sábado, 13 de agosto de 2016

El diablo enamorado: La Ilustración ambigua.

“Mi nombre es Legión, porque somos muchos”. 
Las caras del mal son numerosas y tiene un supremo representante que adopta formas muy diversas para conseguir adeptos a su causa, desde las más terribles a las más seductoras. Como a pesar del imaginario cristiano tengo para mí que el infierno se parece mucho más al soñado por Maquiavelo que al de Dante, no veo excesivos problemas en vender mi alma a un precio razonable. Y si el diablo adopta la forma de cierta actriz norteamericana cuya foto incluyo un poco más abajo, creo que la princesa de las tinieblas obtendría mi condenación eterna con demasiada facilidad.
Aparte de la infame película que protagoniza mi diablesa preferida -adaptación de un famoso relato de Stephen Bennet-, la más notable representación artística en la que el Maligno toma forma de mujer es una extraña y apenas difundida joya de la literatura francesa del siglo XVIII, “El diablo enamorado”. No se trata de una de esas obras en las que la razón determina el mensaje moral, al contrario, la fantasía y el tono esotérico caracterizan un relato que, esto también es cierto, juega con el terror sin alarmarnos. En plena Ilustración nos encontramos una narración que habla de pactos diabólicos, extrañas mutaciones procedentes del inframundo y búsqueda de conocimientos más allá de la razón; es casi una vuelta a temas medievales o una intuición del romanticismo. Aunque la mayor peculiaridad es la que anuncia el título, el diablo adopta forma de mujer, se enamora y pierde su esencia maléfica -al menos aparentemente- para ponerse al servicio de su amado. Es una sensación extraña, al igual que el protagonista vamos olvidando la naturaleza diabólica de la dulce muchacha que lo ha seducido y estamos dispuestos a aceptar el infernal engaño del que solo al final, gracias a su madre, llegará a ser consciente don Alvaro.  
 El autor de tan sorprendente y un tanto extemporáneo relato es Jacques Cazotte. Un tipo curioso, de procedencia noble, educado por los jesuitas y con arraigadas creencias religiosas. A pesar de eso y de que nunca abjurará de la fe cristiana, determinados problemas económicos con la orden acabaron en pleitos, desavenencias y decepciones que tal vez lo aproximaran a ciertas formas de ocultismo. Esto será una fecunda inspiración para su obra literaria, que adoptará tonos esotéricos y fantásticos como en “El diablo enamorado”, de la que algunos dijeron que había revelado misterios que solo los iniciados debían conocer. Obviamente no había tales misterios, solo la imaginación desbordada del autor que ganará también fama de visionario gracias a unas inquietantes profecías que dio a conocer La Harpe. Profetizó, al menos si nos fiamos de quien transmitió esos comentarios, su  propia muerte en el cadalso durante el gobierno jacobino. Había sido acusado de conspiración y, aunque pudo evitar una primera condena, acabó en la guillotina proclamando su inquebrantable adhesión a la monarquía y al Antiguo Régimen. 
La crítica a la filosofía racionalista, que determinará su rechazo a la Revolución Francesa, es en realidad el tema central que se oculta en su fantasía sobre el diablo enamorado. Mediante una historia galante con hechos sorprendentes, pero siempre desarrollados en un terreno lógico y racional, introduce Cazotte un mensaje moral. Don Alvaro, el protagonista que ha querido descubrir los misterios de la vida, representa a la humanidad, siempre susceptible de caer en la tentación de lo prohibido hasta perder la voluntad y la lucidez. Nuestra propia debilidad nos inclina hacia el mal y fiando del instinto natural, sin el freno que supone la autoridad establecida de origen divino, estamos irremediablemente condenados a sucumbir a la seducción del conocimiento prohibido, el poder y la sensualidad. Es una critica en toda línea contra la filosofía de las Luces: Biondetta -la femenina representación del Diablo- intenta convencer a Don Alvaro de la falsedad de las tradiciones, de la inconsistencia de los prejuicios debidos al abandono de la razón. La derrota final del diablo y la desfascinación de su presa será también el fracaso de los “philosophes” que habían querido acabar con el dogma católico.
En Cazotte descubrimos la otra cara de la Ilustración, la vertiente esotérica, el misticismo conservador, la desconfianza en la razón, todo aquello que combatieron sin descanso Voltaire y los enciclopedistas. Cazotte y los suyos pasarían en breve por la guillotina, una exigencia para el triunfo de la Modernidad y de la razón ilustrada aún a costa de métodos muy expeditivos. Por supuesto, el autor de “El diablo enamorado” se resistía a la muerte de ese viejo mundo e intentó desvelar los peligros que traían la confianza que se estaban ganando los que consideraba sus enemigos. Pero más allá de estos planteamientos reaccionarios, su obra nos sigue interesando por esa extrañísima mezcla de realidad e ilusión que consigue confundirnos, igual que el diablo consigue engañar a Don Alvaro. Y también, por qué no, por ese erotismo tan sutil y delicado que no es, en realidad, más que un extraño juego de seducción que nos deja la inquietante sensación de que la dulce y deliciosa Biondetta es el ser monstruoso que pintaba Goya en sus aquelarres.



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