sábado, 10 de enero de 2015

"Historia de un idiota contada por él mismo", de Félix de Azúa.

Este divertido, a veces terrible, libro de Azúa cuenta la historia de un hombre que dedica su vida a una delirante investigación sobre el contenido de la felicidad. Y las conclusiones están impregnadas de ese pesimismo -que también es un poco postureo- propio de algunos intelectuales de la Transición que desconfiaban de aventuras utópicas y empezaron a entregarse a la serie de derrotas que configuraron el sistema democrático. Cioran, Leopardi, referentes de Azúa, Argullol o Savater -a quien se dedica esta historia de un idiota-, nos enseñan que la desdicha es el destino del hombre libre, al menos de aquellos que pretendan ser honestos y renuncien a engañarse con falsas ilusiones. Confieso que me dejé seducir por este elitismo autosatisfecho, hoy no puedo evitar desconfiar profundamente de tan aniquiladoras disquisiciones.
Dicho esto, yo me lo pasé muy bien leyendo esta insolente parodia, metáfora de la condición de los españoles que aún no hemos salido del asombro que nos produjo la gran farsa de la Transición y sus promesas de libertad. Está magníficamente redactado, abundan las frases brillantes, plenas de cinismo e ironía, y aunque insisto en la sensación de pose marginal de escaso recorrido crítico, creo que la propuesta de Azúa no es del todo desacertada: solo los idiotas alardean de su felicidad, que es en realidad falsa; en un mundo a la deriva solo cabe el lúcido pesimismo.

Merecen algunas pequeñas consideraciones los diferentes episodios de esta curiosa investigación. El inicio sugiere cierta relación con el “Elogio de la locura”, aparenta la descripción irónica de la idiotez contemporánea. Y para confirmar la idea de fábula erasmiana, hay un pequeño homenaje picaresco con el primer bofetón que recibe el protagonista en su más tierna infancia. Como Lazarillo, el idiota toma conciencia respecto a lo que deberá ser su actitud vital a partir de este primer encontronazo con una realidad hostil. De aquí saca una lección provechosa que será su norma de vida, la máscara de felicidad impostada que le asegura la supervivencia. Asumida esta lección podrá salvar la dura prueba del colegio religioso, masacrado -y con razón- por Azúa al considerarlo culpable del asesinato programado de la individualidad: “Una dictadura fascista y católica es la más rastrera y ruin de las dictaduras”.
El primer paso en la búsqueda de la felicidad es el compromiso político, terreno abonado para una crítica descarnada dada la discutible actuación de determinada progresía en esos años. En realidad no estoy muy seguro de que la critica de Azúa, durante el compromiso político de su personaje, sea la falta de conciencia de clase del proletariado; se supone que el protagonista queda desencantado al no encontrar auténtica solidaridad y camaradería entre quienes deberían luchar contra un opresor común. En lugar de eso solo encuentra pragmatismo y un materialismo miserable que traicionará cualquier ideal a las primeras de cambio. En esta desconfianza hacia la clase obrera reconozco una tendencia muy propia de los tiempos de incertidumbre y desolación que siguieron a la frustración postdemocrática. Aclaro la cuestión porque tiene mucho que ver con el grupo de intelectuales que tienen afinidades electivas con Azúa: sin capacidad ni interés para afrontar una situación que reflejaba la continuidad institucional autoritaria y para entrar de lleno en la necesaria crítica social y cultural, mentes tan preclaras como Savater proponían un individualismo inspirado en Cioran, con apariencia anarquizante pero profundamente reaccionario. Y ciertamente también, inútil es recordarlo, la población empezaba a resignarse a su suerte, abandonaba su compromiso ciudadano y se disponía a soluciones individuales. Una vez más, la tradicional despolitización y apatía, lograda por el franquismo a base de represión y miedo, volvía a imponerse.
El sexo y la búsqueda de la felicidad a través del amor supondrá un nuevo fracaso, eso sí, tomado con el humor que recorre toda la obra. El desamor se salda con un episodio que degenera en brutal parodia cuando el idiota recibe la visita de un poeta -evidente sátira de los Novísimos- que le comunica que le ha birlado la novia. La escena adquiere un toque profundamente bufo y ridículo que disfraza la realidad, esto es lo que iba notando conforme avanzaba en la lectura: la realidad, bastante lamentable -como la de casi todos- se disfraza con con un lenguaje irónico, con un disfraz de escepticismo burlesco a modo de necesario apoyo para resistir los continuos embates de la fortuna. O más bien, que la vida no es más que una sucesión de fracasos y decepciones.
 
La Historia de un idiota es considerablemente más corta que su continuación, el “Diario de un hombre humillado”, tal vez por eso es más contundente y precisa, incluso más divertida. Aunque bajo la apariencia irónica y la burla continuada está la triste realidad del protagonista, como muchos de sus contemporáneos, acuciado por la soledad y la incomunicación.
 
 
 


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