El
tema del contacto con inteligencias alienígenas es uno de los más repetidos en
la ciencia ficción, pero me parecería un reduccionismo muy vulgar hablar de
Solaris simplemente como una muestra del género, tan absurdo como considerar
“La metamorfosis” de Kafka una novela de fantasía y terror. La ciencia ficción
es la excusa, adecuada por ofrecer un ambiente neutro, sin ubicación temporal
precisa, para desarrollar una reflexión metafísica sobre los límites de la
conciencia. Es el límite del conocimiento un tema básico de la filosofía y de
capital influencia en la mentalidad romántica, de hecho hay algo en la novela
que me recuerda uno de los elementos más característicos del romanticismo: el
hombre frente a la inmensidad de la naturaleza, como en los cuadros de Friedrich,
con individuos de espaldas al espectador que parecen sumidos en la melancolía
mientras contemplan la imponente naturaleza.
Hay
inquietud en esos personajes, la misma que provoca la contemplación del océano
de Solaris. Kelvin podría ser una de esas figuras frente al mar, al mismo
tiempo seguras de la potencia del espíritu humano –podríamos decir, del
desarrollo científico- pero intuyendo a la vez que en nuestra propia conciencia
hay un margen que se nos escapa, algo que no somos capaces de entender y que
resulta atrozmente inquietante. Por muy beneficioso que haya sido el progreso
tecnológico, nos resulta insuficiente cuando se trata de abordar nuestros
conflictos internos, la catástrofe que alberga nuestra mente.
La
quiebra interna de Kelvin y sus compañeros será utilizada por el océano, el
plasma magmático del que hablan los científicos terrícolas, para establecer su
particular contacto con los extraños. Esa entidad viva, que es el planeta
mismo, tiene la extraña capacidad de leer las conciencias para enviar en forma
de “visitantes” la representación física –constituida a partir de neutrinos- de
quien ha provocado cada particular crisis interna. ¿A quién nos remite Lem con
el océano de Solaris? ¿Es la imagen de un Dios que experimenta, que nos provoca
la confusión sobre cualquier evidencia? Reconozco que me seduce la imagen de un
Dios despreocupado y ajeno que se divierte con sus criaturas de vez en cuando,
es mucho más divertido y coherente con este perro mundo que el Dios benefactor
y providente de las grandes religiones organizadas. La imposibilidad de
comprender los actos de ese Dios, por su mismo carácter absurdo, torna en
ineficaz cualquier intento de descubrir un orden en el universo. Lo que parece
sugerirnos Lem en Solaris es que no somos más que partículas insignificantes en
un universo incomprensible, el verdadero problema no es el cosmos, somos
nosotros mismos
Son
muchas las lecturas que pueden hacerse de Solaris, las buenas novelas se
distinguen por esa peculiaridad y, sobre todo en este caso, uno tiene la
sensación de que se han planteado muchas preguntas pero apenas has obtenido
alguna respuesta. Me atrevo a sacar una pequeña enseñanza: Situémonos frente a
nuestra particular Harey, igual que hace Kelvin, frente a frente, como un
espejo, y tratemos de reconciliarnos con esa fisura o al menos aprendamos a
convivir con ella. Al final Savater tenía razón, es el camino más seguro para
evitar que los delirios de alguna otra mente enferma se conviertan en doctrinas
de salvación o en brutales proyectos de regeneración nacional.
He titulado Solarística por el doble sentido de la ciencia dedicada al estudio del planeta -de la que se burla un poco Tarkovsky- y por ser uno más de los muchos comentarios dedicados a esta novela. Espero que, en este caso, no sea el único.
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