sábado, 17 de julio de 2010

Asimov: Ab urbe condita




No conozco demasiado la obra de Asimov, me estoy fustigando por ello, tampoco tengo disculpa pues apenas alargando el brazo hacia la biblioteca familiar podía optar por la lectura de una novela, una obra histórica o un instructivo librito de fácil asimilación sobre cuestiones científicas. Si me contuve y acabé rehusando fue por el conocido prejuicio ante un exitoso autor en géneros menores que trata de dignificarse sentando cátedra en asuntos más serios. Sin embargo “Fundación” ha sido uno de esos libros que siempre he pensado que acabaría leyendo; me seducía, no lo suficiente como para lanzarme con avidez, pero me interesaba eso de la fundación de una Roma galáctica.

En fin, no es que esperase al Tito Livio de Ab urbe condita, reconozcamos que hubiera sido una pesadez, pero me imaginaba algo así como el relato de los idus de marzo o la conjuración de Catilina en clave interestelar. Lo cierto es que se trata de algo más complejo, no precisamente inspirado en Tito Livio sino en la gran obra histórica de la Ilustración, la “Historia de la decadencia y caída del Imperio romano” de Edward Gibbon, el particular ajuste de cuentas del Iluminismo contra la visión cristiana de la historia de Occidente. No creo que sea casualidad la elección del referente, hay en estos sajones una tendencia a considerar que la civilización occidental es la única que vale la pena y que siempre está amenazada por peligrosos enemigos que suelen venir del Este. Escribía Gibbon lo siguiente: “Se puede permitir a un filósofo ampliar su visión y considerar a Europa como una gran República, cuyos habitantes se hallan prácticamente al mismo nivel de cultura y de civilización… Los pueblos salvajes de la tierra son los enemigos de la sociedad civil, y podríamos estudiar con una angustiosa seguridad si Europa se halla todavía amenazada por el hecho de que una calamidad como aquella vuelva a repetirse”. Las hordas asiáticas, convertidas ahora en Ejército Rojo, eran la nueva amenaza que ponía a prueba la civilización occidental, esta vez con pocas esperanzas de salvación. Es una idea totalmente falsa, por supuesto, pero hay que situarse en la sociedad norteamericana de posguerra donde el miedo, inducido o no, siempre ha sido factor determinante.

De todas formas mi impresión es que a Asimov le mueve una intención que estuvo muy de moda en el siglo XIX: identificar ciencia y moral resolviendo los principales problemas de la humanidad. Para eso se inventa la llamada psicohistoria, la aportación de "Fundación" sobre la que me gustaría comentar algunas cosillas. La pretensión en la que se basa la novela es, nada menos, que las matemáticas, todo lo avanzadas que se quiera, son capaces de predecir el comportamiento de grandes poblaciones humanas. Voy a ser un poco crítico con los científicos, la ocasión se presta; vamos a ver, esta idea de que las matemáticas pueden resolver todos nuestros problemas es peliaguda, nunca pensé que diría esto pero me suena demasiado materialista, como cuando La Mettrie hablaba del hombre-máquina. Veo un primer problema en que los científicos se metan en cuestiones sociales, probablemente pueden responder a cuestiones como las causas o el mecanismo de funcionamiento de las cosas pero difícilmente podrán dar razón sobre el sentido. Pero es que además, por mucho que se empeñe Asimov (y me limito a Fundación, ya sé que El mulo de “Fundación e Imperio” cambia la perspectiva) la capacidad para hacer ese tipo de predicciones es limitada, no hay manera de controlar a los presuntos autómatas de La Mettrie y las expectativas sobre la humanidad suelen incumplirse.

El entramado psicohistórico de Asimov no acaba de resultar convincente, acepto sin embargo que tiene más gracia que la auténtica psicohistoria. Porque la psicohistoria, como disciplina a la que algunos dedican sus desvelos, existe, es uno de esos inventos de las universidades americanas para cargarse el materialismo histórico. Trivializando hasta el ridículo la historia, estos señores piensan que los líderes y las masas se mueven por emociones personales que tienen poco que ver con lo que manifiestan en sus comportamientos públicos. Ahí queda eso, nos ciscamos en las realidades de la economía y la política y rebuscamos en las neuras del vulgo. Bien, lo de Asimov no es tan ridículo pero es un cacao mental difícil de digerir: por un lado da a entender que son las grandes masas las que determinan la historia, no importa que sean las fuerzas económicas, la lucha de clase o incluso la voluntad de poder lo que les mueve. Pero por otro, con la habilidad de una novela policíaca, coloca un héroe en cada episodio, un personaje providencial que tiene en sus manos el destino de la Fundación.

He leído multitud de explicaciones de los especialistas sobre esta peculiar combinación de factores, a veces hasta da la impresión de que Asimov ha descubierto las claves profundas del proceso histórico. Exagerado, me parece un guión hábil, pero me quedo con lo que me parece más interesante de todo esto: ¿se manipula a las masas como si fueran un objeto? a lo mejor un poquito, conviene ser conscientes de ello, más que nada por si se puede hacer algo.

1 comentario:

  1. Contestando la última pregunta de Juan, claro que se manipulan las masas. Ése es el principal objetivo de Seldon, pues no le gusta hacia donde se encamina la humanidad (una vez aplicadas a la población del imperio galáctico las ecuaciones de la psicohistoria)y, con sentimientos verdaderamente altruistas, decide encaminar (al rebaño ciego) a lo que cree que es un mejor futuro (eso siempre queda muy vago, lo que es "mejor" claro). Por otra parte, el aparato matemático empleado por la psicohistoria no es más que es ciencia "difusa" conocida como estadística y a la que algunos matemáticos ni siquiera consideran como parte de su ciencia. Pero también he de decir que la estadística presenta resultados muy curiosos cuando las muestras se hacen muy grandes, pues a pesar de que se estudien caracteres estadísticos diferentes las distribuciones al final son muy parecidas. Pero la estadística no predice el futuro, sino que la llamada inferencial saca conclusiones de una muestra que se pueden aplicar a una población mayor.

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