1.
Estoy convencido de que cuando Kafka escribe “La metamorfosis”, más que un
temor metafísico, un dolor insondable provocado por la incomprensión o el
sentimiento de insignificancia ante un padre autoritario, lo que de verdad le
ponía de mala baba y le hacía compararse con un insecto era la obligación de
trabajar sin descanso en una oficina de seguros, en un entramado burocrático
alienante y sin sentido. Siempre pensé que un trabajo así me volvería loco o me
llevaría directamente al suicidio.
Sin
embargo no hace falta ser un burócrata encerrado en un despacho para sentirse
como un insecto, nos pasa a cualquiera. A veces a uno le desbordan los
acontecimientos, nos vemos incapaces de afrontar las funciones que nos están
encomendadas o las tareas que debemos desempeñar cada día. Es debilidad, falta
de cálculo al plantear expectativas por encima de las que podemos alcanzar.
Entonces se percibe la suprema fragilidad, la derrota a la que estamos
condenados en un momento u otro. Te miras al espejo y ves un miserable insecto.
2.
Escribió Kafka en “La condena” que “nada se afirma con tanta rapidez en la
mente como un sentimiento de culpa sin fundamento”. Me ha acompañado siempre la
sensación de que soy culpable de algo, sin una causa determinada, sin saber
exactamente por qué. Es el absurdo heredado de una educación judeo-cristiana
que asesina los instintos de vida para hacerte sentir que tu relación con el
mundo es siempre conflictiva, que estás de prestado y vigilado minuciosamente.
Eres culpable por no llegar a tiempo a clase, por no saludar al amigo imbécil
de tus padres, por no querer a tu abuela o por tener pensamientos impuros con
la vecina. Toda una suerte de males han de caer sobre mí y acabaré igual que
Josef K, “como un perro”.
3.
Sin las obras de Kafka sería difícil soportar la incomprensión de este mundo al
que hemos sido arrojados. Nuestra existencia parece labrada bajo el signo de
una desesperanza que solo finaliza con la muerte física. Posiblemente por eso
“El castillo” es una novela inacabada, porque refleja la desazón ante lo que
nunca se alcanza, síndrome eternamente renovado en cada uno de nosotros. La
insistencia del agrimensor K por entrar en contacto con el Castillo se topa una
y otra vez con una red que no hay forma de destejer, es la complicación
infinita que nos impide alcanzar una comprensión relevante sobre nuestro lugar
en el mundo. Pero aún más que por esta incapacidad, la pesadilla del relato
procede de la imposibilidad de abandonar la empresa: preguntamos, pero el
guardián de la ley permanece en silencio y protege hasta el final un sentido
inaccesible. Y ahí quedamos, a las puertas de la ley, en una espera siempre
frustrada.
4.
Aquellos que no se acomodan con el destino del hombre contemporáneo han de
sentir una misteriosa empatía con Kafka. Es verdad que no se puede vivir
siempre con la conciencia de nuestra incompatibilidad con el mundo, pero
permanece ahí, medio oculta y amenazante, esperando los momentos de debilidad
para asaltarnos. Es la misma sensación turbadora que persigue a los personajes
kafkianos, sumidos en la inquietud ante aquello que nunca acaba de definirse. Y
sin embargo hay una terrible sencillez en la aceptación del absurdo, reflejado mediante
situaciones de una lógica irreprochable. Porque ni “El castillo” ni “El proceso”
son textos oscuros, más bien en ellos está todo demasiado claro, todo parece
reducido a su mínima expresión, la sencillez absoluta, una angustia
magistralmente contenida.
No
hay muchos artistas que hayan acabado dando su nombre a una categoría filosófica,
incluso más, a una forma de expresar la incomprensión fundamental que nos
aturde. Llamamos kafkiano a todo conflicto que se vuelve extraño y parece
evadir una solución lógica. Cuando nos vemos inmersos en una situación kafkiana
tenemos la extraña sensación de que es preciso actuar aunque al final, sin
remedio, se nos escapa el sentido de la actuación. No hay más que dos opciones,
o seguimos adelante asumiendo el sinsentido general o se inicia una rebeldía
que no tiene destino concreto puesto que no sabemos quién es el causante de
nuestra afección.
5.
¿Dónde reside la genialidad de Kafka? Escribió Ernst Fischer, uno de los pocos
marxistas que admiraron sin reservas al escritor checo, que el individualismo
kafkiano es la respuesta a una sociedad opresiva, es un rechazo ético que
anuncia la futura transformación revolucionaria. Sin duda en su obra hay una
denuncia contra la indefensión del individuo frente a la gigantesca maquinaria
burocrática, pero la auténtica grandeza de Kafka es la de quien fue capaz de
describir minuciosamente -antes que los francfurtianos, antes que Beckett o
Foucault- los mecanismos del poder y su influencia sobre los individuos. Es el
grito de rabia contenida, de rebelión frente a todas las formas de
totalitarismo, la advertencia de quien intuye el opresivo dominio de la razón
de Estado, de la lógica del genocidio o de la tecnología al servicio de la
destrucción masiva.
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