miércoles, 5 de diciembre de 2012

Lo Kafkiano.


1. Estoy convencido de que cuando Kafka escribe “La metamorfosis”, más que un temor metafísico, un dolor insondable provocado por la incomprensión o el sentimiento de insignificancia ante un padre autoritario, lo que de verdad le ponía de mala baba y le hacía compararse con un insecto era la obligación de trabajar sin descanso en una oficina de seguros, en un entramado burocrático alienante y sin sentido. Siempre pensé que un trabajo así me volvería loco o me llevaría directamente al suicidio.

Sin embargo no hace falta ser un burócrata encerrado en un despacho para sentirse como un insecto, nos pasa a cualquiera. A veces a uno le desbordan los acontecimientos, nos vemos incapaces de afrontar las funciones que nos están encomendadas o las tareas que debemos desempeñar cada día. Es debilidad, falta de cálculo al plantear expectativas por encima de las que podemos alcanzar. Entonces se percibe la suprema fragilidad, la derrota a la que estamos condenados en un momento u otro. Te miras al espejo y ves un miserable insecto.
 
 

2. Escribió Kafka en “La condena” que “nada se afirma con tanta rapidez en la mente como un sentimiento de culpa sin fundamento”. Me ha acompañado siempre la sensación de que soy culpable de algo, sin una causa determinada, sin saber exactamente por qué. Es el absurdo heredado de una educación judeo-cristiana que asesina los instintos de vida para hacerte sentir que tu relación con el mundo es siempre conflictiva, que estás de prestado y vigilado minuciosamente. Eres culpable por no llegar a tiempo a clase, por no saludar al amigo imbécil de tus padres, por no querer a tu abuela o por tener pensamientos impuros con la vecina. Toda una suerte de males han de caer sobre mí y acabaré igual que Josef K, “como un perro”.
 

3. Sin las obras de Kafka sería difícil soportar la incomprensión de este mundo al que hemos sido arrojados. Nuestra existencia parece labrada bajo el signo de una desesperanza que solo finaliza con la muerte física. Posiblemente por eso “El castillo” es una novela inacabada, porque refleja la desazón ante lo que nunca se alcanza, síndrome eternamente renovado en cada uno de nosotros. La insistencia del agrimensor K por entrar en contacto con el Castillo se topa una y otra vez con una red que no hay forma de destejer, es la complicación infinita que nos impide alcanzar una comprensión relevante sobre nuestro lugar en el mundo. Pero aún más que por esta incapacidad, la pesadilla del relato procede de la imposibilidad de abandonar la empresa: preguntamos, pero el guardián de la ley permanece en silencio y protege hasta el final un sentido inaccesible. Y ahí quedamos, a las puertas de la ley, en una espera siempre frustrada.
 

4. Aquellos que no se acomodan con el destino del hombre contemporáneo han de sentir una misteriosa empatía con Kafka. Es verdad que no se puede vivir siempre con la conciencia de nuestra incompatibilidad con el mundo, pero permanece ahí, medio oculta y amenazante, esperando los momentos de debilidad para asaltarnos. Es la misma sensación turbadora que persigue a los personajes kafkianos, sumidos en la inquietud ante aquello que nunca acaba de definirse. Y sin embargo hay una terrible sencillez en la aceptación del absurdo, reflejado mediante situaciones de una lógica irreprochable. Porque ni “El castillo” ni “El proceso” son textos oscuros, más bien en ellos está todo demasiado claro, todo parece reducido a su mínima expresión, la sencillez absoluta, una angustia magistralmente contenida.
 

No hay muchos artistas que hayan acabado dando su nombre a una categoría filosófica, incluso más, a una forma de expresar la incomprensión fundamental que nos aturde. Llamamos kafkiano a todo conflicto que se vuelve extraño y parece evadir una solución lógica. Cuando nos vemos inmersos en una situación kafkiana tenemos la extraña sensación de que es preciso actuar aunque al final, sin remedio, se nos escapa el sentido de la actuación. No hay más que dos opciones, o seguimos adelante asumiendo el sinsentido general o se inicia una rebeldía que no tiene destino concreto puesto que no sabemos quién es el causante de nuestra afección.
 
 
5. ¿Dónde reside la genialidad de Kafka? Escribió Ernst Fischer, uno de los pocos marxistas que admiraron sin reservas al escritor checo, que el individualismo kafkiano es la respuesta a una sociedad opresiva, es un rechazo ético que anuncia la futura transformación revolucionaria. Sin duda en su obra hay una denuncia contra la indefensión del individuo frente a la gigantesca maquinaria burocrática, pero la auténtica grandeza de Kafka es la de quien fue capaz de describir minuciosamente -antes que los francfurtianos, antes que Beckett o Foucault- los mecanismos del poder y su influencia sobre los individuos. Es el grito de rabia contenida, de rebelión frente a todas las formas de totalitarismo, la advertencia de quien intuye el opresivo dominio de la razón de Estado, de la lógica del genocidio o de la tecnología al servicio de la destrucción masiva.
 
 

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