureros ávidos de poder que merecerán un final violento a manos de los baluartes de la libertad republicana. Es una costumbre que no se ha perdido con el tiempo, las apelaciones a la libertad suelen ser alegatos en defensa de prerrogativas de clase y los que luchan contra la injusticia son liberticidas que ponen en peligro el bien común.


2 comentarios:

  1. No ha sido el teatro hasta ahora tema de nuestras tertulias, responde a un principio no establecido el que solo hayamos planteado novelas. Aunque, como han podido ver, el cómic y el ensayo ya tuvieron un hueco en este blog: no será la última vez que aparezcan.

    El pasado mes pude asistir a una representación del Julio César en el Teatro Principal de Valencia, excelente montaje y muy buena interpretación del elenco de actores que pueden ver en la última fotografía de este post. Tenía en mente algo de Brecht o de Ibsen, pero la recuperación de esta imponente obra shakespeariana me ha parecido una buena excusa para empezar. El bardo inmortal no podía quedar fuera de un blog de literatura.

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