miércoles, 24 de diciembre de 2014

"La guerra de los mundos": Darwinismo social.

En varias ocasiones nos hemos planteado entrar en materia con obras de H.G.Wells, sin decidirnos nunca por una u otra razón. Y ello a pesar de que dedicamos toda una tertulia a hablar de viajes en el tiempo a partir de historias que ofrecían diversas opciones, desde los mundos paralelos a los bucles temporales, pasando por el círculo perfecto de un destino contra el que no se puede luchar. Ni siquiera entonces hablamos de la estupenda metáfora que diseñó Wells sobre la lucha de clases en “La máquina del tiempo”, relato mucho menos preocupado por la posibilidad física del viaje que por la crítica social contra un presente demasiado incierto. Para solucionar este inaceptable olvido he escogido una de las obras más conocidas y difundidas del autor inglés, “La guerra de los mundos”, novela de su primera fase creativa, la que convierte a Wells en uno de los grandes maestros de la ciencia ficción precisamente porque logró superar los límites del género.
El contexto que provoca la impactante parábola de “La guerra de los mundos” es el imperialismo, cuando las potencias europeas están lanzadas a la conquista de los territorios africanos o asiáticos que todavía escapan a su control. Apoyados en la superioridad técnica derivada de la Segunda Revolución industrial, y mientras en Europa se dejan sentir los efectos del crecimiento demográfico y las fuertes desigualdades sociales, los gobiernos occidentales hacen buenas las teorías de Lord Salisbury: solo las naciones capaces de conquistar y engrandecer su territorio podían considerarse pujantes y vivas, el resto eran Estados moribundos destinados a un papel secundario en el concierto internacional. La carrera por obtener mercados y recursos iba enrareciendo las relaciones entre países, al tiempo que quedaba demostrado que el crecimiento económico estaba lejos de plasmarse en una sociedad igualitaria o más justa.
Wells era una de esas personalidades sensibles y especialmente lúcidas ante lo que otros no querían ver. Consciente del peligroso entramado internacional que se estaba conformando y activista radical de los derechos de los más desfavorecidos, reaccionó con su obra en defensa de la justicia social denunciando el salvaje neodarwinismo que se había apoderado de las relaciones internacionales.
Sin embargo, “La guerra de los mundos” ha rebasado el papel de crítica social para convertirse en un relato que conmocionó por su realismo a generaciones de lectores y, no lo olvidemos, de oyentes radiofónicos. En la novela de Wells están los elementos básicos de una crónica que crece en tensión y que deriva desde la primera sorpresa y confianza hasta la desesperación más absoluta. La perplejidad de los confiados ingleses que ven caer extraños objetos, la incapacidad para entender lo que estaba ocurriendo, fue aprovechada magistralmente por Orson Welles en su famosísima emisión de radio de los años treinta -momento muy propicio para que el miedo se apoderase de los radioescuchas-, que supo manipular con habilidad el relato para perturbar al americano medio en plena depresión. La crítica a la destrucción causada por el mundo “civilizado” y al genocidio de las llamadas “razas inferiores”, se transformaba en un miedo incontrolable ante lo desconocido, ante la posibilidad de que la humanidad pudiera ser aniquilada por mentes mucho más poderosas y avanzadas.
La abrumadora superioridad de los invasores de otro mundo relativizaba el orgullo de Occidente y ponía en cuestión todos los argumentos hipócritas y falaces que justificaban el imperialismo. Al final, derrotados y humillados, los terrícolas se salvan de la esclavitud o la definitiva desaparición gracias a la incapacidad de los marcianos para acostumbrarse a los microorganismos de la Tierra: los seres más ínfimos serán quienes acaben con el peligro volviendo a relativizar superioridades técnicas o raciales.
En fin, que si Jules Verne es un precursor en muchos de los avances que la ciencia y la técnica moderna harían realidad, Wells responde, también por medio de la literatura, a las nefastas consecuencias que el mal uso de la técnica estaba provocando. De nuevo nos encontramos el pesimismo del ilustrado consciente de que no era este el camino para conseguir una sociedad mejor y más solidaria. Como escribió el propio Wells en uno de sus mejores relatos, vivimos en “el país de los ciegos”.
 

 
 
 
 
 
 
 

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