lunes, 19 de octubre de 2009

El demonio de los celos. Sobre la Sonata a Kreutzer.





Tengo una admiración incondicional por la literatura rusa del XIX, digamos que desde que fui consciente de mi vinculación con esos personajes de Lermontov y Gogol en los que han hecho mella la monotonía y el tedio; considero a Chejov mi escritor preferido, solo superado por Kafka, y admito sin problemas que pocas narraciones me han parecido más hermosas y profundas que “La muerte de Ivan Ilich” de Tolstoy. De Tolstoy respeto su compromiso ético y su entrega a la lucha contra la injusticia, desde el punto de vista de un aristócrata, de acuerdo, tal vez sin entender sus auténticas causas, es cierto, pero siempre estuvo del lado de los marginados y nunca con los poderosos, lo que es un mérito que no a todos adorna. De ello se deduce que escoger al genial escritor ruso para ser comentado me pareció no solo excelente sino que, consideré, iba a dar lugar a una de las tertulias más intensas y provechosas.

Desde luego la discusión fue intensa y no precisamente por el entusiasmo general que produjo esta breve “Sonata a Kreutzer”. Sea una visión pesimista sobre el matrimonio con propuestas de intolerable moralina, la descarga de conciencia de un alma atribulada o la descripción de los pormenores de un caso clínico, que tales fueron algunas de las interpretaciones que surgieron en nuestra conversación, leí la novela en un estado de perplejidad que se aproximó peligrosamente a la indignación en algún momento. Quede claro que en modo alguno cuestiono la altura de Tolstoy como escritor pero sí el desvarío puritano al que parece entregarse en sus últimos años y del que esta obra es uno de sus más acabados ejemplos.

Dejando aparte la descripción de los pormenores del caso, que constituye la segunda parte de la obra, la impresión que me iban causando las sombrías ideas sobre el matrimonio expuestas en la parte inicial era bastante desoladora. Frente a las conmovedoras reflexiones sobre la existencia y el fracaso de Ivan Ilich, tan cercanas, el celoso Podnyshev postula un puritanismo idealista, una huída del mundo que es incluso más aristocrática que cristiana. Y al final, aunque algunos editores evitan prudentemente incluirlo, te encuentras con un comentario explicativo del autor que confirma todo aquel puritanismo caduco y despreciable que una lectura superficial de la obra nos ha ido introduciendo.

Lectura superficial, afirmo, porque a pesar de lo dicho hasta ahora y de que no es el Tolstoy que prefiero, hay en la “Sonata a Kreutzer” elementos sobrados como para matizar la opinión anterior. Por debajo de la irritante defensa de la santidad del matrimonio, además de ese moralismo gruñón que, como dijo Chesterton, “se lamenta de las alegrías de los hombres”, Tolstoy es un observador agudo de la sociedad y se muestra particularmente implacable contra los convencionalismos y la hipocresía de las clases acomodadas. La descripción de una mente perturbada por los celos es magnífica y yo mismo descubrí, con algo de espanto, estados y sensaciones similares. “Quien no es celoso no puede amar” decían los trovadores provenzales; si uno evita situaciones patológicas, los celos acaban convirtiéndose en una puerta abierta a un mejor conocimiento, casi un descubrimiento, de la persona amada. Pero los celos de Podnyshev ignoran a la mujer, ente incomprensible y diabólico, que solo adquiere los rasgos de algo más que un objeto sexual, un ser humano, cuando ya ha sido agredida. Sin duda los motivos que siguen hoy induciendo a un hombre a asesinar a su pareja son muy parecidos a los que expone Tolstoy.

El problema es que se excede al plantear soluciones, sugiere que el deseo corrompe el amor pero ¿qué es en realidad el amor? Para Tolstoy la vida es dolor y sacrificio, una preparación purificadora para algo mejor, por eso el deseo y la carne corrompen. El matrimonio es una hipócrita convención social para mantener relaciones sexuales socialmente admisibles, pero éstas no dejan de ser repugnantes e indignas, un modo de alejarse cada vez más del estado de pureza que, personalmente, identifico más con un nihilismo irracional que con la apateia estoica. Olvidemos pues al Tolstoy que parece aspirar a la desaparición de la raza humana y quedémonos con el genial narrador de una mente torturada que, como dijo Manuel, necesita ser escuchada para encontrar el perdón. Quedémonos, en definitiva, con el Tolstoy que lucha desesperadamente por reformar una sociedad injusta que hace desgraciados a todos aquellos que no se someten a su voluntad.

1 comentario:

  1. Señores, por si acaso se celebrara la próxima tertulia sobre el libro de Sijie, que eso es siempre cuestión que está en el aire, me voy a permitir un par de preguntas, sin demasiada importancia (dejemos lo importante para la cervecería), sobre la obra.

    ¿Por qué Sijie utiliza a un escritor como Balzac, representante ideológico de una burguesía acomodada y que sentía pavor ante la posible contestación social de las clases menesterosas, para ejemplificar la apertura a otros mundos, mucho más acordes con la naturaleza humana que las rigideces ideológicas del maoísmo? ¿Por qué no utiliza a Gogol, autor de "Almas muertas", al que también nombra Sijie, y que precisamente habla de esa gente acomodada en su hastío e inactiva contra la que, en cierto modo, se alza la Revolución cultural?

    Y segundo: ¿Qué significa la frase de Balzac con la que se despide la sastrecilla? ¿Es un fracaso para Luo y su labor de reeducación de la costurera la huída de ésta a la ciudad? ¿O es solo una frustración por haber perdido a una complaciente compañera? ¿Por qué queman los libros?

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