jueves, 3 de enero de 2013

Solarística.

Cuando aún me hacía gracia el pesimismo metafísico de Savater y hasta respetaba su peculiar anarquismo un poco castizo, recuerdo haberle leído un artículo bastante apropiado para empezar a comentar Solaris. Más o menos venía a decir que todos tenemos en la cabeza una catástrofe imposible de apartar, nuestra única aspiración es que, al menos, no nos impongan catástrofes ajenas. En realidad la idea no es de Savater, utilizaba una cita de nuestro viejo conocido Bernhard (en “Trastorno”) para lanzar una crítica contra el efecto pernicioso de religiones e ideologías totalitarias. Savater ha acabado siendo un poco cargante pero la idea de que nuestra conciencia alberga una crisis que nos atormenta creo que es muy acertada. Además, a poco que conozcan la obra de Lem, se habrán dado cuenta de que ese es también el elemento del que se sirve el único y oceánico habitante del planeta que da nombre al relato para establecer contacto con los humanos.

El tema del contacto con inteligencias alienígenas es uno de los más repetidos en la ciencia ficción, pero me parecería un reduccionismo muy vulgar hablar de Solaris simplemente como una muestra del género, tan absurdo como considerar “La metamorfosis” de Kafka una novela de fantasía y terror. La ciencia ficción es la excusa, adecuada por ofrecer un ambiente neutro, sin ubicación temporal precisa, para desarrollar una reflexión metafísica sobre los límites de la conciencia. Es el límite del conocimiento un tema básico de la filosofía y de capital influencia en la mentalidad romántica, de hecho hay algo en la novela que me recuerda uno de los elementos más característicos del romanticismo: el hombre frente a la inmensidad de la naturaleza, como en los cuadros de Friedrich, con individuos de espaldas al espectador que parecen sumidos en la melancolía mientras contemplan la imponente naturaleza.

Hay inquietud en esos personajes, la misma que provoca la contemplación del océano de Solaris. Kelvin podría ser una de esas figuras frente al mar, al mismo tiempo seguras de la potencia del espíritu humano –podríamos decir, del desarrollo científico- pero intuyendo a la vez que en nuestra propia conciencia hay un margen que se nos escapa, algo que no somos capaces de entender y que resulta atrozmente inquietante. Por muy beneficioso que haya sido el progreso tecnológico, nos resulta insuficiente cuando se trata de abordar nuestros conflictos internos, la catástrofe que alberga nuestra mente.

La quiebra interna de Kelvin y sus compañeros será utilizada por el océano, el plasma magmático del que hablan los científicos terrícolas, para establecer su particular contacto con los extraños. Esa entidad viva, que es el planeta mismo, tiene la extraña capacidad de leer las conciencias para enviar en forma de “visitantes” la representación física –constituida a partir de neutrinos- de quien ha provocado cada particular crisis interna. ¿A quién nos remite Lem con el océano de Solaris? ¿Es la imagen de un Dios que experimenta, que nos provoca la confusión sobre cualquier evidencia? Reconozco que me seduce la imagen de un Dios despreocupado y ajeno que se divierte con sus criaturas de vez en cuando, es mucho más divertido y coherente con este perro mundo que el Dios benefactor y providente de las grandes religiones organizadas. La imposibilidad de comprender los actos de ese Dios, por su mismo carácter absurdo, torna en ineficaz cualquier intento de descubrir un orden en el universo. Lo que parece sugerirnos Lem en Solaris es que no somos más que partículas insignificantes en un universo incomprensible, el verdadero problema no es el cosmos, somos nosotros mismos

Son muchas las lecturas que pueden hacerse de Solaris, las buenas novelas se distinguen por esa peculiaridad y, sobre todo en este caso, uno tiene la sensación de que se han planteado muchas preguntas pero apenas has obtenido alguna respuesta. Me atrevo a sacar una pequeña enseñanza: Situémonos frente a nuestra particular Harey, igual que hace Kelvin, frente a frente, como un espejo, y tratemos de reconciliarnos con esa fisura o al menos aprendamos a convivir con ella. Al final Savater tenía razón, es el camino más seguro para evitar que los delirios de alguna otra mente enferma se conviertan en doctrinas de salvación o en brutales proyectos de regeneración nacional.

1 comentario:

  1. He titulado Solarística por el doble sentido de la ciencia dedicada al estudio del planeta -de la que se burla un poco Tarkovsky- y por ser uno más de los muchos comentarios dedicados a esta novela. Espero que, en este caso, no sea el único.

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