lunes, 19 de marzo de 2018

"La piqueta", de Antonio Ferres: Los derrotados.

Siento gran admiración por aquellos escritores capaces de conseguir, a partir de una historia aparentemente simple, uno de esos momentos literarios que acabas guardando en la memoria. Ferres consigue en La piqueta varios de esos instantes que conmueven, emocionan o indignan al lector ante una injusticia flagrante, es esa capacidad que tienen algunas novelas para hacernos partícipes de sentimientos que los personajes muestran casi veladamente. Intuimos los rostros de unos padres desolados que entregan a su hija, apenas una niña, a un novio que no es mucho mayor porque ya no tienen casa donde acogerla. O el gesto entre impotente y sumiso de los vecinos que asisten al desalojo de una pobre familia de inmigrantes. Hay tanto pesimismo como piedad y comprensión con los derrotados.
Me preguntaba por las razones que llevaron a la rígida censura franquista a permitir una obra que muestra una visión tan desoladora de aquellos que debían estar agradecidos a un régimen “de paz”. Ferres militaba ya por entonces en el Partido Comunista y, evidentemente, tenía muy poca sintonía con los mandarines de la cultura en España como para poder publicar su novela sin problemas. Es cierto que otras de sus obras serían prohibidas y las dificultades puestas a su trabajo acabaron llevándole al exilio, pero el caso es que La piqueta superó la censura. Se ha hablado de la proximidad de la editorial Destino a las jerarquías franquistas, es muy probable que no se dudara que en una obra coral de personas irrelevantes se fuera a cuestionar ni el orden establecido ni a quienes lo sostienen. Es posible también que a los censores, necesariamente gente de pocas luces, no les pareciera demasiado evidente la crítica al poder, o que pensaran que la hermosa historia de amor, que centra en gran parte la novela, era la auténtica protagonista, casi como si fuera una obra romántica con ligero trasfondo social. Sin embargo, creo que hay otra razón que debieron considerar los censores: En realidad no pasa nada, la novela no incita a la rebelión, no impugna -al menos en apariencia-, los personajes se muestran incapaces de oponer ninguna resistencia a la injusticia. Sospecho que la sumisión y la obediencia de esos olvidados de la fortuna debieron ser vistas con agrado por la censura. 
Si hubiera que caracterizar a los personajes del relato habría que hablar de los vencidos. Se trata de la legión de campesinos, jornaleros y asalariados llegados a la capital en busca de una vida algo más digna. Son los inmigrantes de entonces, del gran éxodo rural en busca de mejores oportunidades en las ciudades, aquellos que Ferres identifica con los derrotados de la guerra civil, los que no pudieron conseguir los sueños igualitarios de la República o del colectivismo anarquista. Cuando en la novela las palabras de lucha y oposición a “los de la piqueta” nunca acaban de convertirse en hechos, somos conscientes de hasta qué punto la dictadura, tras veinte años de represión y humillación de los desposeídos, había conseguido convertir la oposición en conformismo. Faltaba muy poco, unos años, para que en los centros industriales, en las fábricas, en los comités de huelga de los años sesenta, volviera a prender el espíritu de rebeldía y la solidaridad obrera, las ansias de libertad y de democracia.
Al hablar del realismo social de posguerra, los nombres que te vienen a la cabeza son los de Cela, tal vez Sánchez Ferlosio o Torrente Ballester, incluso el que podría considerarse el último superviviente de esa generación, Juan Marsé. Pero Ferres, tal vez por sus años de exilio y porque esa corriente literaria estaba en pleno retroceso cuando volvió a España, había quedado en un olvido relativo. La relación con Torrente Ballester o Cela es más discutible, Ferres estaría más vinculado a un grupo de escritores muy críticos, comprometidos ideológicamente y con un elevado componente ético en sus historias, el reflejo fiel de un país sometido a la dictadura franquista y del sufrimiento de la mayoría de la población. Es nuestra generación perdida y olvidada, tal vez por su profundo pesimismo: López Salinas, Alfonso Grosso, los primeros años de los hermanos Goytisolo, como diría Ferres “todos ellos fueron el producto de un gran naufragio”, el de la derrota de la República en la Guerra civil.
La denuncia implícita, que escapó a los censores aliviados por el protagonista colectivo que asiste entre impasible y asustado a otra batalla perdida, no produciría la misma impresión desoladora de no estar expresada mediante un lenguaje de enorme eficacia. Ferres consigue reflejar la forma de hablar de los madrileños de esa época, en realidad el lenguaje popular y con toques castizos de los barrios pobres. Pero lo hace con total naturalidad, sin pretensiones retóricas y adaptándose a las necesidades de una historia cuya estructura le sirve para canalizar un relato coral y en apariencia disperso, de episodios anodinos, que va confluyendo hacia el momento del derribo. Porque, aún no lo había dicho, el tema que sirve de hilo conductor de la novela es el derribo de una chabola construida a duras penas en uno de los barrios más pobres de Madrid. Entonces se derribaba la casa de los pobres, hoy son desahuciados porque, como se sabe, "vivieron por encima de sus posibilidades". 


1 comentario:

  1. Me ha llamado la atención una anécdota que cuenta Ferres de su estancia en los EEUU. La incluyo en las palabras del propio autor:

    "Mira, hace ya años publiqué un artículo riéndome de alguien que decía que en una reunión del PEN Club que iba a tener lugar en Barcelona no debía hablarse castellano, sino sólo catalán e inglés, porque el castellano era una lengua imperialista. En el artículo contaba la siguiente historia. Me ocurrió dando clase en una Universidad americana, eran los últimos días de curso en una clase llena de alumnas y con un sólo alumno, un chicano que se apellidaba Echevarría y que me pidió permiso para dirigirse al resto de estudiantes. Les dijo que era norteamericano como ellas, pues había nacido en Texas, pero que cuando era pequeño a menudo los maestros le pegaban por hablar español. Yo le dije que aquello me recordaba la historia de un cura vasco, que seguramente debía ser de ETA, al que conocí en 1965, en el Congreso Mundial de la Paz de Helsinki. Aquel cura me contó que de pequeño sus maestros le pegaban para que hablara castellano, porque en el caserío donde vivía no hablaban más que vasco. Así que le dije a mi alumno: “Mire qué curioso, usted se llama Echevarría, si su familia se queda en España le pegan por no hablar castellano y si viene usted aquí le pegan por hablarlo. Lo cual demuestra que al pobre le pegan en todas partes. Le pegan por pobre”. Yo he sido y sigo siendo de los de la Internacional. Que se cante en chino pero que se cante la Internacional, que acaba diciendo que la Tierra es la patria de la Humanidad."

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