domingo, 4 de octubre de 2009

El desierto de los tártaros: el vértigo del conocimiento





Escoger una novela de entre las que a uno más le han impresionado no es tarea fácil, supongo que acabamos decantándonos por aquellas en las que nos vemos más implicados, las que tocan quizá nuestros temores o anhelos más profundos. No sé si les ocurre lo que a mí, admito que son los ensayos los que han ido formando poco a poco el bagaje de conocimientos del que podemos echar mano pero es siempre la obra artística la que deja el recuerdo más nítido y preciso. Entre ellas está, sin duda, “El desierto de los tártaros”, del italiano Dino Buzzati, bastante menos conocido por estos lares de lo que merecería uno de los autores que mejor ha sabido captar la esencia del hombre contemporáneo.

El protagonista de este relato con ciertas vinculaciones kafkianas es Giovanni Drogo, militar destinado en una fortaleza fronteriza del Imperio que pasa su vida hastiado e inactivo esperando algo que no se produce; espera infructuosamente lo excepcional que otorgue sentido a su existencia. De un inicial entusiasmo ante la perspectiva del destino heroico va pasando a la apatía y la angustia, asumiendo que su vida se pierde inútilmente.

Por fin acaba presentándose la oportunidad; el enemigo, difuso y extraño, llega, pero Drogo cae enfermo y es expulsado de la fortaleza. Queda solo, retirado en una pobre pensión donde lo único que resta es la muerte. Y es entonces cuando comprende que no es la batalla exterior lo que importa, la ocasión definitiva que le justificará viene de su interior. Drogo no obtendrá la gloria en la batalla, muere solo y enfermo en tierra desconocida y sin nadie a su lado, nadie va a recordarle y por eso es importante el gesto de afrontar el trance con dignidad. Es el momento en el que obtiene la lucidez que le permite ver todas las contradicciones y desatinos del mundo, pero también su pensamiento alcanza el límite último, el punto donde quien llega se atormenta casi hasta el suicidio o halla la respuesta.

El hombre moderno, tal y como les ocurría a los románticos, se mueve entre la necesidad de desafiar al universo y el reconocimiento de su propia impotencia. No todos son capaces de asumir su fracaso, el fracaso de no lograr nunca aquello a lo que aspiramos. Solo podemos luchar continuamente, como Sísifo, contra nuestras oscuridades. Es nuestra propia impotencia la que nos acaba afirmando, y cuando Drogo se da cuenta de que el absurdo lo invade todo, de que la libertad es un espejismo, entonces muere.

Lo que más me gusta de Giovanni Drogo es que muere con una sonrisa, se burla del absurdo y de la falta de sentido. El ser humano está desamparado ante el azar y lo que le dignifica es asumir ese riesgo, afrontar la realidad con orgullo y sonriendo ante nuestra propia impotencia.

La historia de Drogo, por eso me subyuga, es nuestra propia historia. Para la mayoría el paso del tiempo va suponiendo la pérdida de la esperanza y la conciencia de que seremos uno más de los que apenas dejan un leve recuerdo destinado a desaparecer. En un momento u otro acabamos cuestionándonos por qué estamos aquí, y de nuestra valentía para asumir el vértigo del conocimiento, la falta de sentido, dependerá la dignidad con la que afrontaremos nuestra derrota.

No, se equivocan si ven un pesimismo radical en esta historia, a poco que nos fijemos, Buzzati es de aquellos que confían en un último instante de lucidez. Como en las películas de John Huston, el que se ríe de la derrota es el que logra la última victoria.

1 comentario:

  1. En varias ocasiones ha sonado en nuestras tertulias este título fundamental de la literatura italiana. Nunca ha llegado a proponerse seriamente debido, tal vez, a que es una obra que varios de nosotros ya conocíamos. Comentando el triste asunto del blog con Javi el otro día, hablábamos de que no solo se trata de abrir nuevas vías de debate sobre las obras elegidas, también puede ser un foro para cambiar impresiones sobre libros que cada uno lea por su cuenta. Lo digo por si cuela.

    Pues nada, aquí tienen un comentario sobre los tártaros de Buzzati, no estaría mal que otros reivindicaran a sus héroes literarios más queridos y los sometieran al riguroso juicio del resto de tertulianos.

    Juan

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