martes, 26 de agosto de 2014

"Intemperie", de Jesús Carrasco. El páramo sin ley.

¿Por qué se interesaron editoriales de varios países por la primera novela de un publicista? ¿Puede convertirse en fenómeno literario una obra compleja y arriesgada o esto queda reservado para un producto al gusto de mayorías poco exigentes? ¿Se puede deslumbrar a lectores avisados con un hábil pastiche de recursos reconocibles?
No me considero muy capaz de responder a estas preguntas, ni siquiera estimo que sea necesario para tomar en consideración un determinado libro, es solo la desconfianza ante un éxito demasiado súbito o el interés por descubrir las causas que lo han encumbrado. A pesar de ello voy a intentar razonar sobre la cuestión. Digamos en principio que la amplia promoción orquestada por quienes han visto la posibilidad de beneficios, e incluso los premios institucionales, habitualmente sospechosos, no suponen que una novela sea inatacable o que estemos ante una lectura imprescindible. Tengo la sensación de que las obras trascendentes suelen presentarse con menos consenso y con más dificultades para ser reconocidas. Es un prejuicio, desde luego, una disculpa por si acaso soy poco generoso con quien merecería mejor disposición. De modo que es conveniente disipar dudas desde el principio: la buena prensa de Intemperie está justificada; seguramente no es la novela que vaya a revolucionar nuestro acomodado panorama literario pero encontrar un narrador competente, que llega a emocionar y sobrecoger por momentos, son aspectos suficientes como para tenerlo en cuenta.
En realidad el autor no maneja elementos demasiado complejos, un argumento sencillo, apenas reducido a una historia muy básica que recuerda a otras novelas del realismo social de posguerra; muy duro y descarnado, muy de España negra. A pesar de la referencia al rey -o al retrato de “los reyes”-, es complicado determinar la época en la que transcurre, en todo caso es la España más profunda, hecha de miseria y violencia, con destellos de solidaridad que ofrecen alguna esperanza.
La acción es escasa pero el lenguaje que despliega el autor es rico, amplio en terminología de usos rurales que obliga a los menos avezados a consultar de continuo el diccionario o a resignarse a suponer para qué sirve cada uno de los aparejos de un burro. La exuberancia léxica hace el relato más denso, bien es cierto que puede llegar a desconcertar un poco y hasta provocar hastío por la sospecha de que el autor se está recreando en exceso -habrá que incidir en esto-, pero también consigue una fisicidad extraordinaria. Los arcaísmos que nos acercan a un mundo ancestral, la aridez del páramo desolado, las condiciones extremas que soportan los personajes, todo ello hace que sientas la mineralidad del terreno, la dureza que envuelve la narración.
El caciquismo y la violencia política en un país brutal, que no conoce piedad para los débiles, está presente en el relato sin que ello suponga que la cuestión social sea la principal preocupación del autor; observamos una voluntad de universalizar los hechos más allá de la denuncia de la injusticia, se trata de plantear la posibilidad de rescatar la ética en donde solo impera la violencia. Una estructura simple, a partir de la huida de un niño perseguido por la maldad absoluta, nos deja ver en la figura del cabrero una pequeña esperanza, la idea de que siempre es posible encontrar el sentimiento humanitario aún donde parece totalmente destruido.

Intemperie” tiene numerosos aspectos que explican su éxito y el interés que ha generado, también hay otros que justifican críticas. Escribía Borges que el Barroco es la etapa final de todo arte, cuando éste exhibe y dilapida sus medios; pues bien, distingo algo de barroca exhibición en esa abundancia de vocablos específicos que acaban siendo un fin en sí mismo y no una necesidad para el desarrollo de la historia. El lector puede sospechar, sobre todo en la primera mitad del texto, que hay un abuso de expresiones alambicadas, un virtuosismo “técnico” que cae en la complacencia y desvirtúa la narración. También en el lado negativo podríamos hablar de cierto esquematismo, una demasiado obvia dicotomía entre buenos y malos que resta profundidad al conjunto. No creo que esto sea grave, al fin y al cabo estamos ante una especie de cuento para adultos que aspira a explicar de modo metafórico algunas de nuestras principales pulsiones. El principal problema que veo en “Intemperie”, aquello que podría discutir su trascendencia literaria, es el entramado general, un eficaz ensamblaje de elementos diversos que van desde la dura meseta castellana de las obras de Delibes al tono apocalíptico que expone Cormack McCarthy en La carretera ¿Es malo que sean reconocibles las influencias? Por supuesto que no, lo que no acaba de convencer es la sensación de que todo es obvio y escasamente original, que nos han colocado un producto aparente sin demasiado recorrido.



1 comentario:

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