martes, 21 de enero de 2020

"Michael Kohlhaas", la justicia imposible.

Entiendo que para quienes están ávidos de novedades literarias el interés por Heinrich Von Kleist, escritor relativamente oscuro a caballo entre la Ilustración y el romanticismo, pueda ser escaso. Reconozco también mi curiosidad, ajena al snobismo, por encontrar autores poco conocidos cuya calidad haya sobrevivido al paso del tiempo y, concretamente de Von Kleist, no podía tener mejores referencias. Kafka dejó varios comentarios sobre este autor, uno de los que más le interesaron siempre, mostrando sobre todo profunda admiración por una pequeña novela basada en un rebelde del siglo XVI.
Se trata de “Michael Kohlhaas” y no, no es una novela kafkiana, aunque es fácilmente entendible el interés de Kafka por una historia sobre la imposibilidad de lograr justicia, escrita además con lenguaje preciso, casi un pliego de cargos para un atestado. Si en la búsqueda de la justicia y el lenguaje ajeno al exceso encontramos los ecos de la Ilustración, todavía muy próxima a Kleist, la caída del héroe en un fanatismo demoniaco es puramente romántica. Pero no se engañen, la obra es de una enorme modernidad, tanto por el estilo literario como por los temas que plantea: La dignidad individual, la lucha contra la injusticia, o el fanatismo irracional al que estamos expuestos por defender nuestros principios hasta las últimas consecuencias. 
Kleist siempre estuvo en un segundo plano por la enorme dimensión de Goethe, es por eso que la figura de uno de los escritores más interesantes del romanticismo alemán quedó un tanto ensombrecida por el genio de Weimar. De no ser por un drama no demasiado representado como “Pentesilea” y las circunstancias de su muerte, que resultaron mucho más interesantes para sus contemporáneos que su propia obra, la figura de Kleist se habría difuminado entre los nombres casi anónimos del “sturm und drang”. Hablando de Goethe, a pesar del respeto inicial por Kleist, las reticencias que mostraba ante nuestro escritor eran muchas. Al Goethe que evolucionó desde el temperamento romántico a la luminosidad clásica le molestaban los planteamientos poco tranquilizadores sobre la justicia y la violencia que tan frecuentes son en la obra de Kleist. Sin ir más lejos, es evidente que Kleist tenía mucho de Kohlhaas, el mismo carácter obstinado e inflexible que desagradaba a Goethe. El autor de “Werther” rechazaba que la literatura hubiera de tratar los aspectos más desagradables de la naturaleza humana cuando podía dedicarse a la serenidad y la gracia. Y esto a Kleist, le interesaba más bien poco. 
También en la cuestión política encontramos sustanciales diferencias con Goethe, la importancia de un acontecimiento tan trascendental como la Revolución Francesa legitima en cierto modo el intento por rastrear su influencia en “Michael Kolhaas”. Si tratamos de deducir una visión sobre los acontecimientos revolucionarios a partir de la novela, es evidente que Kleist considera justa la rebelión popular, pero entiende como un exceso inaceptable el desafuero jacobino que derivó en el Terror. De ahí que nos presente la rebelión de Kohlhaas como justificada, pero igualmente su ejecución final es necesaria para restaurar el orden que había sido dislocado. 
El personaje que resulta determinante para que Kolhaas abandone la lucha armada y acabe la violencia desatada a su paso es Lutero. Es posible que en la crónica original la función del líder reformador fuera la misma, pero es obvio que su intervención recuerda el papel que desarrolló durante la rebelión de Muntzer. Si en la obra de Kleist es decisivo para que los rebeldes se sometan, durante la famosa rebelión campesina Lutero promovió una terrible represión contra los insurrectos. El camino emancipador que abrió la reforma se cerró con el triunfo de los príncipes protestantes, que impusieron un vasallaje más implacable mientras Lutero justificaba teológicamente la nueva sumisión.
Más allá de todas las consideraciones políticas, la obra de Kleist plantea una cuestión moral que nos sigue afectando directamente. Kolhaas es presentado como un personaje con características excepcionales, en cierto modo tiene una dimensión similar a la de un héroe mítico. Y como los protagonistas de la poesía épica acaba cayendo en la desmesura, en ese orgullo desmedido que los griegos llamaban hybris y que deriva de su incapacidad para entender los límites de la justicia. No hay duda de que Kleist, pese al carácter objetivo de su relato, expone la causa de esta especie de ángel exterminador como justa, e incluso resalta la satisfacción personal del rebelde por ser el único honesto y digno frente a la infamia que le rodea. Sin embargo, al quedar roto el equilibrio con el pueblo por la arbitrariedad de los poderosos, Kohlhaas desencadena una violencia de terribles consecuencias. Kleist sitúa al lector ante la tesitura de aceptar o no la total impunidad del rebelde en su lucha por la reparación. El conflicto ha alcanzado a inocentes, la legitimidad de origen ha quedado transformada en locura homicida que solo puede concluir, para cualquiera con buen sentido, con la condena de Kohlhaas. El castigo tranquilizará finalmente a quienes temen cualquier perturbación del orden por parte de los de abajo pero conviene no olvidar el aviso. Cuando una sociedad se acomoda a la injusticia corre el riesgo de que alguien, una persona, un grupo, todo un colectivo, decida no consentirlo y no limite los medios para derrocar a los culpables. 


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