martes, 23 de diciembre de 2008

Picaresca y existencialismo en "El corredor de fondo"




Cuando propuse la obra de Sillitoe para ser comentada es evidente que tenía en la cabeza el primero de los relatos. Consideré no solo su calidad artística sino las vías de debate que se podían abrir en torno a un tema como la rebeldía juvenil, el proceso de socialización, o más bien alienación, el peso de una mentalidad dominante y opresiva, incluso el concepto de honestidad que, como se pudo observar en la tertulia, se contemplaba desde muy diferentes puntos de vista.

Esto no significa que desprecie el resto de relatos, muy al contrario, pero considero que el que da título al libro marca las líneas maestras de un grupo de intelectuales y artistas que alzaron airadamente su voz contra una sociedad frustrante e injusta. En la rebeldía del corredor de fondo se adivina ya el desafío de los sesenta contra los viejos modelos de autoridad. Aunque sé que algunos tertulianos no estaban de acuerdo, tengo el convencimiento de que en esos años los jóvenes empezaron a tomar conciencia de su capacidad como agente transformador y crítico para lograr una sociedad más justa. Eso es en realidad lo que representa el mayo francés, no la protesta caprichosa de unos privilegiados.

La perspectiva desde la que pretendía aproximar la narración al mundo de la picaresca no se basa en conceptos tan generales como los que plantea Manuel. Ni siquiera el hecho de que Sillitoe hubiera estudiado la picaresca me habría inducido a establecer el paralelismo de no ser por una convicción más profunda. Cuando hablaba de la picaresca más combativa estaba haciendo referencia a aquella clasificación que Alan Francis (“Picaresca, decadencia, historia”) establecía entre novelistas acomodaticios y problemáticos. Los llamados problemáticos, los que verdaderamente están en el origen de la novela moderna, son aquellos que no aceptan sin más los valores vigentes de la época, son los que cuestionan la realidad y ponen en duda los estereotipos, los que atacan los símbolos e instituciones más sólidamente establecidos por la mentalidad hegemónica. El anónimo autor del Lazarillo no estaba al servicio de quienes hacen la historia sino de quienes la sufren, los mismos personajes desarraigados y marginales que luchan por salir de la miseria y que pueblan el universo de Sillitoe.

Manuel habla de un atisbo de esperanza frente a una existencia miserable, ahí tal vez se encuentre la razón última de lo que vengo defendiendo. ¿No es un tema básico en la novela moderna la búsqueda de valores auténticos en un mundo degradado? Es evidente que hubo un problema en la tertulia de desafinidades electivas pero en ningún caso pretendí defender una obra de tesis. Cuando una novela nos interesa es porque nos conmueve, porque sientes que se está hablando de algo que te concierne al plantear preguntas e incertidumbres que se asemejan a las de cada uno.

La literatura existencialista, que Manuel nombra acertadamente, se fundamenta en decisiones que determinan el tipo de persona que queremos ser. Tomar decisiones es una forma de dar sentido a una existencia que se sabe absurda, tan absurda como la de los protagonistas del relato de la barca de pesca. Me recordaban aquel hermoso poema de Yeats: “los años por venir sin objeto ni aliento, sin objeto ni aliento los años que quedaron”. Pero el joven delincuente del Borstal realiza un acto con el que se opone al curso de la historia, un acto con el que se rebela contra el determinismo, rompe con lo que se espera de él y alcanza un grado de dignidad extraordinaria. Aunque con ese acto malogre parte de su existencia.

En “La tarea del héroe” escribe Savater que un héroe es quién logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia. Siendo fiel a sí mismo, con su pequeño acto de resistencia, el corredor evita ser destruido y asimilado. Sus compañeros tomaron nota y me gusta pensar que quienes leen su historia también.

Juan


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