domingo, 9 de noviembre de 2014

Un agujero en la memoria: "Dora Bruder", de Patrick Modiano.

Es la pregunta de siempre, la polémica que se repite cada año cuando la Academia sueca entrega el más importante de los premios literarios ¿Por qué a Modiano y no a Murakami, Philip Roth, o a cualquiera de los otros espléndidos escritores franceses, tal vez más conocidos que el propio Modiano? En una entrevista a su editor en España afirmaba este arriesgado personaje que pocas veces habrá un Nobel tan indiscutible; claro, es opinión interesada, pero el caso es que me pareció sincero, llámenme crédulo. He de reconocer que desconocía casi totalmente su obra; buscando información supe que Modiano es el guionista de una película magnífica de Louis Malle, “Lacombe Lucien”, y que sus novelas acaban girando en torno a dos temas principales: el colaboracionismo en la Francia ocupada, la memoria más oscura del país vecino, y el periodo de su adolescencia, representado como un intento de recuperar un pasado semiolvidado. La Francia de la ocupación nazi no es una temática cómoda, hubo una fuerte polémica cuando se estrenó “Lacombe Lucien” porque ponía en cuestión la idea de la resistencia heroica y del colaboracionismo limitado a un grupo de fascistas convencidos.

Recuerdo una fotografía terrrible de Capa, se conoce como “La colaboracionista de Chartres” y produce un impacto imperecedero; en ella vemos a una muchacha con un niño en brazos, tiene la cabeza rapada para que todos sepan que colaboró con los nazis y es humillada por un grupo de ciudadanos que parecen disfrutar de la vejación de una mujer indefensa, hiciera lo que hiciera. En todo el grupo que le rodea no hay ni un atisbo de compasión, creen estar legitimados para exhibir y humillar a quien se vendió al enemigo. No existe el heroísmo de los resistentes, solo la miseria moral de los bienpensantes. En “Lacombe Lucien” una pregunta recorre toda la película, una pregunta que obsesiona a Modiano y que está presente en todas sus novelas de la primera etapa ¿De verdad Francia, no ya en su conjunto, pero sí la mayoría, se enfrentó decididamente a la ocupación nazi?
Todas estas circunstancias han acabado llevándome hacia el autor francés, uno intuye que no va a quedar defraudado. Cierto, sé que en el Nobel de literatura hay más razones que las puramente literarias, no me engaño respecto a esto y por eso le presto muy poca atención, pero sé también que Modiano me ha interesado mucho más que cualquier otro premiado de los últimos tiempos. En “Dora Bruder”, una de estas pequeñas piezas de cámara que caracterizan su obra, hay señales de la incomodidad de la que hablaba, nacida de un agujero en la memoria del que será consciente a partir del anuncio de una pérdida en un antiguo periódico. Es la más difundida de sus novelas, apenas parece una acumulación de lugares exactos, precisos, con una desnudez que sorprende. Es extraño que una obra de tanta economía de medios consiga envolverte y te impulse a seguir leyendo casi con ansia. Modiano hace un ejercicio de empatía con aquellos que fueron olvidados; en la figura de Dora Bruder, una niña judía fugada de su casa y que acabó en Auschwitz, está respresentado el sufrimiento de seres anónimos, la memoria de aquellos judíos que muchos franceses como los de la fotografía dejaron que fueran avasallados sin mover un solo dedo.
Modiano se encuentra con que sus lugares de la infancia son los mismos que los de Dora, los recorre para intentar sentir lo que ella sintió, compara hechos, actitudes, su propia vida tiene pasajes similares, aunque él mismo se da cuenta de la infinita distancia con el sufrimiento de quienes fueron perseguidos por causas oscuras o, lo que es peor, por el brillante porvenir de unos elegidos. Modiano quiere comprender y saber más. La aparente falta de intensidad de los datos objetivos y del recorrido de unas calles que al lector, seguramente, le son ajenas, acaba con una sensación turbadora, un estremecimiento por el sufrimiento olvidado, por aquellos que quedaron ocultos en la memoria.
Creo entender algo de lo que impulsa a Modiano a la búsqueda de una persona olvidada y desconocida. Dora, como otros muchos, fue una víctima, sufrió un ataque irreparable y desde el momento en que el escritor empezó a atisbar su drama se convirtió para él en una herida permanente. La conmoción por el recuerdo de los ofendidos de ayer es el principio para iniciar cualquier intento por entender el presente, más aún, es la base de cualquier posibilidad de transformarlo. Dora nos interpela desde el pasado y nos obliga a adoptar un posicionamiento moral, no es solo la solidaridad con el que sufre, sabremos lo que somos cuando sepamos responder a las preguntas del otro, del que ha sido condenado y sacrificado por la barbarie. Una barbarie que a muchos, en ese momento, les pareció racional y necesaria.
 
 
 
 
 

 

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